Estas mujeres
acompañaron a sus maridos a la Nueva España, para bien o para mal, para honra o
deshonra y así las recuerda la Historia.
Armando Enríquez
Vázquez
En su extraordinario libro Virreyes y Virreinas de la Nueva España, Artemio de Valle-Arizpe se
dedicó a describir en diferentes formatos narrativos el paso de aquellos que
nombrados por el Rey de España y de las esposas que los acompañaron, a veces
dejando una reputación envidiable entre aquellos a los que se suponía debían
gobernar y en otras esa reputación no fue tan buena.
Por ejemplo, en septiembre de 1660 llegó a la Ciudad de
México, con la encomienda de gobernar la Nueva España el Conde de Baños; Juan
Francisco de Leyva y de la Cerda, para representar al rey en estas tierras y
con él como era de esperarse llegaron su esposa y sus vástagos. Resultó que el
Conde era un verdadero mandilón, que no podía negarle nada a su media naranja que
era una codiciosa y ambiciosa mujer de nombre Mariana Isabel de Leyva y Mendoza.
Durante los cuatro años en que el Conde de Baños fue Virrey de La Nueva España,
quien dirigió el destino, sobre todo en materia de impuestos, de la colonia fue
la Virreina quien no solo buscaba incrementar la recaudación fiscal en
beneficio propio, los abusos de este matrimonio, que incluía los negocios que
la Virreina hizo con diferentes mercancías que ella se encargaba de vender y
mandar a otras colonias, los hijos del matrimonio se divertían organizando
escandalosas fiestas en el palacio virreinal, todo esto llegó a oídos del Rey
Felipe IV quien molesto por el abuso del Virrey, mandó al Virrey una carta para
abandonar el cargo y darle el título de Virrey al Obispo de Puebla. Pero
Mariana Isabel se encargó de convencer al Virrey de destruir la correspondencia
del Rey, haciéndose como si esta jamás hubiera llegado. Lo que sucedió en
varias ocasiones hasta que no pudiendo ocultarlo más el Conde de Baños y
temiendo la ira del monarca que amenazaba ya con castigos severos a su servidor,
dio el cargo al Obispo de Puebla, al enterarse de la destitución del Virrey el
pueblo se alzó en motines mostrando su desprecio ante la familia de Juan
Francisco de Leyva y Mendoza y su descarada mujer que se enriquecieron a costa
de los novohispanos, lo cual parece ser una pauta que se repite desde esa época
fundacional de la nación. De acuerdo con lo escrito por Valle-Arizpe, la
Condesa al llegar a España fue afectada por una enfermedad que casi la mató y
al recuperarse entró a servir en un convento donde murió.
Pero no fue este la única virreina codiciosa, a finales del
siglo XVIII y a pocos años del movimiento independentista llegó a México Don
Miguel de la Grúa Talamanca y Branciforte, el 53 Virrey de la Nueva España
nombrado por el rey Carlos IV, su esposa María Antonia de Godoy igual de
codiciosa que el Virrey, quien se llevó de la Nueva España enormes cantidades
de dinero y bienes para sus arcas particulares, burlando como tantos otros al
rey y a los habitantes de la colonia. Para darse cuenta de esa codicia basta
citar lo que Valle Arizpe cuenta de la codiciosa virreina quien al llegar a la
Ciudad de México y ver la cantidad de perlas que exhibían las novohispanas en
sus joyas, la mujer ideo la forma de despojarlas de ellas, organizó entonces
una celebración para agradecer a la aristocracia de la Nueva España los
diversos recibimientos que se habían hecho en su honor. La virreina acudió
portando tan sólo corales como joyas y hablando de como en España las perlas
habían pasado de moda y eran despreciadas por las damas de la corte, y de cómo
la nueva moda eran los corales. Al día siguiente las novohispanas vendían sus
perlas y compraban corales a agentes del virrey a los que se preparó para esta
labor. Así la virreina y el virrey se hicieron no solo de las perlas de las novohispanas,
sino que se adueñaron de su dinero al venderles corales a precio de oro.
Otra afamada virreina, con una actitud totalmente diferente,
fue Doña Leonor Carreto, Marquesa de Mancera, esposa de Antonio Toledo y
Salazar Marques de Mancera, quién curiosamente fue nombrado Virrey cuando aún
estaba aún en el poder el malandrín de Juan Francisco de Leyva y de la Cerda,
en 1663. El Virrey Toledo llegó a la capital de la Nueva España en 1664. La
fama de la Virreina se basa en que amante de las artes y de una vida de
cultura, la Marquesa de Mancera fue mecenas de nuestra Sor Juana Inés de la
Cruz y muchos incluso la quieren hacer su amante. Leonor Carreto hija del
embajador alemán Marqués de Grana, fue parte de la corte de la reina Mariana de
Austria y por tanto gozaba de tertulias y obras de teatro. Leonor Carreto fue
una de las Virreinas, de hecho, la segunda en la historia en morir en tierras
de la Nueva España. La Marquesa de Mancera murió en 1673, una vez terminada la
encomienda de su marido y cuando el matrimonio regresaba a España en la
población de Tepeaca, Sor Juana le dedicó tres sonetos mortuorios a quien había
sido su benefactora, durante sus exequias en la Catedral de la Ciudad de
México. En sus obras Sor Juana la identificó como Laura.
Mueran contigo, Laura, pues moriste,
los afectos que en vano te desean,
los ojos a quien privas de que vean
la hermosa luz que a un tiempo concediste.
Muera mi lira infausta en que influiste
ecos que lamentables te vocean,
y hasta estos rasgos mal formados sean
lágrimas negras de mi pluma triste.
Muévase a compasión la misma Muerte,
que, precisa, no pudo perdonarte;
y lamente el Amor su amarga suerte,
pues si antes, ambicioso de gozarte,
deseó tener ojos para verte,
ya le sirvieran sólo de llorarte
los afectos que en vano te desean,
los ojos a quien privas de que vean
la hermosa luz que a un tiempo concediste.
Muera mi lira infausta en que influiste
ecos que lamentables te vocean,
y hasta estos rasgos mal formados sean
lágrimas negras de mi pluma triste.
Muévase a compasión la misma Muerte,
que, precisa, no pudo perdonarte;
y lamente el Amor su amarga suerte,
pues si antes, ambicioso de gozarte,
deseó tener ojos para verte,
ya le sirvieran sólo de llorarte
La llegada de un nuevo virrey y su esposa en 1680, siete
años después de la muerte de la Marquesa de Mancera. Al igual que Leonor
Carreto, la nueva virreina; María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, princesa de
Mantua, onceava Condesa de Paredes y Marquesa de la Laguna, tenía un gran gusto
por las artes y de igual manera que su antecesora se convirtió en mecenas de
Sor Juana Inés de la Cruz, quien también le dedicó varios poemas y surgió una
amistad entre la virreina y la monja escritora, en ellos también decidió
ocultar el nombre de la virreina con otro nombre y utilizó el de Lysi. La
belleza de la virreina parece haber impactado a muchos incluida la monja y las
visitas entre ambas mujeres fue motivo de murmuraciones de la misma manera que
lo fueron los poemas escandalosamente eróticos, para la época y la siempre
mojigata sociedad de nuestras tierras. Lo que a veces se duda de Leonor Carreto
parece haber sido claro en la relación de María Luisa Manrique y Sor Juana.
Mi rey, dice el vasallo;
mi cárcel, dice el preso;
y el más humilde esclavo,
sin agraviarlo, llama suyo al dueño.
Así, cuando yo mía
te llamo, no pretendo
que juzguen que eres mía,
sino sólo que yo ser tuya quiero.
Yo te vi; pero basta:
que a publicar incendios
basta apuntar la causa,
sin añadir la culpa del efecto.
Que mirarte tan alta,
no impide a mi denuedo;
que no hay deidad segura
al altivo volar del pensamiento.
Y aunque otras más merezcan,
en distancia del cielo
lo mismo dista el valle
más humilde que el monte más soberbio,
En fin, yo de adorarte
el delito confieso;
si quieres castigarme,
este mismo castigo será premio.
mi cárcel, dice el preso;
y el más humilde esclavo,
sin agraviarlo, llama suyo al dueño.
Así, cuando yo mía
te llamo, no pretendo
que juzguen que eres mía,
sino sólo que yo ser tuya quiero.
Yo te vi; pero basta:
que a publicar incendios
basta apuntar la causa,
sin añadir la culpa del efecto.
Que mirarte tan alta,
no impide a mi denuedo;
que no hay deidad segura
al altivo volar del pensamiento.
Y aunque otras más merezcan,
en distancia del cielo
lo mismo dista el valle
más humilde que el monte más soberbio,
En fin, yo de adorarte
el delito confieso;
si quieres castigarme,
este mismo castigo será premio.
Fragmento de Mi Divina
Lysi.
María Luisa Manrique abandono junto con su esposo el Marqués
de la Laguna la Nueva España en 1686, tres años después ya en Madrid María
Luisa Manrique se encargó de la publicación del primer libro de Sor Juana, eso
deduce Octavio Paz, pues el libro aparece editado por uno de los hombres de
confianza del Marqués de la Laguna, pero no precisamente un amante del arte. El
título del libro fue Inundación
Castálida, haciendo referencia a la fuente al pie del Monte Parnaso y donde
los poetas supuestamente bebían la inspiración. María Luisa Manrique murió en
Milán en 1721.
Baste ahora con hablar de estas cuatro que por lo visto fueron
polos opuestos entre ellas, en otra ocasión hablaré de otras virreinas
novohispanas. De acuerdo con la investigación de Antonio Rubial García Las virreinas novohispanas. Presencias y
ausencias, únicamente 28 virreyes trajeron consigo a sus esposas a la Nueva
España. Por lo que en cerca de tres siglos sólo 28 mujeres ocuparon este cargo.
publicado en mamaejecutiva.net el 27 de febrero de 2017
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