Una edición para que
los usuarios del metro lean de boleto en los intolerables trayectos del sistema
es una de las promociones más acertadas e ingenuas de las autoridades.
Armando Enríquez
Vázquez
Desde el triunfo de la Revolución uno de los anhelos de los
gobernantes es que los mexicanos lean. Desde la tiránica y arrogante visión de
José Vasconcelos que pretendía que los campesinos mexicanos pasaran del
analfabetismo a leer sin decir agua va a Platón y Aristóteles, hasta los muy
importantes esfuerzos envueltos en esa inocencia que raya en lo absurdo de los
compiladores de los libros de texto gratuitos de español que en su afán paraque
los niños aprendieran a leer, estoy hablando de hace más de treinta años,
olvidaban poner en contexto al autor, lo que hacía que en nuestra infancia
supusiéramos no sólo qué Espronceda y José Juan Tablada estaban vivos, sino que
eran vecinos de cubículo en las oficinas donde se redactaban los libros.
Algunos lo seguirán pensando.
Ferias del libro van y vienen. Cada año se regalan libros en
el día internacional del libro, campañas de promoción de la lectura y la verdad
es que, al menos en la ciudad de México, la gente cada día lee un poco más.
Muchos mexicanos leen en el transporte público, en los parques.
La tradición de editar desde el gobierno ha continuado, la
SEP cuenta con una dirección de publicaciones. Qué muchas veces carece de la
difusión de otras áreas del gobierno federal, pero que lleva a cabo una labor
importante. Pero el gobierno del Distrito Federal desde la llegada de los
perredistas hace casi veinte años se ha preocupado por promover la lectura,
editando y regalando libros.
Recuerdo durante los años de Cuauhtémoc Cárdenas, largas
filas en el Zócalo para hacerse de una copia de obras de John Reed y José María
Remarque. Alguna vez encontré en Internet una serie de libros electrónicos que
se publicaron bajo la supervisión de Paco Ignacio Taibo II auspiciados por el
gobierno de López Obrador.
Ahora parece que para sobreponerse a esa experiencia traumática
y engorrosa que es moverse en nuestra ciudad en Metro las autoridades del
Distrito Federal y el nefasto director del Sistema de Transporte Colectivo
Metro han decidido promover la lectura.
Hace unos cuatro meses en una de las estaciones de la línea 12
un grupo de jóvenes con chalecos del GDF repartían un singular cuadernillo que
contenía un poema de César Vallejo. Mas diseño que material de lectura, la tira
con el poema de Vallejo era repartido por los jóvenes a todos los usuarios del
Metro. Ya en los vagones la gente se olvidaba de la curiosa tira de papel y la
guardaba más como una curiosidad que como material de lectura.
La semana pasada al entrar al Metro en una estación de la
línea 3, descubrí por primera vez en un librero, más bien una estantería plana,
con muchos libros esperando que los usuarios los tomaran para leer durante su
viaje en Metro. El libro editado en el peor papel del mundo se titula: Para leer de boleto en el metro y al
parecer es el segundo volumen. Un joven parado frente a la estantería invitaba
a tomar un libro leerlo y devolverlo antes de salir de la siguiente estación
para que un nuevo usuario del metro pudiera leer durante su vía crucis en los
túneles del Metro. Una vez tomado el libro, el joven obsequiaba al usuario un
separador de hojas, lo que resulta contradictorio con la idea comunitaria e
itinerante del libro.
La
propuesta es loable, desgraciadamente ingenua. Lo más interesante del libro es
que es una antología básicamente de autores contemporáneos importantes y muy atractivos
para el lector; Jorge F. Hernández, Elmer Mendoza, Gerardo de la Torre,
Cristina Pacheco, Luis Humberto Crosswhite, entre otros. Nada de autores
pretenciosos que ahuyenten al lector.
Los textos breves cumplen la promesa del título y se leen muy
a gusto durante el trayecto, siempre y cuando, se encuentre un sitio para
sentarse, no tenga uno al lado uno de esos vagoneros que más que ciegos parecen
sordos con su bocinita a todo volumen tocando a Leo Dan, Narco corridos o los
éxitos del Rock. Si uno es buen lector puede terminar el libro en un solo
viaje, gracias a las paradas eternas y constantes de los convoys.
Pero, aquí viene lo interesante, al terminar mi trayecto no
encontré una estantería en la estación que marcó el fin de mi recorrido. Al parecer
no todas las estaciones la tienen. Así que el libro me acompañó por a lo largo
del día en mis actividades. De esta manera puedo imaginar muchos libros viajan
hasta la casa del usuario y ahí se quedan.
De regresó a mi punto de partida noté que no había ningún
libro ya en las estanterías y en cuanto dejé el ejemplar que traía en ella, un
hombre lo tomó, sonrió y se dispuso a disfrutarlo. No he vuelto a ver un libro
en las estanterías, lo que quiere decir que la gente se lleva el libro a casa.
No está mal, siempre y cuando lo lean y no lo tomen porque sea gratis aunque lo
arrumben en un rincón.
La idea de que los capitalinos podamos compartir libros en
una de las peores experiencias que tenemos a lo largo del día es buena, ahora
habrá que acostumbrarnos a compartir. Lo ingenuo también es que se imprimieron
200, 000 ejemplares del libro, lo que sí bien nos dice que por deafault es ya
un best seller, en México las ediciones por lo general son de 5,000 ejemplares.
Pero el número resulta ridículo para la cantidad de personas que utilizan el
metro, el cual se calcula en más de cuatro millones y medio de viajes al día.
publicado el 19 de enero de 2015 en thepoint.com.mx
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