Uno de los saldos más
importantes de las elecciones del pasado 1º de julio, sin duda es la derrota
contundente de los partidos tradicionales y su posible muerte.
Armando Enríquez Vázquez
Dicen los comentaristas y politólogos eufemísticamente que el
1º de julio cambió el mapa político del país, hablan de un tsunami, cuando lo que sucedió realmente fue una masacre basada en
el hartazgo de la mayoría de la población y el rechazo a institutos políticos que
no hicieron por nada por los mexicanos durante sus diferentes ejercicios del
poder.
Tras ganar en el año 2000, Vicente Fox traicionó a lo largo
de su sexenio a los mexicanos y se ha comportado desde entonces como aliado del
PRI, al que se negó aniquilar y que en su momento se manifestó como simpatizante
tanto de Enrique Peña Nieto como de José Antonio Meade dándole la espalda al
que en teoría es su partido.
Calderón fue un presidente que se olvidó de los mexicanos
para erigirse a fuerza de decretos como comandante supremo de la nación en una guerra
que no sólo no supo plantear, si no que tristemente perdió de facto y ante la
mirada crítica de muchos de sus detractores y sectores de la población. Peña
Nieto y su camarilla de ladrones han sido el colmo del desprecio por el
ciudadano y el amor por la corrupción y el dinero fácil a partir de opacas
transacciones.
Los mexicanos en su mayoría, el 53%, decidieron decir: ¡Basta!
a los partidos tradicionales y a ciertos políticos arropados por las siglas de los
partidos tradicionales, aunque en la desmemoria aceptaron a otros igual de
corruptos que se fotografiaron con López Obrador y bajo el nombre de Morena.
Pero aparte de esa extraña amnesia, lo cierto es que los partidos
de siempre fueron avasallados por la decisión popular. En Veracruz donde los
voraces Fidel Herrera, Javier Duarte y la opacidad de Miguel Ángel Yunes
Linares reinaron los últimos once años, los ciudadanos de ese estado no le
dieron la mayoría del congreso local al PRI, ganaron Morena y al PAN. Lo
significativo fue que el PRI no ganó ni un sólo distrito en un estado que se
decía ayudó a Salinas a ganar la presidencia.
Al parecer el PRI no ganó ninguna de las 9 gubernaturas en
disputa, sólo hay dudas en Yucatán y todo parece indicar que las curules y
escaños serán el menor número que ha tenido el PRI en su historia. Perdió la
capital del Estado de México, Ecatepec y hasta la cuna de Peña Nieto Atlacomulco.
Hermosillo capital de la tierra de Manlio Fabio Beltrones quedó en poder de
Morena.
Lo que espera seguramente en los próximos meses y años al
Partido Revolucionario Institucional es la desbandada de todos los chapulines
que buscaran acomodarse en el nuevo partido oficial o en los partidos satélite
del mismo. El presupuesto del PRI se tendrá que ver disminuido y ese aparato
gigantesco de operadores que fallaron el 1º de julio, (yo creo que operaron a
favor de otro) no podrá ser mantenida ya por un partido tan disminuido. La
desolación que vivió el PRI en 2000 es nada en comparación de lo que sucederá
una vez que Enrique Peña Nieto abandone Palacio Nacional.
Pero la tragedia es mayor en el Partido de la Revolución
Democrática, que de acuerdo con algunos opinólogos puede y debe perder el
registro, junto con el PES y el PANAL.
El PRD como el PRI apostaron a candidatos que no eran
propios, traicionaron a su militancia en aras de una ambición a la sombra de otros,
creyeron poder triunfar, sin apostar en sus fuerzas. Sus dirigentes y más
antiguos militantes se hacen hoy sorprendidos porque sus bases los abandonaron.
Sobretodo en el PRI.
Los culpables de los fracasos de estos partidos son muy
sencillos de señalar. Enrique Peña Nieto y Alejandra Barrales quienes
terminaron por anular la historia de sus institutos políticos. Vendidos ambos a
Candidatos del PAN o a los que se les identificaba con el PAN como en caso de
Meade, incluso hoy los viejos ladrones del PRI como Ulises Ruiz salen a acusar
que hasta el vocero de la campaña del candidato priísta fue el panista Javier
Lozano, cuando en su momento no se atrevieron a oponerse a Peña Nieto y el
reemplazo del inútil Ochoa Reza, René Juárez, llegó demasiado tarde cuando el
barco se había hundido.
No me queda ninguna duda que para acrecentar la crisis que
habrán de vivir en el futuro, las hasta el 1º de julio principales fuerzas políticas
de México, en los próximos meses habrá miles de chapulines que se unirán a
Morena en busca de seguir viviendo del presupuesto. No olvidemos que durante
los últimos días de las campañas tanto priístas como perredistas le dieron la
espalda a los institutos políticos que los cobijaban para unirse a Morena. La
crisis de los tres partidos; PAN, PRI y PRD apenas comienza.
El PRI y el PRD se encuentran en posibilidades reales de
desaparecer, mientras que el PAN tendrá una vez que se haya acabado la
presidencia de Ricardo Anaya, replantearse el rumbo y regresar a ser la pequeña
oposición que era en los años setenta, expulsar a los traidores como lo hizo
con Ernesto Cordero, incluyendo al ex presidente Fox y a Javier Lozano. El PRI
deberá borrar todos los rastros del último sexenio y desentenderse del grupo de
políticos del Estado de México, Arturo Montiel, Enrique Peña Nieto y Eruviel
Ávila que tanto daño le hicieron a ese partido en su principal bastión que está
actualmente en ruinas.
Más allá del merecido fin virtual al que se enfrentan estas
dos fuerzas políticas, los ciudadanos debemos exigir al nuevo gobierno que
permita el surgimiento de las nuevas fuerzas políticas y se comprometa con la
democracia y no con la perpetuidad de su partido en el poder.
También debemos exigir que esa promesa de acabar con la
impunidad también comprenda ese pasado cercano muy cercano donde los
secretarios de Peña Nieto, sus gobernadores y otros priístas históricos son los
que crearon la brecha entre pobreza y riqueza con su avaricia, son los
culpables de la inseguridad al permitir desde su militancia la trata de
personas y pederastia.
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