Somos una generación que ha preferido en muchos casos no arriesgar la zona de confort, por no cuestionar al poder y en su momento la represión que este ejerció contra los mexicanos.
Armando Enríquez Vázquez
Hace ya muchos años, cuando los mexicanos comenzamos a creer
que el escarnio políticos se basaba en una máscara y sobrenombres, cuando las
esquinas se llenaron de cientos de vendedores ambulantes y payasitos de la
calle con aquellas burdas máscaras de Carlos Salinas y del Chupacabras, un fin de semana caminando por el centro de Coyoacán,
me topé con de esos cómicos de banqueta en cuya rutina llevaba una de estas
mascaras de chupacabras, al final del número gritaba: ¡Todos somos Marcos! y acto seguido se arrancaba la máscara para
dar paso a un pasamontañas y el grito: ¡Todos
somos Narcos!, una vez más se quitaba el pasamontañas para dar paso a una
máscara de Carlos Salinas de Gortari y clamar: ¡Todos somos Carlos!, finalmente se arrancaba la máscara de nuevo
para dejar ver su rostro y terminar con un ¡Todos
somos barcos!
La audiencia no dejaba de aplaudir ante cada una de las
sorpresas, como si se tratara de acto de magia, pero ante la última frase
muchos dejaron el aplauso y se miraron entre ellos.
La generación a la que pertenezco aprendimos a vivir en
crisis causada por los malos gobiernos del PRI, por presidentes ávidos y
sedientos de poder y riquezas, a los que nunca les interesó el país, ni sus
habitantes. Hombres desquiciados y asesinos como Luis Echeverría o Carlos
Salinas de Gortari o simplemente desquiciados como José Lopéz Portillo y sus
delirantes declaraciones, familiares y amigos. Presidentes grises como Miguel
de la Madrid.
También somos una generación que ha preferido en muchos
casos no arriesgar la zona de confort, por no cuestionar al poder y en su
momento la represión que este ejerció contra los mexicanos, porque no se trata
sólo de Tlatelolco o del Halconazo de 1971, se trata de todos los años, hasta
los días actuales en que los gobiernos priístas declararon una guerra sucia en
nuestro país. A diferencia de Felipe Calderón que decidió enfrentar para bien o
para mal al crimen organizado, los gobiernos priístas siempre han optado por
luchar, encarcelar y matar a los mexicanos y pactar con el crimen organizado,
desde los tiempos en que Abelardo L. Rodriguez decidió pactar con la mafia
americana y permitir el paso de drogas y casinos en la frontera de Baja
California, años después cuando Miguel Alemán Velasco seducido por una espía
Nazi se aliaba y vendía a México con el régimen de Hitler y puso al país en una
posición muy desfavorable frente a los norteamericanos.
Se decía antes que la Revolución te había o no hecho
justicia de acuerdo con la riqueza que tuvieras. Los mexicanos sin educación de
calidad, en una pobreza que lacera a más del cuarenta por ciento de
conciudadanos, con un salario mínimo que todos los días se deprecia y jornadas
laborales cada día mayores. Con una cultura promovida desde todas las
instancias de la partidocracia y el corporativismo del que no tranza no avanza,
hemos decidido en muchas instancias permanecer callados, permitir que se
aniquile a nuestras mujeres, que priístas sin escrúpulos se dediquen a la trata
de personas y sus crímenes queden impunes como quedó demostrado en los casos de
Mario Marín ex gobernador de Puebla y Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre, líder
en su momento del PRI de la CDMX.
Somos barcos porque hemos permitido que ex gobernadores como
Javier y César Duarte, Roberto Borge, Guillermo Padrés y eso sólo por mencionar
a algunos de los más recientes, se enriquezcan lucrando con los derechos de los
mexicanos y su patrimonio, sin hacer nada por sus estados o por la nación, y en
algunos casos como el de los Duarte, cometiendo un genocidio al dar falsas
medicinas a cientos de niños. Tristemente la historia se puede remontar a otro
tipo de caciques y asesinos aprobados por el PRI como Gonzalo N Santos en San
Luis Potosí en las décadas posteriores a la Revolución o Rubén Figueroa en
Guerrero durante los años setenta. Pero los culpables no son a estas alturas
únicamente los partidos políticos. De ninguna manera. Gran parte de la culpa es
nuestra que hemos decidido en la medida de que no somos afectados personalmente
cerrar los ojos y la boca. Dejar pasar todos, los crímenes, arbitrariedades y
suciedades que los políticos han querido cometer con nosotros y con el país.
Todos somos barcos porque permitimos que día a día que desde
la oficina de la presidencia o de las oficinas de gobiernos estatales se
manipule y se juegue con cosas tan delicadas e importantes como la vida de
todos nosotros. Una corrupción que va desde encarcelar y crear presos políticos
en los disidentes de la partidocracia, como el Doctor José Manuel Mireles o el
padre Solalinde.
Todos somos barcos porque hemos decidido ignorar el derecho
a la pluralidad de voces, y hemos permanecido callados cuando Enrique Peña
Nieto decidió censurar ordenando y presionando a dueños de medios el cese de
comunicadores, a cambio de que el gobierno mantuviera el ingreso por concepto
de propaganda del estado o el retiro de las concesiones como sucedió en los
casos de Carmen Aristegui en MVS y Pedro Ferriz de Con en Grupo Imagen.
Somos barcos porque aceptamos la sorna con la que el cínico
y servil, a las empresas constructoras españolas, Gerardo Ruiz Esparza,
Secretario de Comunicaciones y Transportes minimiza la muerte de dos mexicanos
con tal de no hablar mal de la constructora que elevó los costos de la obra
para dejar un mortal camino mal hecho y que tampoco acepta la responsabilidad
de nombrar delegados simplemente por amiguismo.
Somos barcos y hasta trasatlánticos que dispuestos a creer
que aún existen mesías políticos que habrán de salvarnos del caos político,
únicamente porque lo merecemos. Y ya olvidamos la forma despectiva en que esos
personajes que se creen ungidos contestan lo quieren y lo que no les conviene
mejor lo hacen a un lado. Se inventan cuentos y nosotros los compramos sin
darnos cuenta de que son parte de ese mismo complot, del que tanto hablan.
Somos barcos porque a diferencia de otros países más
pequeños, pero con mayor dignidad, hemos elegido hacernos de la vista gorda
ante un congreso inoperante, corrupto y que no trabaja, un poder judicial donde
la impunidad y la colusión con los criminales es lo que impera, una democracia
inexistente representada por un instituto de peleles de los partidos políticos
y del gobierno federal. Porque no creemos en nuestra capacidad y nuestra voz
para llevar a un presidente a la cárcel. No nos atrevemos a exigir que sirvan
para lo que fueron electos.
Somos barcos porque hemos decidido dejarnos robar la
democracia por un grupo de partidos, todos absolutamente todos, dispuestos a
sojuzgar a los mexicanos antes que perder privilegio, canonjías y la posibilidad
de cometer atropellos, crímenes y desfalco, Porque hemos permitido que crean
que el país les pertenece y están exentos de juicios y señalamientos.
Todos somos barcos y baste recordar que tanto peca el que
mata la vaca como el que le agarra la pata.
publicado en blureport.com.mx el 20 de julio de 2017
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