lunes, 1 de abril de 2019

Víctimas.




Nuestra mejor excusa es que nosotros no somos culpables, somos victimas de las situaciones, de los planes macabros de otros.

Armando Enríquez Vázquez

A principios de la década de los años setenta, había unas camisetas de algodón rojas con un diseño en blanco de un dibujo de Rius en la que el personaje denunciaba: “Hace un chingo de años, llegaron un chingo de españoles y nos chingaron…” el texto continuaba en ese contexto de como los pobres de México siempre han sido víctimas del poder. La camiseta era parte de la propaganda del Partido Mexicano de los Trabajadores que dirigía el extraordinario ingeniero Heberto Castillo, un hombre de una inteligencia superior y uno de los verdaderos líderes de izquierda que tuvo nuestro país.
A lo largo de los poco más de 200 años de iniciado el proceso de independencia, en México ver de manera maniquea y poco seria la relación con España, y el surgimiento de una nación mestiza que le gusta ser víctima, es sin duda uno de los mayores factores que impide forjar la verdadera identidad nacional.
Hace muchos años, también, escuche una historia la cual conforme pasa el tiempo creo apócrifa pero que ilustra perfectamente nuestra mentalidad. Se dice que estando juntos el escritor y filósofo español Miguel Unamuno y Diego Rivera, el último le dijo al español: “Cuando sus antepasados nos conquistaron…” a lo que el salamantino rápidamente refutó: “Habrán sido los suyos porque los míos jamás han salido de Salamanca.” Como nación nos reconforta el haber sido afrentados, vejados y destruidos cuando cronológicamente ni siquiera éramos el país que hoy se dibuja en los mapas. Hoy esta visión de perdedores sojuzgados es la que le conviene a un presidente que durante 18 se ha visto a sí mismo como una víctima.
Al terminar la conquista española, la Nueva España era un enorme territorio que iba desde el norte de los que es hoy la costa oeste de los Estados Unidos hasta el sur en donde empieza hoy Colombia. La cantidad de pueblos originales, no se limitaba a Mexicas, Mayas, cuyo esplendor había pasado. Nadie habla de la importancia del Imperio Purépecha el segundo más importante a la llegada de los españoles en el territorio de lo que es hoy México y que juró lealtad a la Corona española en 1525.
Pero en México por alguna extraña razón elegimos a la Malinche como símbolo de como los españoles se cogieron a nuestras mujeres cuando, la indígena fue víctima del machismo maya y fue un regalo al conquistador que también era machista. Nosotros, los que hoy habitamos México, no somos en la gran mayoría ni españoles, ni miembros de los pueblos originarios, somos el resultado de la mezcla de ambos y la sangre de ambas estirpes corre por nuestras venas, claro por algunos correrá sangre mexica, por otros purépecha, chichimeca, apache, maya, lacandona, seri, otomí, tarahumara, yaqui, huichol, cucapá, tzotzil, entre otras. Pero además hay en quienes corre sangre alemana, francesa, inglesa, norteamericana, argentina, japonesa, chilena, china, libanesa. ¿Dónde pretendemos agrupar a tantas nacionalidades que hoy forman lo que somos los mexicanos? Lo ideal sería en una idea de unidad nacional.
No en el racismo y el odio que tanto defiende y anuncia el presidente López Obrador quien a hace tan sólo tres mese nos presumía a los mexicanos sus lazos familiares y su origen cantábrico, para ahora sentirse víctima y querer que otras naciones pidan perdón.
Lo que promueve el presidente con ese discurso bipolar, pero además inconsistente es la eterna necesidad de los mexicanos de sentirnos víctimas. De la división, de clasismo y de racismo. Dividir a los mexicanos siempre le ha funcionado a los gobernantes.
Perdemos el empleo por culpa de otros, perdemos en el futbol por el mal arbitraje, somos jodidamente pobres, pero muy honrados (hoy se dice somos “pueblo bueno”, “animalitos” bien cuidados) los mexicanos somos incapaces de hacernos valer sin la ayuda del gobierno, o al menos eso quisieron hacer creer muchos gobiernos demagogos del PRI que saquearon al país, justo de la misma manera que lo hace hoy el presidente López Obrador emérito heredero de las políticas de Estado de Luis Echeverría y José López Portillo, como lo demuestra no sólo su actuar y decir sino patéticamente el origen de muchos de sus colaboradores.
A lo largo de un siglo de adoctrinamiento, el pueblo mexicano prefiere verse víctima y apelar a la ayuda de un gobierno que jamás lo ha ayudado, siempre lo ha comprado y sobornado con sus dádivas, que siempre les da atole con el dedo. El regreso de la demagogia a México nos hará retroceder en el mundo justo de la manera que al grupo en poder encabezado por un hombre que ha hecho de la victimización un discurso político y una forma de vida. El discurso de odio de López Obrador, no está nada alejado del de Trump o el de Bolsonaro, el desprecio que tienen lo tres por la cultura y el sector con cierta educación, los obliga a dividir y enfrentar a sus gobernados para ganar.
Ser y sentirse víctimas implica creer que Juárez fue el mejor presidente y se quedó a la mitad de su gran labor debido al ataque de angina de pecho, cuando muy probablemente el oaxaqueño hubiera sido el dictador mexicano en lugar de Porfirio Díaz. Si Colosio no hubiera muerto, muy probablemente nada habría cambiado. Pero lo importante es ser víctima, porque al convertirnos en víctimas, aunque sea del Destino mismo, nos da los pretextos necesarios para mantenernos pasivos.
A principios de este siglo la caída del PRI en las elecciones del 2000 cambió el ánimo de muchos mexicanos y las nuevas generaciones comenzaron a darse cuenta de lo importante de ser competitivo, de olvidarse, por un momento, de los factores externos y confiar en las capacidades propias y su energía. La culpa no la tiene nadie, lo importante es ser responsable de actos y acciones. Pero la hoy muy mal llamada izquierda mexicana, fundada por dos bribones como Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo al ser desplazados por la nomenclatura del PRI en las elecciones de 1988, fue la que reivindicó la figura de la víctima al plañir desde ese año el fraude electoral. Más tarde, cuando el PRI le negó la candidatura al gobierno de Tabasco se unió López Obrador a esta “izquierda” y no tuvo empacho llegado el momento en apuñalar por la espalda a Cárdenas. Pero desde ese momento en que no obtuvo la candidatura para gobernar a su estado, el discurso de víctima es central en la argumentación política del tabasqueño. Las dos últimas elecciones y todavía como parte de la campaña del 2018 López Obrador jugó la carta de la víctima de un poder superior, al que de manera maniquea y sin fundamentos anuncia haber derrotado, aunque existen aún agentes de ese mismo poder omnipotente que intentan desestabilizar su gobierno y por eso, en su condición de víctima, el presidente denuncia a diario a sus supuestos enemigos, que jamás serán sus gobernados. Como en los Expedientes X; El enemigo está allá afuera.

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