Enfrentar una postura
editorial frente a un acto violento o una tragedia es siempre un dilema para
los medios. Aquí tres de los ejemplos más dignos.
Armando Enríquez
Vázquez.
La mañana del 3 de octubre de 1968, tras la masacre de
estudiantes en Tlatelolco, México se levantó a enfrentar el día. Los aparatos
de represión y censura del estado se habían encargado de blanquear la matanza
que surgió desde las oficinas de la presidencia y la secretaria de gobernación
y que ejecutó el ejército en contra de la población civil. La noche anterior el
presidente Gustavo Díaz Ordaz había reprendido de manera severa al conductor de
noticias Jacobo Zabludovsky por haber utilizado una corbata negra en la emisión
de su noticiero. Los represores siempre ven conspiraciones a su alrededor.
En la sección editorial del diario Excélsior, donde el caricaturista Abel Quezada publicaba a diario
su visión sobre México apareció un rectángulo negro. Como título o encabezado
solamente una pregunta: ¿Por qué?
En ese momento no había más que decir, hace cuarenta siete
años como hoy un gobierno priísta se encargaba de desaparecer a sus jóvenes y
de controlar lo que los medios decían al respecto. Una gráfica como la de
Quezada no podía ser más crítica, más reflexiva y más contundente y sin embargo
no había nada que censurar en un rectángulo negro.
Una imagen valió, una vez más, más que un millón de
palabras.
Un negro similar llenó la portada de la revista The New Yorker en su edición del 24 de
septiembre de 2001, para condenar los atentados del 11 de septiembre y honrar a
los muertos. En esta ocasión no había palabra alguna. La portada con dos tintas
negras de diferente densidad mostraba las Torres Gemelas, blanco de los aviones
terroristas y tumba de miles de seres humanos.
La idea fue de
Françoise Mouly, diseñadora y editora de arte de la revista y su esposo
Art Spiegelman, quienes fueron testigos del colapso de las torres desde su
departamento ubicado a tan solo unas cuadras de la Torre Norte del World Trade
Center.
Siempre he tenido mis dudas, sin demeritar el trabajo de
Mouly y Spiegelman, sobre cuál fue la influencia del cuadro negro de Quezada en
esta portada de The New Yorker. Abel
Quezada, trabajó para la revista neoyorkina en los años ochenta y diseñó varias
portadas de la afamada publicación.
El pasado 19 de enero la misma revista salió a la venta con
una portada condenando el ataque yihadista a los periodistas y colaboradores de
la revista satírica francesa Charlie
Hebdo. La portada obra de la artista gráfica española Ana Juan.
La obra seleccionada para la portada, entre cientos de
propuestas que llegaron al escritorio de Françoise Mouly, vuelve a ser una
imagen sencilla que según la misma Mouly, en una entrevista de radio concedida
a la Radio Pública Internacional (PRI, por sus siglas en inglés), la definió
como una imagen se muestra como el desafío de la prensa ante la intolerancia y
la censura.
La imagen de Ana Juan muestra la Torre Eiffel en blanco y
negro, sobre un fondo completamente blanco. La punta de la Torre se convierte
en la punta de un lápiz rojo y el boulevard que lleva hasta ella surge de una
difuminada mancha roja.
Ana Juan ha dibujado más de 20 portadas para The New Yorker desde 1995, entre ellas
la que conmemoró los diez años del ataque de las Torres Gemelas, a la que
tituló reflexiones y que muestra la ciudad de Nueva York vista desde el mar, el
reflejo de la ciudad sobre el agua es únicamente una serie de luces que forman
los edificios derrumbados.
En las tres gráficas existe una categórica y abrupta manera
de manifestar la ruptura de la cotidianidad, el dolor, ese silencio que perdura
tras la atrocidad. La impotencia consecuencia de masacres efectuadas por grupos
terroristas ya sea desde el estado, como en el caso de México, o externos qué a
través del asesinato de inocentes pretende justificar su intolerancia religiosa,
su obsesión en contra de la libertad de expresión. Las tres son ejemplo claro
de la misma fuerza y contundencia de esa libertad creativa y de expresión.
publicado en thepoint.com.mx el 2 de marzo de 2015
imagenes: jornada.unam.mx
thenewyorker.com
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