Armando Enríquez Vázquez
Aquí he hablado en diversas ocasiones de los trabajos que a nivel de la biología y la biología sintética se realizan para crear o diseñar bacterias que ayuden a resolver problemas de la humanidad. El proyecto e.chromi, o el uso de bacterias para acabar con otras bacterias que merman nuestra salud. Existe el caso de las bacterias que producen los químicos para combatir a la malaria y el caso de aquellas que están generando nuevos combustibles diferentes a los derivados del petróleo y cuyo producto está empezando a ser probado ya por algunas aerolíneas.
El futuro es aún más prometedor, se cree que se podrá lograr el que organismos unicelulares puedan ensamblarse y formar objetos muy complejos como baterías para celulares, y otros gadgets cada día más indispensables en nuestra vida. Que se puedan programar como si fueran computadoras o robots y llevar a cabo tareas especificas, en nuestro beneficio.
Pero, como en todo existe, un lado oscuro en la biología sintética. El año pasado el Departamento de la Defensa de los Estados Unidos hizo la petición formal a los científicos competentes de aquel país para diseñar o crear una bacteria capaz de producir explosivos para armas. El argumento de la milicia es el poder obtener armas verdes en un mundo cada día más consciente del cuidado del medioambiente. Irónico, por supuesto; pero la petición enfatiza el hecho que crear este tipo de organismos podría ayudar a la atmósfera al liberar menos metales pesados en ella, así como el uso de solventes tóxicos con los que actualmente se producen estos materiales.
Como siempre los norteamericanos piensan en la guerra y pretextan el salvaguardar a su país. La seguridad nacional ante todo. El problema de diseñar bacterias capaces de producir químicos para producir explosivos es mucho más angustiante en tanto más se piensan las posibilidades del robo de tecnología, lo que hoy son planos y formulas, podría convertirse en un diminuto frasco conteniendo solo una bacteria que en las manos de la persona equivocada, lo que quiera que signifique esto, y esperando unas cuantas semanas para que con la reproducción y multiplicación de las mismas se pudiera tener barriles con bacterias produciendo explosivos.
Hoy no existen leyes que puedan abarcar el asunto, lo más cercano son las leyes internacionales para el uso de armas biológicas, insuficientes para controlar los campos que la biología sintética pueden llegar a cubrir. Nos enfrentamos a nuevas fronteras entre la ética y la ciencia. Donde la línea entre una y otra es muy cambiante. Pero además nos enfrentamos a terrenos desconocidos, imaginemos que un científico pudiera lograr el diseño de una bacteria capaz de reproducirse de una manera acelerada y de sintetizar una sustancia que al llegar a cierta cantidad y con el contacto con el aire o por una reacción fotosintética explotara causando el efecto de una gran bomba. Bastaría con dejar un trapo contaminado detrás de una puerta o en un almacén o covacha para que al abrir una puerta se produjera el efecto devastador. Hoy vemos carros bombas y terroristas cargados de explosivos. Imaginemos que pasaría si este tipo tecnología fuera robada. La seguridad de la seguridad está todavía por diseñarse, aunque como siempre el optimismo norteamericano puede ser el camino al infierno.
Aunque el diseño exitoso de nuevos organismos tarda hoy en día más de siete años y su costo es muy elevado, el presupuesto anual está en el rango de los miles de millones de dólares, para diferentes programas y agencias del gobierno de los Estados Unidos, la investigación y desarrollo de la biología sintética en materia de seguridad y defensa es un hecho ya. Y una incógnita en todos los sentidos.
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