La matanza anual de
especies para obtener marfil, no se limita a los elefantes y se extiende a
magnificas especies marinas en el Polo Norte.
Armando Enríquez Vázquez
Dentro de las grandes crónicas y descripciones de los
animales que los Europeos encontraron en su expansión y conquista por el mundo
muchas veces se impuso una distorsionada y curiosa manera de entender la vida
animal. Se dice que Colón avistó lascivas sirenas de grandes tetas en las
cercanías de sus barcos, científicos modernos nos dicen que estas sirenas eran
tan solo manatíes hembras que amamantaban a sus crías. Salvajes hombres dispuestos a violar mujeres y
que tenían la cara en el torso, son las primeras descripciones de los gorilas.
A finales del siglo XVI el explorador inglés Martín Frobisher, zarpó en busca
del paso del norte, un mítico pasaje que permitiría a los navegantes europeos cruzar
del Océano Atlántico al Pacífico en una ruta directa a la India y sus riquezas,
sin pisar tierras americanas. Aunque el pasaje no existe, Frobisher descubrió y
anotó en sus diarios el hallazgo en la playa de una isla, del cuerpo de un
extraño pez parecido a una marsopa pero
de mayor tamaño y el cual tenía un extraño y largo cuerno que parecía estar
hecho de cera que salía de su nariz… al cual identifico con un unicornio
marino. En realidad se trataba de uno de los cetáceos más extraordinarios que
existe: el narval. Su nombre viene del nórdico antiguo y significa cadáver de ballena
en referencia a su piel blanquecina y moteada similar a la de los cuerpos en
descomposición. Entre los animales que desde mi infancia me han fascinado, sin
duda se encuentran estos extraordinarios cetáceos.
Para desgracia de los narvales su colmillo, porque no es un
cuerno, si no un diente que puede alcanzar hasta tres metros de largo, no está
hecho cera sino de marfil. En un estudio publicado la semana pasada se sugiere
que el colmillo del narval es además, un órgano sensorial que ayuda al animal a
medir la salinidad del agua entre otras cosas de su medio ambiente, otros científicos
descartan esta idea, por el simple hecho de que el colmillo es propio de los
machos exclusivamente y afirman que el diente es una característica para atraer
a las hembras, como lo son los plumajes coloridos en el caso de las aves.
Lo cierto es que el marfil del colmillo ha sido desde
siempre causa de la caza de este mamífero, como en el caso de los elefantes y
rinocerontes en tierra. La reina Isabel de Inglaterra pagó 10,000 libras
esterlinas de su época por un colmillo de narval engarzado con joyas. Una cifra
similar habría sido suficiente para comprar un castillo. Los vikingos lo
vendían como cuerno de unicornio y los vasos hechos con estos cuernos, se creía
que podían detectar el veneno. Actualmente el precio por un colmillo de narval
es de aproximadamente 125 dólares por cada 30 centímetros.
Los narvales se encuentran catalogados en el apéndice II de
CITES que es la Convención Internacional de Comercio de Especies, tanto de
flora como de fauna, en Peligro de Extinción. Este apéndice II se refiere a
aquellas especies que a pesar de no estar actualmente amenazadas por la
extinción, el no protegerlas puede llevarlas a ese status de manera muy rápida.
En Canadá la caza de narvales está permitida únicamente a los inuit, por sus
tradiciones y costumbres, el número a cazar anualmente es determinado por las
autoridades canadienses en conjunto con las autoridades inuit. El pasado mes de
febrero se destruyó en Estados Unidos una red de comercio ilegal con colmillo
de narvales que durante seis años hizo ventas por más de un millón y medio de
dólares.
La población de narvales se considera entre 30,000 y 70,000
animales y su hábitat se limita al círculo polar. Se calcula que alrededor de
400 narvales son cazados por los inuit cada año con el permiso del gobierno,
pero desgraciadamente por lo métodos que actualmente utilizan los indígenas
para cazar a los narvales es difícil saber que tanto se excede la cuota. Los inuit
antes arponeaban a los narvales actualmente los cazan con rifles desde la
orilla hiriendo a algunos y provocando que otros ejemplares mueran y se hundan
en el Océano Ártico. Los inuit son los únicos, en Canadá, a los que se les
permite comerciar con el marfil de los colmillos del cetáceo. Mientras que Groenlandia
que adoptó una política de cuotas desde principios del actual siglo, los datos
de la matanza de narvales son poco claros. Año tras año ha incrementado estas
cuotas lo que ha diezmado a las poblaciones de narvales que habitan o migran a
través de sus costas.
Hoy en día la Unión Europea ha establecido una prohibición
en el comercio de colmillos de Narval, lo mismo que México y Estados Unidos. La
excepción es Dinamarca, no está claro si este veto es vigente en esa nación,
por ser Groenlandia parte de aquel país.
Un caso similar sucede con las morsas, habitantes también de
los fríos mares del polo norte. La morsa es otro de los animales cazado entre
otras cosa por el marfil de sus colmillos. Los colmillos de una morsa pueden
llegar a medir hasta sesenta centímetros de largo y son utilizados por los
animales como defensa frente a sus depredadores, como herramienta para abrir
los moluscos de los que se alimentan, incluso para aferrarse a los bloques de
hielo en el mar y poder treparlos. A pesar de que las poblaciones de morsas
suman aproximadamente 250,000 ejemplares en el mundo y que algunos países como
Canadá y los Estados Unidos limitan la caza de este mamífero a los pueblos
indígenas, la caza furtiva de las morsas es una realidad, aunque no es tan
cruenta en número como la de los elefantes, es difícil cuantificar los animales
sacrificados al año, porque como en el caso de los narvales incluso los
cazadores con permiso han sustituido los arpones por rifles y algunos de los
ejemplares heridos de muerte se hunden en el océano. Por otra parte, debido a la
gran extensión de los litorales en los que habitan las morsas que muchas veces
se encuentran totalmente aislados, su protección es difícil. Eventualmente se
han encontrado animales decapitados, los cazadores se llevan las cabezas y con
ellas los colmillos. Los cazadores tradicionales utilizan casi la totalidad de
la morsa; piel, grasa, carne y colmillos, pero los furtivos van tras los
colmillos únicamente.
Los seres humanos somos muy selectivos de lo que queremos
hablar y dar a conocer, nos preocupa más proteger a los animales que a los
mismos seres humanos, pero incluso en el caso de los animales parecen existir
categorías en lo que nos interesa y no conservar.
publicado en blureport.com.mx el 24 de marzo de 2014
imagen:borninthenet.com
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