Una relación
perniciosa en materia del poder han sido desde hace décadas la que se establece
entre el gobierno federal y los sindicatos. ¿Seguirá esto igual?
Armando Enríquez
Vázquez
A lo largo de la campaña y tras las elecciones una de las
relaciones que más ha interesado al público en general, articulistas, periodistas,
politólogos e inversionistas es la que el futuro presidente de México mantiene
y mantendrá con los empresarios, la verdadera fuerza motora del crecimiento del
país. Poco énfasis se ha hecho en la relación que López Obrador tiene y tendrá con
las fuerzas mas retrogradas y corruptas en México, principal fuerza del
retroceso nacional; los sindicatos.
Por décadas esos nichos de riqueza malhabida y poder
desmesurado y transexenal han sido una de las fuerzas con las que han tenido
que pactar candidatos y presidentes. El último ejemplo de un golpe a un poderoso
sindicato fue cuando Enrique Peña Nieto encarceló a Elba Esther Gordillo líder
sindical de los maestros pero careció de la contundencia con la que Carlos
Salinas de Gortari ordenó crear un caso en contra de Joaquín Hernández Galicia,
alias “La Quina” poderoso líder de los Petroleros, por haberse opuesto a su
candidatura a la presidencia.
Los gobiernos de Fox y Calderón fueron sumisos y permisivos con
Elba Esther Gordillo, mientras que Enrique Peña Nieto lo ha sido con el líder
del sindicato petrolero Carlos Romero Deschamps.
López Obrador como supuesto hombre de la izquierda siempre
se ha preciado de tener una buena relación con los sindicatos radicales y en teoría
independientes del país, en su momento apoyó y se fotografió al lado del corrupto
líder de la desaparecida Compañía de Luz y Fuerza, Martín Esparza, quien después
se alió con Peña Nieto y hoy sus representados, curiosamente existe el
sindicato, pero la empresa ya no, le piden a Andrés Manuel afuera de su casa de
campaña que lo destituya del organismo sindical, de la misma manera para las
pasadas elecciones López Obrador se alió con el CNTE y con otro líder sindical
corrupto que será senador plurinominal Napoleón Gómez Urrutia.
Si por un lado el presidente electo Andrés Manuel López
Obrador ha decido hacer cambios no sólo en cuanto a la ubicación geográfica de
las secretarias y organismos del gobierno, de modificar los sueldos de los
servidores públicos a la baja, de eliminar funciones que se duplican en el
gobierno, creando por ejemplo sólo un área de adquisiciones y otra que se dedique
a la comunicación social de todo su gobierno, lo extraño es que hasta ahora
haya hablado de la eliminación de las plazas de confianza que por lo general
son las menos burocráticas y las más ejecutivas de las dependencias de gobierno
y no se haya manifestado acerca de los sindicatos, sus aviadores, la corrupción
al interior de los mismo y la impunidad de la que gozan estos miembros de los
sindicatos.
El barrido de escaleras de arriba hacia abajo como lo ha prometido
el próximo presidente debe incluir a los sindicatos y a sus líderes. ¿Permitirá
Andrés Manuel, “un luchador social”,
que los clásicos líderes corruptos emanados del PRI y del sistema que creó la “Mafia del Poder” se perpetúen durante “La Cuarta Transformación de México”?
Baste recordar que durante su jefatura de gobierno en el Distrito Federal nada
hizo para limpiar los sindicatos.
La relación que habrá a futuro con los sindicatos no es
clara. Ya en campaña mientras coqueteaba con la Coordinadora de Trabajadores de
la Educación en Oaxaca, el entonces candidato bailaba en la capital al son que el
Sindicato de Trabajadores de la Educación le pedía. Y es que hay que reconocer
que el PRI creó a partir de represión y asesinatos sindicatos fieles al poder
que no permitieron la disidencia y se consolidaron como enormes máquinas clientelares
en tiempos de elecciones, músculo en sus días para intimidar a la oposición y
que gracias a las canonjías y excepciones legales de las que disfrutaron y
disfrutan sus lideres son arma de presión para políticos y candidatos. Las
clientelas de las tribus nacidas en el PRD y que hoy son parte de la estructura
de Morena son una pálida réplica de ese sistema creado por el PRI y que ese
partido llamó sectores.
López Obrador habrá de lidiar en un principio con personajes
de la talla y talante de Carlos Romero Deschamps, Joel Ayala líder del
sindicato de burócratas que ya pide vivienda digna para los trabajadores del
estado que sean afectados por el traslado de secretarías. Víctor Flores Morales
líder de los ferrocarrileros, y otros vivales quienes, olvidando la
representación laboral, han creado nichos de poder y corrupción que cualquier
luchador social de izquierda debe despreciar y tratándose del presidente de la
nación en teoría resultan intolerables. El problema es que el presidente y sus
allegados se pueden ver tentados a reemplazar a estos líderes en su mayoría de
filiación priísta con nuevos vivales simpatizantes de Morena.
Esta relación será clave para poder definir si López Obrador
encabezará realmente La Cuarta Transformación o sólo revolcará en el polvo de
su ideario y ambición secreta a la mula intentando perpetuar a su partido en el
poder.
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