miércoles, 15 de mayo de 2024

El odio como terapia y humor.

 


Es cada día más extraño toparse con textos en los que de manera no agresiva, si no asertiva se utilice la palabra odio para hacernos reír. Este libro es un gran ejemplo y recomendable lectura.

Armando Enríquez Vázquez

Odio a los sanos. Odio la sonrisa de superioridad con la que se pasean por el mundo. Odio que se crean inmunes a los males de los demás. Nunca se quejan, nunca se sienten mal.

Así inicia el texto que da nombre a estas series de crónicas, relatos, reflexiones de la escritora Esther Charabati sobre la condición de la enfermedad y la paciencia qué como persona que padece una enfermedad crónica enfrenta en su diario devenir.

Hace unas semanas me topé con este libro; Odio a los sanos… y a los optimistas de Esther Charabati, editado por Bonilla Artigas Editores, unos días después tuve el gusto de platicar con la autora en la Librería Bonilla dentro del ciclo de charlas que sostengo con los autores de la editorial, para el canal de Youtube Librería Bonilla difusión.

Voy a dividir este texto en dos breves secciones la primera para dedicar unas palabras al libro y la segunda a Esther.

Con un nombre que los políticamente correctos seguramente desde su odio cancelarán de manera inmediata y sobre el cual llorarán lágrimas de cocodrilo con su doble moral, la autora decidió escribir acerca de diferentes calvarios que sufre un enfermo y que no se limitan, irónicamente, sólo al dolor.

Parece que dentro de los males, la enfermedad es el menor pues alrededor de ella se encuentran las verdaderas incomodidades. Cuando uno es aquejado en la realidad por ciertas traiciones del cuerpo, o es ganador en la lotería genética y se lleva los malos genes de la familia vive con molestias de leves a intolerables, los fármacos recetados pueden resultar contraproducentes afectando nuestro cuerpo en otras áreas. Entonces hay que sumar a los males originales, unos nuevos que son hijos del Internet y de la buena voluntad de quienes nos rodean de pronto y en cinco fáciles lecturas se han convertido en médicos especialistas de todos los males.

La monserga del prójimo; familiares, amigos o simplemente conocidos. Siempre bien intencionados, preocupados por ella y su salud no dejan de darle consejos, saber los remedios y nombres de productos milagrosos, así como médicos que son casi santos sanadores. La autora agradece de todo corazón y padece con todo su ser. En el extremo hay otro tipo de preocupado el que además se preocupa por el sufrir propio, lo comparte y siempre lo compara: “A la fecha, cuento con el historial médico de decenas de jóvenes y viejos que clasifiqué en tres categorías: los que se curaron, pero necesitan seguir hablando de sus experiencias, expectativas y exámenes el resto de sus vidas para ayudar a otros y quizá para no olvidar. Otros siguen sufriendo y constituyen una amenaza para la humanidad por se la prueba fehaciente de que la ciencia tiene límites, de que los médicos no saben, de que, como el célebre Dr. House, sólo tratan de atinarle a la causa – o al remedio – de la enfermedad. La tercera categoría reúne a saludables, rehabilitados y enfermos; son lo paganos que rechazan la idea de un dios y se burlan de nuestra creencia fanática en la ciencia.”


Está también el periplo por consultorios, clínicas y extraños espacios dedicados a la curación. El catálogo de médicos, curanderos, homeópatas, alópatas y alternativos. Lo que a otros podría desesperar y volverse en su contra en su forma de ser, para la escritora se transforman en experiencias que exorciza con su humor negro y extraordinaria pluma.  

Estar enfermo no es una broma, es una chingadera y eso lo deja claro Esther en sus textos, pero a pesar de ello, también admite los privilegios de los que goza un enfermo frente al sano y es entonces cuando por un momento piensa que habrá que seguir fingiendo antes que renunciar a ellos.

Mientras en la segunda parte del libro reflexiona específicamente acerca de la pandemia, la enfermedad mundial que nos recluyó a todos, que nos regresó al medioevo y nos convirtió en seres habitantes de rectángulos unidimensionales, seres de la Planilandia del teólogo inglés Edwin Abbott Abbott. El mayor logro de la pandemia fue rasarnos a todos y crear un mundo de ciencia ficción con todos atrapados en pantallas. Ya nada nos aisla, solo basta con tener una conexión para ver al otro y poder simular vivir en la realidad. Cuando en realidad cada uno vive en su propia celda. Inmediatez y una pseudo cercanía que en ese tiempo detenido y eterno del encierro nos hizo en ciertos momentos creer que no había irrupción alguna en nuestra vida cotidiana.

Surgieron nuevas rutinas y nuevas paranoias, con secuelas que llegan hasta el día de hoy. En el texto final del libro Esther decide hacer una apología del chisme oral, que necesita de la cercanía y la presencia de al menos otro ser humano y a pesar de estar constantemente obligada al confinamiento su visión no deja de ser como la de todo pesimista, una muy esperanzadora.

Esther tiene un sentido del humor y una capacidad de ridiculizar el mundo que la rodea y que le afecta todos los días, de ser felizmente cínica a diferencia de otros y otras que aprovecharían para tomar el lugar común de victimizarse y tratar de darnos una “correcta lección de vida”.

Agradezco el haberme topado con este libro que desde la terrible aceptación impuesta por el dolor y la enfermedad nos llena de sonrisas y la visión contundente, critica, ácida, crítica de una escritora que ante todo ve perversa y sanamente el mundo de que la rodea.

“No estoy en condiciones de juzgar, cada uno se cura como puede. A mí me acaba de avisar la vecina que no hay lugar para estacionarse porque vino un brujo y hay filas esperando para verlo. Estoy tratando de conseguir una cita.”

 

 

Charabati, Esther. Odio a los sanos... y a los optimistas

Bonilla Artigas Editores. Ciudad de México. 2023


publicado tambien en charlacualqueira.wordpress.com

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