Autodenominada como
rebelde, Leonor es un ejemplo de una mujer comprometida en su propia medida con
la causa de la Revolución.
Armando Enríquez
Vázquez
Durante la revolución los activistas, rebeldes y combatientes
tuvieron muchas caras y diferentes frentes en los que pelear y hacer la
diferencia, así es la historia de Leonor Villegas una mujer de la clase
acomodada del Porfiriato que no tuvo empacho en criticar a las autoridades y
oponerse al gobierno americano cuando este se alió con los enemigos de la
revolución. Una mujer sobre la que han escrito más los texanos buscando sus
raíces mexicanas, que los mexicanos que nos contentamos con una historia que
tiene un puñado de superhéroes en pedestales.
Leonor Villegas nació el 12 de junio de 1876 en Nuevo
Laredo, Tamaulipas, su padre Joaquín Villegas fue un español que vino a hacer
la América y se casó con una rica heredera de Matamoros de nombre Valeriana
Rubio, con el dinero de la dote, Joaquín fue capaz de hacer crecer negocios
ganaderos y de minería. Cuando nació Leonor, un grupo de soldados en busca de
rebeldes en la zona confundió el llanto de la bebe con algún ruido de un
renegado escondido. Aclarado el punto Joaquín bautizó a su hija con el apodo de
La Rebelde, mote que habría de marcar
algunas de sus acciones en el futuro, pero que además daría nombre a la obra
autobiográfica que escribió tras la guerra de Revolución de nuestro país. Leonor
tenía otros tres hermanos Lina y Leopoldo que habían nacido en suelo de Estados
Unidos y Lorenzo que como ella, nació de este lado de la frontera.
Su madre murió siendo Leonor una niña y su padre se volvió a
casar, esta vez con una norteamericana que no quería tener a los niños de la
primera mujer en la casa, por lo que de 1882 a 1885 Leonor estudió en el
convento de las ursulinas en San Antonio y más tarde fue a otro convento en
Austin hasta que finalmente fue enviada a Nueva York al convento del Monte de
Santa Úrsula. Tras recibirse y conseguir un título de educadora, Leonor se casó
en 1901 con Adolfo Magnón un empresario norteamericano de origen mexicano que
tenía negocios en la Ciudad de México. Leonor llegó a vivir a la capital de
Ciudad y pertenece a las clases de alto poder adquisitivo, en un México que
comienza a resquebrajarse bajo los treinta años de dictadura de Porfirio Díaz.
La década que Leonor vive en la Ciudad de México es la década de mayor
opulencia entre la aristocracia mexicana y la del inicio del descontento en el
país. La conciencia y ese destino que creía llevar en su apodo la hicieron leer
los textos de los Flores Magón y a participar en las reuniones clandestinas de
los antirreleccionistas en el Café Colón, donde conoció a Francisco I.
Madero. Entusiasmada y contagiada de las
ideas de libertad. Leonor Villegas comenzó a escribir artículos en contra del
gobierno de Porfirio Díaz que firmó con su nombre de soltera, pues su esposo no
sabía del involucramiento de Leonor con las causas rebeldes del maderismo.
En 1910, Leonor tuvo
que marchar, junto con sus hijos, a Laredo, donde su padre se encontraba muy
enfermo. Pero Adolfo permaneció en la Ciudad de México. En Laredo, Leonor
Villegas abrió un kínder al que llamó Rebelde
y fue uno de los primeros institutos bilingües la región, también conoció a
Jovita Idár, una norteamericana comprometida con los mexico-americanos en ambos
lados de la frontera y que escribía en un diario propiedad de su familia
llamado La Crónica y que está
influenciado por las ideas revolucionarias de México. Leonor publicó en el
diario y su padre en el lecho de muerte le confesó a su hija que sus bienes han
sido confiscados por el gobierno mexicano, debido a los artículos de la mujer en contra del dictador. Poco después
Joaquín murió. Al estallar la Revolución
en noviembre de ese mismo año Leonor continuó con su labor como columnista de La Crónica. Leonor se involucró y formó
parte de la junta de gobierno revolucionario en Laredo y ayuda a muchos
mexicanos a cruzar la frontera.
En marzo de 1913 una serie de combates se llevaron a cabo en
Laredo y Leonor abrió las puertas de su casa y de la escuela en Laredo para que
sirvieran como enfermería, cuidó a los heridos y cuando llegaron las
autoridades norteamericanas buscando a rebeldes heridos, ella les proporcionó
ropa a aquellos que estaban en la capacidad de huir a pie. Los menos
afortunados fueron apresados en sus camas de convalecientes, por lo que Leonor
se dio a la tarea de contratar un abogado para liberarlos. Incluso se
entrevistó con el entonces gobernador de Texas Oscar B. Colquitt para apelar
por los detenidos, reunión en la cual no tuvo éxito. Finalmente logro la
liberación de los detenidos.
Tras estas labores de cruzar la frontera de manera altruista
para ayudar a la causa rebelde, dio el siguiente paso y se unió a la causa de
Carranza y viajo con él a Ciudad Juárez donde junto con Elena Arizmendi Mejía, Leonor formó a un grupo de asistencia que se
llamó la Cruz Blanca, a diferencia de
la Cruz Roja, la institución de
Villegas de Magnón nunca negó la atención a los rebeldes y trató a todos por
igual. En su libro autobiográfico La
Rebelde, Leonor describe con precisión los días finales de Carranza. Leonor
fue una promotora de las enfermeras durante la Revolución y después de ella.
Al finalizar la Revolución, Leonor se dedicó entre otras
cosas a escribir sus memorias de la etapa de lucha, tanto en español como en
inglés y luchó de manera infructuosa a lo largo de su vida por ver la obra publicada.
Recibió cinco medallas de los gobiernos post revolucionarios reconociendo su
labor y su valor.
A pesar de tener las memorias en versiones en español e
inglés estas no vieron la luz hasta muchos años después de la muerte de Leonor,
la que sucedió en la Ciudad de México el 17 de abril de 1955.
publicado el 7 de septiembre de 2015 en mamaejecutiva.net
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