Todos y cada uno de los hispanohablantes debemos sentirnos orgullosos de nuestra lengua que viva como esta nos da diferentes acepciones de los mismos códigos, mostrando así la riqueza de la misma.
Armando Enríquez Vázquez
Yo, como 120 millones de mexicanos y casi 400 millones de
latinoamericanos, hablo español y lo hablo mal, como todos nosotros. Aun así,
es gracias al español, a sus modismos, que son los míos. A las vituperadas
malas palabras, los mexicanismos y los anglicismos que a diario utilizo que me
comunico ya sea de manera hablada o a través de la letra escrita.
Así con esa lengua, a la que consciente e inconscientemente
destrozo y violo a diario, me muevo por la vida y estoy orgulloso de ella.
Porque es en español en el que, amado, llorado a mis muertos, nombrado a mis
hijas, y plasmado lo poco o mucho que mi cerebro ingenia antes de convertirlo
en estos signos que en papel se leen y se conocen como español.
Todos y cada uno de los hispanohablantes de este planeta
debemos sentirnos orgullosos de nuestra lengua que viva como esta nos da
diferentes acepciones de los mismos códigos, mostrando así la riqueza de la
misma. La papaya, la cajeta y la concha dependiendo de la geografía de un continente
satisfacen diferentes apetitos y ofenden a distintos oídos.
Sentados alrededor de una mesa con una salsa de chicharrón,
tortillas calientes, tlacoyos, guacamole, sopes, un chesecake, maridados con
vinos españoles, tehuacán y Coca Cola en las versiones y particularidades que
cada uno de los ahí reunidos puede imprimir a nuestro idioma se debaten ideas,
se cuentan anécdotas, disparan albures y chistes de todos colores y sabores en
un código que para todos es descifrable a pesar de que uno de los convidados
haya vivido en España por 20 años y haya sustituido el carro estacionado por
ese auto que dejó aparcado. O aquel que desde el centro del caló más
recalcitrante de chilangolandía mienta la madre no como un insultó sino como
una expresión del más profundo cariño.
Al hablar o escribir en español estamos manteniendo viva una
lengua que tiene más de mil años de existir que por la fuerza conquistadora de
aquellos que lo hablaban en un pequeño reino del centro de la península ibérica
y conquistaron todo ese territorio, expulsando a los árabes que tenían ocho
siglos de vivir en ella, un pueblo que cruzó el Océano Atlántico trayendo con
ellos espadas de hierro, vacas, perros y una lengua que imponer a los nativos
de las nuevas tierras. Nosotros hablamos el español que llegó a las playas de
Veracruz y en ese instante perdió sus cecear, al forzar a los indígenas a
hablarlo y estos nuevos hispano hablantes le imprimieron esa X que nos da una
identidad nacional. Que pasó por tres siglos de una colonia que forjó a nuestra
raza que finalmente al independizarse también lo hizo de las reglas obtusas y
colonialistas de una academia que por siglos intento seguir imponiendo vocablos
que de este lado de la mar océano nos eran irrisorias.
Todos esos pueblos, todas esas identidades hemos formado un
español que es uno y es cientos. Un
español que nos habla desde la más lejana y pequeña provincia de España hasta
una de las ciudades más pobladas del mundo. Nuestro español, donde dejaron su
herencia los árabes en las albóndigas que nos comemos con el arroz y el
alfeizar de nuestras ventanas, en las almohadas, como en la riqueza que tienen
los mexicanismos que muchas veces sólo nosotros entendemos, porque en ninguna
parte del mundo hay tlapalerías, chicozapote o chirimoya, como tampoco existen
los desponchaderos nacidos de nuestra cercanía con Estados Unidos. Entre las
voces de las barriadas de nuestras ciudades y el lunfardo que los argentinos
van regando en su migración.
Gonorrea, pendejo y capullo que en los momificados diccionarios
tienen un significado diferente, pero la vida diaria de nuestro idioma en sus
regiones las ha convertido de manera azarosa en sinónimos.
No necesito de congresos, ni de organizaciones y mucho menos
de puristas para reivindicar el orgullo que tengo por el idioma que hablo, que
escribo y me define. Creo entender y comprender que una lengua viva cambia a
diario, evoluciona, se contamina a diario como ha sucedido conmigo a lo largo
de los años que me nutro, cambio y me reafirmo con los comentarios y las experiencias
de aquellos que se acercan e intercambian ideas anécdotas y otras tonteras
conmigo.
Así
de enorme es nuestra lengua y debemos de estar orgullosos de ella. Así la
aceptamos y así debemos seguir manteniéndola viva, si usted así lo decide, que
es como me contaron que en Michoacán se dice para de esa manera tímida que aún
tenemos en México decir que sí.publicado en blureport el21 de marzo de 2016
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