Una nueva
historia de mafiosos japoneses, con fuerza y una narrativa poderosa.
Armando Enríquez Vázquez
Advertencia: Zona
de Spoilers en los siguientes párrafos. Mejor ve primero la serie que vale
mucho la pena y después vuelve, le mi reseña y pon tus comentarios.
HBO Max estrenó este año Tokyo Vice, una serie
que por nombre nos recuerda la famosa Miami Vice y no es casualidad. Es
una serie de mafiosos y drogas, sólida, bien escrita, y con un sabor a series y
una película del pasado. Producida por Michael Mann, entre otros incluido el
periodista Jake Adelstein en cuyo libro homónimo se basa la serie, con guiones
supervisados por el mismo Adelstein y un pool de escritores estadounidenses y
japoneses.
La primera temporada consta de 8 episodios, donde vemos el
ascenso o descenso profesional de Jake Aldestein (Ansel Elgort), el primer
norteamericano contratado por el principal diario japonés Yomiuri Shimbum.
Adelstein es asignado a la nota roja japonesa casualmente al inicio de una
guerra entre bandas de Yakuza por la capital nipona.
La visión norteamericana de las puedo todas y de
justicia, clásica en el imaginario gringo, está dibujada en los dos
personajes estadounidenses principales de la serie; Jake Aldenstein y Samantha
(Rachel Keller) una joven con un pasado religioso que decide abandonar la
misión en Japón para dedicarse a vivir su vida mundana y convertirse en una
hostess japonesa que es a la vez animadora y acompañante al interior de un bar
japonés.
Emprendedora, testadura, desconfiada Samantha pretende abrir
su propio bar, pero surge un problema cuando su amiga, la también hostess
Polina (Ella Rumpf) adicta y novia de un proxeneta japonés desaparece y
Samantha hará todo lo posible por encontrarla.
Al lado de estos gringos idealizados, adalides de la
democracia, la equidad y la libertad de expresión, se encuentra el hampa japonesa,
los Yakuza y un policía que se niega a aceptar cualquier tipo de crímenes al
interior de la sociedad japonesa. Pero sobre todo un sistema corrupto que está
entrelazado con la tradición centenaria de la forma de vida del japonés.
Hiroto Katagari (Ken Watanabe) es el policía recto frente a
una poderosa fuerza del crimen organizado que corrompe a la mayoría de los miembros
del cuerpo policiaco y que como sabemos en muchos países esta confabulado con
ministros, secretarios de estado, jueces y hombres de poder. Jin Miyamoto
(Hideaki Ito) es el lado opuesto de la moneda, el policía corrupto capaz de
hacer todo para proteger al grupo Yakuza dirigido por Tozawa (Ayumi Tanida) que
intenta tomar el control de Tokio. Miyamoto fue comprado por el crimen que se
encarga de las cuentas del hospital de su hijo menor de edad, que necesita un
costoso tratamiento.
La mafia japonesa está perfectamente retratada y contrasta
por la tradición y el supuesto honor con la actitud “caótica” en la vida de los
norteamericanos. La llegada del grupo moderno que dirige Tozawa y busca imponer
el mercado de la droga, sobre el clásico de la extorsión, que maneja el clan de
Ishida (Shun Sugata) es el argumento central de esta subtrama de la serie. Lo
que de alguna manera recuerda al Padrino y ese dilema que representan las
ganancias de las drogas y la decadencia social a la que conlleva la adicción.
Sato (Sho Kasamatsu), un hampón al alza, encargado en un
principio en recolectar las extorsiones del grupo de Ishida, su jefe inmediato
es un traidor que al ser descubierto se suicida, Ishida en ese momento asciende
a Sato. Sato esta enamorado de Samantha, una gaijin con la que no puede
aspirar a una relación seria si quiere mantenerse dentro de la tradición Yakuza
y a quien todas las noches observa en el bar y los celos surgen al llegar
Aldestein al bar y comenzar a interactuar de manera muy occidental con ella.
Son las dos visiones del mundo, la trama y la causa de todo
lo que sucede en la serie, y a pesar de que existe un policía honrado y una
sufrida jefa de redacción de la nota roja, la contundente realidad aplaca la
visión romántica de los gringos y la esperanza de cambio de los japoneses. Y
tanto por el personaje de Samantha, como por la trama de norteamericanos
entrometidos en el mundo del hampa japonés, es inevitable recordar la gran
película de Ridley Scott de 1989 Black Rain estelarizada por Michael
Douglas, Andy García, Ken Takakura y Kate Capshaw en el papel Joyce, que 33
años después da pie a Samantha, en la que dos policías norteamericanos llegan a
Japón en busca de un Yakuza
La cultura japonesa en su rigidez, machismo y misoginia está
claramente representada en los periodistas, Eimi (Rinko Kikuchi), la jefa de
redacción de la nota roja del diario es maltratada y despreciada por su jefe y
su reportaje sobre la violencia familiar contra las mujeres, desdeñado a las
páginas menos importantes del diario. Pero no es el único caso; el dueño del
bar donde trabaja Samantha, la visión de los Yakuza sobre las mujeres, pero al
final no esta tan alejada de la propia visión y forma de ser de los
occidentales.
Mención aparte merece la secuencia inicial de los créditos
de la serie, una de las mejores que he visto en los últimos años y que merece
un lugar frente a otras entradas de series de este siglo como Mad Men, Game
of Thrones y Banshee creada a partir de un cuerpo con tatuajes de
estética japonesa y habituales entre los Yakuza.
Maniquea ideológicamente como todas las series
norteamericanas Tokyo Vice sin embargo, es una serie de gran fuerza y
una ficción que nos absorbe. Espero ya la segunda entrega de la serie.
imagen HBOMAX
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