Nuestra mejor excusa es que nosotros no somos culpables, somos victimas
de las situaciones, de los planes macabros de otros.
Armando Enríquez
Vázquez
A principios de la década de los años setenta, había unas
camisetas de algodón rojas con un diseño en blanco de un dibujo de Rius en la
que el personaje denunciaba: “Hace un chingo de años, llegaron un chingo de
españoles y nos chingaron…” el texto continuaba en ese contexto de como los
pobres de México siempre han sido víctimas del poder. La camiseta era parte de
la propaganda del Partido Mexicano de los Trabajadores que dirigía el
extraordinario ingeniero Heberto Castillo, un hombre de una inteligencia
superior y uno de los verdaderos líderes de izquierda que tuvo nuestro país.
A lo largo de los poco más de 200 años de iniciado el
proceso de independencia, en México ver de manera maniquea y poco seria la
relación con España, y el surgimiento de una nación mestiza que le gusta ser víctima,
es sin duda uno de los mayores factores que impide forjar la verdadera
identidad nacional.
Hace muchos años, también, escuche una historia la cual
conforme pasa el tiempo creo apócrifa pero que ilustra perfectamente nuestra
mentalidad. Se dice que estando juntos el escritor y filósofo español Miguel
Unamuno y Diego Rivera, el último le dijo al español: “Cuando sus antepasados
nos conquistaron…” a lo que el salamantino rápidamente refutó: “Habrán sido los
suyos porque los míos jamás han salido de Salamanca.” Como nación nos
reconforta el haber sido afrentados, vejados y destruidos cuando cronológicamente
ni siquiera éramos el país que hoy se dibuja en los mapas. Hoy esta visión de
perdedores sojuzgados es la que le conviene a un presidente que durante 18 se
ha visto a sí mismo como una víctima.
Al terminar la conquista española, la Nueva España era un
enorme territorio que iba desde el norte de los que es hoy la costa oeste de
los Estados Unidos hasta el sur en donde empieza hoy Colombia. La cantidad de
pueblos originales, no se limitaba a Mexicas, Mayas, cuyo esplendor había pasado.
Nadie habla de la importancia del Imperio Purépecha el segundo más importante a
la llegada de los españoles en el territorio de lo que es hoy México y que juró
lealtad a la Corona española en 1525.
Pero en México por alguna extraña razón elegimos a la Malinche
como símbolo de como los españoles se cogieron a nuestras mujeres cuando, la indígena
fue víctima del machismo maya y fue un regalo al conquistador que también era
machista. Nosotros, los que hoy habitamos México, no somos en la gran mayoría
ni españoles, ni miembros de los pueblos originarios, somos el resultado de la
mezcla de ambos y la sangre de ambas estirpes corre por nuestras venas, claro
por algunos correrá sangre mexica, por otros purépecha, chichimeca, apache,
maya, lacandona, seri, otomí, tarahumara, yaqui, huichol, cucapá, tzotzil, entre
otras. Pero además hay en quienes corre sangre alemana, francesa, inglesa,
norteamericana, argentina, japonesa, chilena, china, libanesa. ¿Dónde pretendemos
agrupar a tantas nacionalidades que hoy forman lo que somos los mexicanos? Lo
ideal sería en una idea de unidad nacional.
No en el racismo y el odio que tanto defiende y anuncia el
presidente López Obrador quien a hace tan sólo tres mese nos presumía a los
mexicanos sus lazos familiares y su origen cantábrico, para ahora sentirse
víctima y querer que otras naciones pidan perdón.
Lo que promueve el presidente con ese discurso bipolar, pero
además inconsistente es la eterna necesidad de los mexicanos de sentirnos
víctimas. De la división, de clasismo y de racismo. Dividir a los mexicanos
siempre le ha funcionado a los gobernantes.
Perdemos el empleo por culpa de otros, perdemos en el futbol
por el mal arbitraje, somos jodidamente pobres, pero muy honrados (hoy se dice
somos “pueblo bueno”, “animalitos” bien cuidados) los mexicanos somos incapaces
de hacernos valer sin la ayuda del gobierno, o al menos eso quisieron hacer
creer muchos gobiernos demagogos del PRI que saquearon al país, justo de la
misma manera que lo hace hoy el presidente López Obrador emérito heredero de
las políticas de Estado de Luis Echeverría y José López Portillo, como lo
demuestra no sólo su actuar y decir sino patéticamente el origen de muchos de
sus colaboradores.
A lo largo de un siglo de adoctrinamiento, el pueblo
mexicano prefiere verse víctima y apelar a la ayuda de un gobierno que jamás lo
ha ayudado, siempre lo ha comprado y sobornado con sus dádivas, que siempre les
da atole con el dedo. El regreso de la demagogia a México nos hará retroceder
en el mundo justo de la manera que al grupo en poder encabezado por un hombre
que ha hecho de la victimización un discurso político y una forma de vida. El
discurso de odio de López Obrador, no está nada alejado del de Trump o el de
Bolsonaro, el desprecio que tienen lo tres por la cultura y el sector con
cierta educación, los obliga a dividir y enfrentar a sus gobernados para ganar.
Ser y sentirse víctimas implica creer que Juárez fue el
mejor presidente y se quedó a la mitad de su gran labor debido al ataque de
angina de pecho, cuando muy probablemente el oaxaqueño hubiera sido el dictador
mexicano en lugar de Porfirio Díaz. Si Colosio no hubiera muerto, muy
probablemente nada habría cambiado. Pero lo importante es ser víctima, porque
al convertirnos en víctimas, aunque sea del Destino mismo, nos da los pretextos
necesarios para mantenernos pasivos.
A principios de este siglo la caída del PRI en las
elecciones del 2000 cambió el ánimo de muchos mexicanos y las nuevas
generaciones comenzaron a darse cuenta de lo importante de ser competitivo, de
olvidarse, por un momento, de los factores externos y confiar en las capacidades
propias y su energía. La culpa no la tiene nadie, lo importante es ser
responsable de actos y acciones. Pero la hoy muy mal llamada izquierda
mexicana, fundada por dos bribones como Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo
al ser desplazados por la nomenclatura del PRI en las elecciones de 1988, fue
la que reivindicó la figura de la víctima al plañir desde ese año el fraude
electoral. Más tarde, cuando el PRI le negó la candidatura al gobierno de
Tabasco se unió López Obrador a esta “izquierda” y no tuvo empacho llegado el
momento en apuñalar por la espalda a Cárdenas. Pero desde ese momento en que no
obtuvo la candidatura para gobernar a su estado, el discurso de víctima es
central en la argumentación política del tabasqueño. Las dos últimas elecciones
y todavía como parte de la campaña del 2018 López Obrador jugó la carta de la víctima
de un poder superior, al que de manera maniquea y sin fundamentos anuncia haber
derrotado, aunque existen aún agentes de ese mismo poder omnipotente que intentan
desestabilizar su gobierno y por eso, en su condición de víctima, el presidente
denuncia a diario a sus supuestos enemigos, que jamás serán sus gobernados. Como
en los Expedientes X; El enemigo está allá afuera.
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