Uno de los escritores más críticos del siglo XX, una pluma imprescindible. Novelista, ensayista, poeta y dibujante.
Armando Enríquez Vázquez
A Günter Grass llegué, como a muchos otros encuentros
trascendentales en mi vida, gracias al cine. Conocí a Oskar Matzerath en la
adaptación cinematográfica de Volker Schlöndorf de la novela de Grass El tambor de hojalata. En una muestra de
cine en la década de los setenta, cuando yo aún era un adolescente. La película
me llevó a la novela, y la novela a otras novelas y textos a lo largo de los
años y de las décadas, del Premio Nobel de literatura alemán.
Leí El gato y el ratón,
El rodaballo y quedé encantado con La
ratesa. Años más tarde los textos de los de Mi Siglo, Escribir después de Auschwitz y Pelando la cebolla.
Grass no era muy querido por esos intelectuales de
izquierda, ni por esos judíos dogmatizantes que se rasgan las vestiduras por la
terrible masacre de judíos durante la II Guerra Mundial. Pero que sin embargo
aprueban el genocidio que Israel comete en contra de los palestinos, no lo era
porque confesó haber sido un joven soldado de SS durante los tiempos de la
conflagración. No era querido por esos dictadores que le negaron en su momento
pasar sus fronteras o que lo nombraron persona
non grata.
En su libro Pelando la
cebolla, Grass cuenta su vida en el campo de concentración donde los
aliados lo enviaron a él, tras ser herido y detenido junto con otros cientos de
soldados alemanes tras la derrota y cuenta como en ese lugar conoció a otro
joven soldado del que no menciona nombre, pero que alcanzó un alto grado en la
jerarquía eclesiástica y que a los lectores nos queda siempre la duda si no se
trató del cardenal Ratzinger.
Pero también ese hombre que formó parte del ejército Nazi
escribió uno de los textos más críticos acerca de la función del escritor tras
la develación de los horrores cometidos por sus compatriotas en contra del
pueblo judío y que publicó Planeta con el título de Escribir después de Auschwitz, en el habla de la imposibilidad de
escribir sin llevar en mente los horrores que fueron descubiertos en ese campo
de la muerte y basándose en la frase de Adorno de que tras Auschwitz resultaba
imposible escribir poesía. Grass fue crítico de Alemania ante todo y de los
alemanes que como él sucumbieron a la seducción del nazismo.
Errar es de humanos, como lo es arrepentirse y enmendar el
camino. Grass fue un hombre sincero. Fue un crítico de la sociedad, de las
ideologías. Fue un gran dibujante, pero ante todo fue uno de los grandes
escritores del siglo XX, tal vez su franqueza no lo haga tan popular como a
otros ganadores del premio Nobel, ni tan carismático como a muchos escritores
más preocupados por la lisonja y el saludo incondicional a las causas populares
a cambio de aplauso y reflectores. Pero eso es algo que el tiempo cura, lo que
permanece es la obra y la obra de Günter Grass es sin duda una de las columnas
de la literatura de estos dos siglos.
Oskar Matzerath decidió dejar de crecer y fue seducido por
el circo de enanos, tal y como lo hace hoy esa gran mayoría de seres humanos
que se esconden en lo políticamente correcto, en las causas banales y frívolas
que imponen un dudoso código que está muy lejano del humanismo.
Siempre que muere uno de mis escritores favoritos, muere esa
incertidumbre de gozar un nuevo texto, una nueva reflexión. El librero parece
contraerse. La muerte es contundente. Quedan las páginas para la gozosa
relectura como las fotografías para la memoria.
publicado en blureport.com.mx el 17 de abril de 2015
imagen: las2orillas.co
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