martes, 4 de diciembre de 2012

Las tribulaciones del monstruo



El amor...
   Ni siquiera recuerdo lo que se siente, o como se siente...
   Irónicamente la gente piensa en mí como un ser lleno de pasión y por reducción al absurdo como alguien capaz de brindar amor, salvaje, bestial, efímero, apasionado, pero amor al final de cuentas. Cuando soy, únicamente, un depredador.
   Vivimos días extraños. Una época de abulia. Hoy, a diferencia de otros tiempos, sí permito que alguien descubra mi identidad, sin dudarlo se me entrega, me busca, se aferra a mí como el naufrago al madero. Me asecha y acosa. Yo mismo me sorprendo con este juego del cazador cazado. Extraños días en que vivimos. Vestidos de negro, con largos gabanes y dientes serrados, de plástico, o marfil en el peor de los casos. Falsos colmillos a veces pintados sobre los labios, caminan mis émulos, con una pedantería que va de la mano con su ingenuidad. Creen que sus ridículos disfraces forman parte de la seducción, de la que por supuesto no saben nada.
   Sin jactarme de nada puedo decir que la seducción la invente yo.
   Durante los primeros años de mi maldición me angustiaba alimentarme; forcejear con la víctima, oír sus agudos gritos que en ocasiones amenazaban con romperme los tímpanos, eso sin contar que la sangre contaminada por la adrenalina produce gastritis, ulceras y lo sume a uno en un estado de melancolía profunda. Claro, todas estas preocupaciones de salud han llegado con el paso de los años y la lectura de textos médicos que le han dado nombre y origen a mis dolencias. En aquellos tiempos lejanos, me preocupaba ante todo la estética. Los gestos, los llantos, las súplicas desfiguraban la esencia humana de las bellas mujeres que me servían de cena, eso disminuía mi apetito y me hacía sentir como un animal cazando y deglutiendo únicamente, comía de mala gana y entre remordimientos y sentimientos de inferioridad. Por eso tuve que inventar la seducción.
   Gracias a la seducción descubrí los placeres de la gastronomía. Comer es un arte. La preparación de los alimentos; los ingredientes y el orden en que deben ser combinados. Esperar el tiempo necesario para que la sangre se impregne de aromas y delicados sabores. La muerte súbita deja una sangre casi pura, que se puede perfumar con licores, frutas, especias. Es delicioso ver morir entre sonrisas y deseo. La sorpresa al aparecer en un rostro, llena de gracia el sacrificio.
   Debo aceptar, no sin cierta nostalgia, que hoy en día es fácil encontrar seres que desaparezcan gustosos conmigo en la noche. Nadie se espanta con el monstruo. Lo cual le quita el gusto a la comida. Nada hay mejor que ganarse el pan con el sudor de la frente.
   Hoy todas quieren beber cerveza que le da a la sangre un ácido sabor campirano, o peor aún beben refrescos dietéticos, que le dan a la sangre un desagradable sabor a goma de mascar. La absurda idea de las mujeres de hoy por ser exageradamente delgadas; Nutrasweet, Aspartame, Canderel, fructosa, sustitutos alimenticios, esteroides y pastillas para suprimir el hambre, complementos alimenticios hechos a partir de químicos que parecen pesticidas, todos me traen problemas digestivos. Aromas dulzones y vulgares, y yo, que a mi edad debo cuidarme de la diabetes.
   Mujeres de poca sangre y de mala calidad. La podríamos llamar una sangre light  que sólo causan en mi un hambre atroz. Las chicas robustas, avergonzadas de sus carnes que nada tienen que ver con las modelos de revistas y la televisión, prefieren quedarse en casa, lamentándose, consolándose con una dieta rica en grasas y harinas. Aquellas que se atreven a salir, hay que atraparlas temprano, porque para ahogar sus penas y darse valor ante la indiferencia de los hombres se emborrachan rápidamente desde temprano. Eso le resta todos sus encantos al juego de la seducción.
   Eso sin hablar ya de las que utilizan drogas. Como con los humanos hay vampiros que se han vuelto adictos a las y los adictos. Esos son los que primero perecen. Arrastrándose por las callejones ansiosos en busca de un mordisco cargado de heroína o cualquier droga.
   Antes una hermosa mujer de dieciocho años era un magnífico bocado. El siglo veinte me enseño que a los dieciocho las mujeres no existen, son sólo adolescentes, estudiantes. Una mujer de veinticuatro era entonces lo mejor que el género humano podía ofrecerme. Hoy ni los veinticuatro, ni los dieciocho, con ese maldito SIDA, niñas de trece o catorce, o la vida apacible y burda de un lejano poblado con mujeres rústicas y no siempre bellas.
   Pensar en que hubo un día en el que sentí placer, el más animal y primitivo placer por la curvatura de un seno, por la tersura de un labio, por el olor primigenio que emana de una mujer excitada, temerosa. Hoy sobrevivo buscando púberes que gritan y chillan recordándome a mis primeras víctimas. Hoy, a mí edad y a pesar de saber cómo cambian las convenciones sociales, me siento tres veces más monstruoso.
   Aquél maldito Van Helsing, estaría feliz de ver la merma en la población de vampiros. Antes que la paidofagia, muchos vampiros han decidido mudarse a vivir a pequeñas ciudades remotas o al campo donde tarde o temprano han sido descubiertos y destruidos. Sólo los vampiros nómadas han sobrevivido este tipo de existencia. Otros sabiéndose inmortales, no han sido precavidos y han bebido sangre a diestra y siniestra, contrayendo el virus del Sida, que nos destruye por inanición indirecta. Toda la sangre que beben, una vez que han adquirido el virus, es rechazada por el estómago. El hambre lleva a los vampiros a tal estado de desesperación y dolor que se pasan las noches vagando en busca de comida, vomitando toda la sangre que logran succionar a otros seres, así invariablemente los sorprende el amanecer y la luz del día se encarga del resto, o, peor aún, su aspecto famélico, las ropas llenas de sangre, su deambular nocturno, la descuidada lucha por alimentos cada vez más repugnantes y el nauseabundo olor que despiden terminan por delatarlos a los ojos siempre alerta de los cazadores de vampiros, que todavía, aunque suene inverosímil, existen.
    La existencia es finalmente una absurda rutina; dormir, comer, y volver a dormir. Entre uno y otro acto todos nos inventamos necesidades. Emociones, escrúpulos, ideas e ideologías, tareas. La resolución que al final es vana; la pátina del tiempo y el olvido se encargan de borrarla. Incluso aquellas que creen afectar a la humanidad entera, carecen de significado en la nocturna eternidad. Recuerdo a la amante de un olvidado, pero en sus días famoso, estadista. Llena de joyas, fatua, ostentando siempre un poder que ni siquiera era suyo. Sus encantos enmarcados por la petulancia y la crueldad la convertían en más atractiva al sequito de hombrecillos que la seguían por doquier y de los cuales ella abusaba. El desprecio que sentía por sus semejantes era tal, que como penitencia se obligaba a tratarlos. Existían rumores, que ella misma se encargaba de propagar, que decían que una sonrisa de ella influía más en el ánimo del político, que la petición de un ministro o la rigidez de la ley. La gente buscaba caer dentro de la gracia de esta dama para verse favorecidos por el mandatario. Todos creían saber que los caprichos absurdos de su gobernante estaban determinados por las pláticas y cuchicheos que se producían en la alcoba de los amantes.
   Debo reconocer, que a pesar de todo era una de las mujeres más hermosas que he conocido, y que durante las tres noches que la visité sentí una gran tribulación dentro de mí. Llegue a pensar que me había enamorado de ella; en salvarle la vida y desaparecer con ella, convertir a tan banal ser en mi compañera en la eternidad, afortunadamente las necesidades primigenias me volvieron a la cordura. La tercera noche, tras descubrir la perturbadora turgencia de su seno, lo hermosamente largo de sus piernas. El poblado vello de sus axilas. Decidí devorarla. Y mientras ella se pudría en su ataúd, sin que nadie la extrañara, el ministro seguía tomando las mismas decisiones arbitrarias, paseándose del brazo de una nueva amante.
   Los seres humanos y yo tenemos en común el correr tras todas las experiencias posibles, para después, con avara nostalgia recordarlas una a una, como quien cuenta y recuenta su dinero.
   Cuando me supe inmortal, creí posible encontrar en el desenfreno de saberme casi invulnerable, la satisfacción, el amor.
   Ahora, soy incapaz de recordar sí alguna vez amé o fui amado. En cambio, tengo presente el odio que la mayoría me tenía hasta hace poco. He sido perseguido desde siempre por el simple hecho de ser distinto. Hace mucho deje de distinguir entre la atracción y la estética. La belleza es búsqueda del esteta. La perfección obligación del cazador. Hoy en día las personas se acercan a mí en cuanto descubren mi identidad; pidiendo, rogando que les confiera la inmortalidad. Sólo a aquellos que son desagradables, vanidosos, mezquinos les concedo esta gracia, sabiendo que su propia estupidez los volverá más efímeros de lo que hubieran sido en su cotidianidad como mortales.
   Todo cazador debe ser desconfiado y certero.
   Llevo hoy la tristeza del insepulto, recorro cansado, apático esta existencia insulsa. Harto por momentos de la misma, pensando ilusamente que si ya lo he visto y experimentado todo.  
    Quisiera recordar el amor pero es en vano. Podrían decirme que es como una carcajada o como un dolor de muelas y lo creería. Tampoco eso lo recuerdo. Son, creo, necedades de viejo. Ya he demostrado a lo largo de más de dos mil seiscientos años que sin amor se puede existir. Pero es una curiosidad, como lo es tratar de recordar el sabor de la carne asada, o el refrescarse en las aguas del río a bajo el sol de mediodía.
    Mis obsesiones son sólo sueños decadentes de la senilidad; la curva del seno que precede al pezón. Y yo un vampiro, debo conformarme con insulsas e insípidas mocosas de rudimentarias voluptuosidades. Estas son épocas malas y las que vienen serán peores. Nada mejora nunca, me veo dentro de unos años devorando infantes chillones con sabor a orines.
   Por eso esta madrugada ante tan pútrido presente y un futuro desolador he decidido aguardar el amanecer. Recorrerlo en nombre de la desolación y la curiosidad.
publicado por thrpoint.com.mx 4 de diciembre de 2012
Foto: Flickr.com

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