La semana pasada leí sobre la captura de un individuo en Sinaloa al
que apodan “El Bellaco”, inmediatamente me llamó la atención el
sobrenombre, voz en desuso y que asoció con el teatro y viejas novelas
españolas del siglo XIX.
Armando Enríquez Vázquez
Y entonces en lugar de pensar en hablar una vez más sobre la
inseguridad, el narcotráfico y otros temas que se vuelven lugar común y
millones manejan mejor que yo, pensé en escribir sobre nuestra lengua
materna. Esa de la que renegamos y sin embargo es nuestra forma de
integrarnos y entendernos como sociedad.
Habiendo crecido un inusual exilio dentro de mí tierra, que me
proporciono una escuela de exiliados, aprendí palabras que me eran
ajenas en la cotidianidad pero que eran hermosamente sonoras;gamberro, patán, cernícalo.
Palabras que venían de una realidad que no era la mía, tampoco la del
país en el que vivo, ni siquiera la de mis compañeros de escuela pero
que era el pasado de sus padres y abuelos y llegaba hasta los corredores
del castillo del colegio en forma de recuerdos y tronantes insultos.
En casa también había palabras que mi abuela ponía sobre la mesa y
cuyo origen pensaba entonces se encontraba enterrado en las dunas de los
Médanos en Chihuahua o en Parral, aquel pueblo donde muchos años antes
había caído abatido a tiros el centauro del norte, víctima de una
traición. Chambergo, antiparras, pringuis, lepe, soda y lonche. Eran
palabras que semanalmente oía decir a mi abuela.
Con el tiempo aprendí a saborear los mexicanismos al decirlos;
Tlapalería, coyote, mapache, aguacate, pizcacha, moyote. Y descubrí que
en la conquista, también hubo muchos campos en los que los españoles
fueron conquistados y nuestra lengua enriquecida. Casi quinientos años
después cuando nuevas oleadas de peninsulares pisaron las costas
mexicanas, entonces de una manera más humilde y agradecida. Antes de que
la soberbia de no tener a a Franco los volviera los petulantes de hoy
en día. Aprendieron a hablar de nuevo español, a veces hasta con el
tonito cantadito del que tanto hacían burla en su tierra natal a llamar a
los higos chumbos por su nombre verdadero, tunas. Y a los pomelos
toronjas.
Aprendí en la adolescencia hermosas palabras que se forjaron en la
España dominada por los sabios árabes y que junto con los lebreles y
corceles de los conquistadores habían llegado a la Nueva España;
Almíbar, almohada, albóndiga, alfeizar.
De acuerdo con la leyenda se le atribuye a Carlos V de España, rey
poliglota, el haber dicho: el alemán es un idioma útil para hablar a la
soldadesca, el francés para enamorar mujeres, pero el español, el
español es el idioma para hablar con Dios.
Y aunque algunos se empeñan en destruirlo; conductores de radio y
televisión y sus redactores que en lugar de decir desfile, insisten en
la palabra parada que en español significa otra cosa y en México una mucho muy diferente. Que insisten en inventar geografías nuevas al nombrar Beijing, como los americanos, a la que siempre en español fue durante siglos Pekín. Para los que suceso y
éxito significan lo mismo. Esos que creen que la traducción literal es
igual a la reducción al absurdo. O un asunto de cual palabra se parece
más a la por traducir sin importar su significado real.
A pesar de ellos y de los otros que quieren hacer del español el bastión impenetrable de alba pureza. Nuestra lengua está viva. Las influencias de otras lenguas es en parte por nuestra incapacidad de convertir las palabras a nuestro idioma o porque nos parece mejor y más práctico no traducirlas sino incorporarlas sin hacer mucho caso de las reglas de la lengua. Así, camión se volvió troca, verwachar, muchacha morra, cerveza birria. Pero es parte también de las relaciones y experiencias humanas y culturales de las que se nutre una lengua.
A pesar de ellos y de los otros que quieren hacer del español el bastión impenetrable de alba pureza. Nuestra lengua está viva. Las influencias de otras lenguas es en parte por nuestra incapacidad de convertir las palabras a nuestro idioma o porque nos parece mejor y más práctico no traducirlas sino incorporarlas sin hacer mucho caso de las reglas de la lengua. Así, camión se volvió troca, verwachar, muchacha morra, cerveza birria. Pero es parte también de las relaciones y experiencias humanas y culturales de las que se nutre una lengua.
Me da gusto que atrapen a un malhechor al que apodan “El Bellaco”.
Por el hecho en sí de tener un sicario menos en la calle pero ante todo
porque demuestra que nuestro idioma está vivo. Claro le quedó a este
grupo criminal que el malandro de hoy es el bellaco de ayer.
Para Estefanía mi hija que ama, entiende y habla el español mejor que yo.
publicado en blureport.com.mx 27 de Julio de 2012
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