La cuarta temporada es sólo la larga agonía de una serie que parece haber perdido el sentido de maldad humana con la que los personajes fueron escritos en las primeras temporadas.
Armando Enríquez Vázquez
Llegó al fin la cuarta temporada de la serie que cambió
muchas cosas dentro del mundo del entretenimiento, los contenidos, la
distribución de los mismos e incluso en los premios de la industria
norteameicana en la materia. House of
Cards, es además la serie icónica de Netflix, que definió el negocio de la
empresa y marcó la llegada de una nueva era donde lo que menos importa es la
televisión y las cadenas de televisión, anteponiendo al espectador como el
verdadero administrador de sus preferencias en la selección de contenidos y su
consumo.
House of Cards con
dos primeras temporadas excepcionales nos llevaron a todos a ver de otra manera
los melodramas maniqueos a los que las grandes cadenas norteamericanas; ABC,
CBS, NBC nos tenían acostumbrados con sus historias sobre la Casa Blanca y los
políticos más cercanos al primer círculo de poder en Estados Unidos. A
principios del siglo FOX con 24 nos
mostró presidentes norteamericanos, vulnerables, desquiciados y en la última
temporada de la serie, hace un par de años, a un presidente enfermó de
Alzheimer, pero todos ellos sólo actuaban para decorar o dar sentido a las
acciones de Jack Bauer.
House of Cards optó
por contar la historia de un cínico, maquiavélico; un hombre enfermo por el
poder y capaz de todo por conseguirlo de la mano de su esposa y cómplice en las
buenas, las malas y sobretodo las peores. En pocas palabras la imagen de un
político de las últimas décadas. La historia originalmente inglesa y ubicada en
el periodo inmediato posterior a la caída de Margaret Tatcher, encontró a un
excelente grupo de guionistas, asesores y productores, incluyendo a los
responsables del libro y serie británicos, que supieron adaptar la historia a
Washington y a hacer personajes en su mayoría despreciables, lo suficientemente
atractivos para ver los trece capítulos de las temporadas de un jalón si era
posible.
Las dos primeras temporadas fueron extraordinarias y sin
lugar a dudas uno de los acontecimientos en materia de contenidos de
entretenimiento, mientras Frank Underwood se enfilaba a la presidencia de
Estados Unidos, a través de los artilugios y acciones criminales de todo
calibre y no de los votos ciudadanos, los espectadores íbamos de sorpresa en
sorpresa ante la crueldad, frialdad y menosprecio por todo que definen al seductor
personaje que confesaba a la audiencia, en esos apartes teatrales que nos
involucraban en el mundo de Frank Underwood, que la
democracia está sobrevaluada.
En la tercera temporada Frank Underwood, finalmente
presidente de Estados Unidos se vio sobrepasado por el presidente ruso, la
procuradora general de la nación americana y por Claire, su esposa, esa mujer a
la que Underwood nos confesó en las primeras temporadas amar como los tiburones aman la sangre.
El personaje que nos llevó hasta esa tercera temporada a
partir de su cinismo, de su dureza y de su maquiavélica inteligencia, de pronto,
al llegar a su meta perdió el objetivo y sobretodo la fuerza de carácter para
mover los hilos del poder y las situaciones a su conveniencia a pesar de ocupar
uno de los puestos de poder más importantes en el mundo, a tal grado el
personaje de Frank Underwood se debilitó, que al final de la tercera temporada
Claire abandonó la Casa Blanca rompiendo finalmente con la pareja criminal que
había llegado a la Casa Blanca por medios torcidos y al ser incapaz de enfrentar
el proceso electoral legal.
La cuarta temporada es sólo la larga agonía de una serie que
parece haber perdido el sentido de maldad humana con la que los personajes
fueron escritos en las primeras temporadas y a pesar de que las excelentes
actuaciones y los giros de tuerca nos mantienen sentados consumiendo los capítulos,
la verdad es que los personajes se han desdibujado, no han evolucionado y al
contrario parecen ser cada día más simples clichés de ellos mismos.
Doug Stamper un hombre con una mente retorcida y
unidereccional, se convirtió de pronto en un personaje de funcionarios simplón
y celoso, buscando enterrar sus pecados con la primera ama de casa que se le
aparece. Los giros inesperados en la trama a veces recuerdan más al desesperado
disparo de un arma para cambiar situaciones que a acciones reales que
modifiquen la trama y nos lleven por nuevos derroteros.
Claire y Frank se hacen más daño a lo largo de la serie,
sólo para descubrir algo que era la premisa principal de la serie; un
matrimonio creado con el único propósito de hacerse del poder a como diera
lugar. La paciencia e inteligencia que llevaron los Underwood al senado de
Estados Unidos y más tarde a la presidencia, se transformaron en rabieta de uno
contra el otro a lo largo de algunos capítulos, mientras que en otros en una
nueva alianza más con sabor a personajes de DC que a una pareja de viejos lobos
de mar.
Aquellos inteligentes y memorables momentos en que Frank
Underwood atravesaba la pantalla del televisor, para sentarse con nosotros y
compartir su pragmática filosofía, su yo interno, han casi desaparecido. Frank
Underwood al volverse un personaje débil y más estereotipado ha regresado a su triste
realidad 2 D.
La anticipada batalla entre Underwood y Heather Dunbar, su
ex procuradora general de Estados Unidos por la nominación demócrata como
candidato a la presidencia se diluye para dar paso a subtramas más de
telenovela que de la serie dramática que estábamos acostumbrados. Al final nos
queda una promesa vacua que anticipa el terror
de una quinta temporada, esperamos que sea la última, que fue ya firmada y
se estrenará el año entrante.
publicado el 21 de marzo de 2016 en roastbrief.com.mx
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