viernes, 27 de mayo de 2016

9 de noviembre.




¿Qué pasará sí el 9 de noviembre amanecemos con la noticia de que Donald Trump es el nuevo presidente electo de Estados Unidos?

Armando Enríquez Vázquez
Preparando un texto acerca de la doctora Bárbara McClintock, ganadora del premio Nobel de Medicina en 1983 y quien durante su juventud viajó con una beca a Berlín en los momentos del nacimiento del nazismo y de Hitler, descubrí este texto que escribió meses después, a finales de 1934, acerca de su experiencia en Alemania:
No pude haber escogido peor momento. La moral entre la comunidad científica era todo menos alentadora. Casi no había estudiantes de otros países. La situación política y sus devastadores resultados resultaban más que obvios.
¿Qué pasará sí el 9 de noviembre amanecemos con la noticia de que Donald Trump es el nuevo presidente electo de Estados Unidos? ¿Sí, como el fascista político ha anunciado ya, ese día se pone en marcha el plan para construir el muro que separe nuestras naciones dónde estará el silencioso y cobarde gobierno de nuestro país? ¿Sí el empresario que ha abusado de la mano de obra de ilegales mexicanos y centroamericanos decide cerrar las puertas de Estados Unidos a musulmanes y chinos también?
Es probable que esa forma tan simplicista de ver el mundo, ese blanco y negro con el que el virtual candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos vuelva al mosaico cultural norteamericano en un triste aislamiento bicolor donde nadie querrá visitar aquella nación y transformarla en una nación igual de peligrosa e intransigente que los talibanes o los miembros del estado islámico.
El Discurso de Donald Trump no se basa en ese nacionalismo ramplón con el que Hitler y Mussolini en su momento accedieron al poder de sus países. El discurso de Trump, es aún más vacío, más racista, más peligroso pues se fundamenta en dos características de la sociedad norteamericana del siglo XXI; el odio y el miedo. Un hombre que ha basado su discurso y plataforma política en el odio, no puede ser una persona sensata. Las crecientes manifestaciones de intolerancia y la represión que hemos visto en sus mítines, su misoginía, declarada y más recientemente expuesta por el New York Times. Su alianza y cercanía con los supremacistas blancos de Estados Unidos, mejor llamados Neo Nazis y con el Ku Klux Klan son hechos que ciertos sectores de la prensa americana y sus simpatizantes tratan de minimizar, por no decir de ocultar.
Como mexicanos ¿Qué vamos a hacer si el empresario de los pelos anaranjados llega a la Casa Blanca?
Sin tener una bola de cristal, ni ser adivino es fácil saber cómo actuará nuestro gobierno. A las pocas horas de la declaración del triunfo de Donald Trump, Enrique Peña Nieto hablará con él para felicitarlo o enviará sus sumisas felicitaciones en un comunicado de prensa.
Qué sencillo ha sido para Enrique Peña Nieto y su canciller convertir la Doctrina Estrada, en un sumiso silencio, para evitar que otras naciones hurguen en el lodo de la corrupción del PRI y su pésimo manejo de nuestro país. Y sin embargo, todos los días nuestros corruptos funcionarios y su patéticas políticas y alianzas con empresas trasnacionales aparecen en diferentes diarios de nivel mundial. Recientemente el Financial Times acusó el fracaso de las reformas estructurales de Peña Nieto y los medios nacionales callaron.
En el reciente relevo del embajador mexicano frente a los Estados Unidos se utilizó el argumento de que el conocimiento de Carlos Sada acerca de Estados Unidos, de las políticas americanas contra los migrantes y grupos de mexicanos que viven en aquel país es amplia, lo cual no se puede dudar después de años de servicio en aquel país y últimamente en Los Ángeles, el reemplazo de Miguel Basáñez, hombre de perfil académico, antes que político, muestra del nepotismo y favoritismo mexiquense del actual presidente, resultó lógico y deseable. Desgraciadamente el embajador Sada no representa a nuestro país, si no al gobierno de este y trabajará bajo la línea que el presidente y sus secretarios de gobernación y relaciones exteriores le dicten, sobre todo en el caso de Estados Unidos. Sí el presidente se ha mantenido con la boca cerrada ante la posibilidad de tener a un nuevo Hitler, allende la frontera del Río Bravo, si lo mismo sucede con la canciller y el encargado de la política interna del país. ¿Cuál podemos esperar que sea la actitud de nuestro embajador, si el nefasto empresario metido a político resulta electo el 8 de noviembre próximo, si la cabeza del gobierno federal ha preferido no ver el peligro? Incluso hay que recordar su fútil declaración de que no intervendrá en las elecciones americanas, cuando eso le es imposible, lo que no es imposible y si es necesario es conocer la postura de él y su gobierno frente a la posibilidad de que Trump resulte electo.
Lo que podemos enfrentar en caso de que un desequilibrado mental como Donald Trump llegué a la presidencia, puede ser una verdadera catástrofe económica, social y en más de un sentido, y a sabiendas de que pueda sonar exagerado, de seguridad nacional. Enrique Peña Nieto, su gabinete y sus serviles achichincles en el poder legislativo pueden pasar a la historia como simples émulos de Ignacy Moscicki quien nunca objetó nada al gobierno de Adolfo Hitler hasta que el 1º de septiembre de 1939, Alemania invadió Polonia.
Donald Trump, populista, bravucón, es tan sólo uno más de los trescientos millones de descendientes de esa horda de migrantes que se encargó de acabar con los pueblos nativos de lo que hoy es Estados Unidos. Ese hombre que cree que un tazón hecho de tortilla frita y relleno de quien sabe que asquerosidades es comida mexicana, está a punto de crear país aislado, incapaz de sostener un dialogo, necesitado de imponer una opinión a fuerza de las atrocidades de la censura, capaz de ir a la guerra por odio y basado en ese concepto tan erróneo que la mayoría de los norteamericanos tienen de la democracia.

publicado en blureport.com.mx el 19 de mayo de 2016
imagen: qbsnews.com

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