lunes, 28 de marzo de 2016

El orgullo de hablar español.



Todos y cada uno de los hispanohablantes debemos sentirnos orgullosos de nuestra lengua que viva como esta nos da diferentes acepciones de los mismos códigos, mostrando así la riqueza de la misma.

Armando Enríquez Vázquez

Yo, como 120 millones de mexicanos y casi 400 millones de latinoamericanos, hablo español y lo hablo mal, como todos nosotros. Aun así, es gracias al español, a sus modismos, que son los míos. A las vituperadas malas palabras, los mexicanismos y los anglicismos que a diario utilizo que me comunico ya sea de manera hablada o a través de la letra escrita.
Así con esa lengua, a la que consciente e inconscientemente destrozo y violo a diario, me muevo por la vida y estoy orgulloso de ella. Porque es en español en el que, amado, llorado a mis muertos, nombrado a mis hijas, y plasmado lo poco o mucho que mi cerebro ingenia antes de convertirlo en estos signos que en papel se leen y se conocen como español.
Todos y cada uno de los hispanohablantes de este planeta debemos sentirnos orgullosos de nuestra lengua que viva como esta nos da diferentes acepciones de los mismos códigos, mostrando así la riqueza de la misma. La papaya, la cajeta y la concha dependiendo de la geografía de un continente satisfacen diferentes apetitos y ofenden a distintos oídos. 
Sentados alrededor de una mesa con una salsa de chicharrón, tortillas calientes, tlacoyos, guacamole, sopes, un chesecake, maridados con vinos españoles, tehuacán y Coca Cola en las versiones y particularidades que cada uno de los ahí reunidos puede imprimir a nuestro idioma se debaten ideas, se cuentan anécdotas, disparan albures y chistes de todos colores y sabores en un código que para todos es descifrable a pesar de que uno de los convidados haya vivido en España por 20 años y haya sustituido el carro estacionado por ese auto que dejó aparcado. O aquel que desde el centro del caló más recalcitrante de chilangolandía mienta la madre no como un insultó sino como una expresión del más profundo cariño.
Al hablar o escribir en español estamos manteniendo viva una lengua que tiene más de mil años de existir que por la fuerza conquistadora de aquellos que lo hablaban en un pequeño reino del centro de la península ibérica y conquistaron todo ese territorio, expulsando a los árabes que tenían ocho siglos de vivir en ella, un pueblo que cruzó el Océano Atlántico trayendo con ellos espadas de hierro, vacas, perros y una lengua que imponer a los nativos de las nuevas tierras. Nosotros hablamos el español que llegó a las playas de Veracruz y en ese instante perdió sus cecear, al forzar a los indígenas a hablarlo y estos nuevos hispano hablantes le imprimieron esa X que nos da una identidad nacional. Que pasó por tres siglos de una colonia que forjó a nuestra raza que finalmente al independizarse también lo hizo de las reglas obtusas y colonialistas de una academia que por siglos intento seguir imponiendo vocablos que de este lado de la mar océano nos eran irrisorias.
Todos esos pueblos, todas esas identidades hemos formado un español que es uno y es cientos.  Un español que nos habla desde la más lejana y pequeña provincia de España hasta una de las ciudades más pobladas del mundo. Nuestro español, donde dejaron su herencia los árabes en las albóndigas que nos comemos con el arroz y el alfeizar de nuestras ventanas, en las almohadas, como en la riqueza que tienen los mexicanismos que muchas veces sólo nosotros entendemos, porque en ninguna parte del mundo hay tlapalerías, chicozapote o chirimoya, como tampoco existen los desponchaderos nacidos de nuestra cercanía con Estados Unidos. Entre las voces de las barriadas de nuestras ciudades y el lunfardo que los argentinos van regando en su migración.
Gonorrea, pendejo y capullo que en los momificados diccionarios tienen un significado diferente, pero la vida diaria de nuestro idioma en sus regiones las ha convertido de manera azarosa en sinónimos.
No necesito de congresos, ni de organizaciones y mucho menos de puristas para reivindicar el orgullo que tengo por el idioma que hablo, que escribo y me define. Creo entender y comprender que una lengua viva cambia a diario, evoluciona, se contamina a diario como ha sucedido conmigo a lo largo de los años que me nutro, cambio y me reafirmo con los comentarios y las experiencias de aquellos que se acercan e intercambian ideas anécdotas y otras tonteras conmigo.
Así de enorme es nuestra lengua y debemos de estar orgullosos de ella. Así la aceptamos y así debemos seguir manteniéndola viva, si usted así lo decide, que es como me contaron que en Michoacán se dice para de esa manera tímida que aún tenemos en México decir que sí.

publicado en blureport el21 de marzo de 2016

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