Muchos horrores suceden en el transporte público...mientras el policía sigue lánguidamente viendo pasar gente frente a él o ella.
Armando Enríquez Vázquez
Entre los maravillosos textos de Jorge Ibargüengoitia, uno
de nuestros mejores escritores, sobre nuestra cotidianidad, uno de mis
favoritos es el del policía que atiende la caseta de entrada del condominio
frente a la casa del escritor. Un policía dedicado y con su descripción de
puesto muy clara, como lo presenta Ibargüengoitia; el hombre se limitaba a
quitar y poner una cadena que permitía a los carros de los condóminos entrar o
salir del conjunto residencial, sin importarle, ni intervenir en lo que sucedía
a su alrededor, fueran robos, violaciones o situaciones de emergencia.
Después de casi cincuenta años después de escrita la crónica
me sorprende como muchos de los policías siguen siendo fieles a cumplir al pie
de la letra las órdenes que validan su existencia y su trabajo. Quienes acusan
a los policías de cuadrados, de poco proactivos y creativos, todos aquellos que
los marcan por su falta de improvisación olvidan que gracias a ser hombres y
mujeres cuya misión y función les queda clara, no causan más problemas de los
que ya son incapaces de resolver.
Teorizar sobre el asunto no parece justo para un policía que
parado en una esquina conflictiva de la ciudad con su gorra y chaleco amarillo
fosforescente a las doce del día cegando a los conductores mientras utilizan el
silbato como si ocho millones de mexicanos los acosaran en un carro del metro. A
simple vista se diría que está haciendo su trabajo.
Un policía de tránsito, con su chaleco amarillo, tiene como
tarea la correcta circulación en la CDMX (Marca registrada) y es el único de
todos los uniformados que pululan en nuestra ciudad, facultado para multar
automovilistas. (Al menos en teoría, porque morder eso lo puede hacer
cualquiera hasta con una cartulina enmicada de la secretaria de seguridad) Este
buen oficial se limita a soplar en su silbato no sé cuántas horas al día y a
mover brazos y manos. Lo que lo convierte, sin duda, en miembro de un cuerpo de
elite en la policía capitalina al ser de los mejor ejercitados y con mejores
pulmones de todo el cuerpo policiaco. Sin embargo, nunca he visto a uno de
estos policías llamar la atención a un automovilista por detenerse sobre las
zebras para peatones, obstruyendo el paso de los ciudadanos, como tampoco los
he visto hacerle ver a un ciclista que la banqueta es para los peatones y mucho
menos lo he visto levantar una multa, y eso es lógico, si están parados y no
tienen patrulla alguna a su alrededor, no hay manera para que el amarillo
agente pueda iniciar una persecución en caso de que el automovilista,
motociclista o dueño de una bicicleta inicie una huida tras recordarle al
policía que ya está grandecito para andar vestido de pollo radioactivo. Por más
entrenados que tenga los pulmones después de ocho horas de sonar sin cesar el
silbato difícilmente podrá correr mucho si lo que tiene ejercitado son los
brazos y no las piernas. Por lo tanto, alegremente, conscientes de las
limitaciones físicas y legales estos agentes se pasan su jornada laboral
tratando de dejar sordos a miles de peatones que cruzan por las esquinas a las
que ha sido asignados para agilizar el tránsito.
Sólo espero que los silbatos que el jefe de gobierno compró
y reparte entre mujeres sean tan potentes como los de los policías, porque así,
al menos el atacante de una mujer quedará sordo y aturdido el tiempo suficiente
para que entre los demás pasajeros lo atrapen y lo entreguen al policía que
escaleras arriba observa que nadie olvide como introducir el boleto para
activar el torniquete.
Porque la misma dedicación y responsabilidad del policía
amarillo la encontramos en los policías destinados a mantener el orden en las
estaciones del transporte público. Por ejemplo, si uno ingresa a una estación
del Metro existen tres elementos que están antes del torniquete que son
infaltables; las taquilleras, la basura y los policías que lánguidamente ven a
los pasajeros introducir el boleto en la ranura del torniquete, o presentar la
tarjeta frente al lector y eventualmente abrir la puerta a todos aquellos que
muestran su tarjeta de adulto mayor. Si escaleras abajo, en el andén hay
vendedores establecidos con descomunales canastas de papas fritas, tablas
llenas de donas o vagoneros que saltan de un convoy a otro, eso al parecer ya
no entra dentro de su jurisdicción, como tampoco en la del jefe de estación que
mientras simula monitorear cámaras de las estaciones a la vista de todos los
ciudadanos que cruzan por los pasillos, romancea con una de la taquilleras que
ha abandonado su puesto de trabajo, por lo que la otra taquillera ve
horrorizada la fila de pasajeros que se va formando frente a su ventanilla, la
gente mientras espera, limpia sus bolsillos en busca de cambio y tira la basura
en el piso de la estación, mientras el policía sigue lánguidamente viendo pasar
gente frente a él o ella.
Hace poco en el andén de la estación Coyoacán de la línea
tres del Metro un indigente, de esos que han proliferado durante la
administración de Miguel Ángel Mancera, estalló en un ataque alucinatorio y a
gritos y mentadas de madre recorrió lo largo del andén tirando golpes y patadas
al aire acto que lo llevó a quedar semidesnudo ante la mirada horrorizada de
los usuarios que subieron sin importar como al siguiente convoy con tal de
quedar a salvo del esquizoide personaje.
¿Dónde estaba el jefe de estación que monitorea las cámaras?
¿Había logrado su lúdico objetivo con la taquillera y por lo tanto bailaban
horizontalmente escondidos de las cámaras? ¿El policía que mira pasar a los
usuarios no escuchó los gritos desaforados del loco a tres metros de distancia?
¿Su jurisdicción termina donde acaban los torniquetes? Y una pregunta igual de importante
¿Por qué nadie barre la estación y recoge la basura?
Algo muy similar sucede en el Metrobús, donde la seguridad
del usuario es todavía más precaria. Pero los policías muy disciplinados y sin
importarle realmente su diámetro se paran junto a los torniquetes en los
angostos pasillos de las estaciones convirtiéndose en una difícil prueba de
obstáculos para muchos usuarios y más en horas picos que entran y salen
mexicanos a la estación como si estuvieran comprando los juguetes de reyes en 5
de enero en las calles del centro o de Tepito. Algunos de estos policías
deberían ser asignados al tránsito para que hicieran un poco de ejercicio.
Y no es que este mal que estén a la entrada cerciorándose
que todo usuario pase la tarjeta, abriendo la puerta para todas la personas de
la tercera edad o aguantando los insultos de aquellos y aquellas que pierden su
dinero y la carga en la tarjeta porque no se tomaron la molestia de leer las instrucciones
de uso de la máquina o porque son tan desesperados que creen que la máquina no
sólo trabaja a la velocidad que ellos quieren, sino que tiene la obligación de
adivinarlo y ha sido programada para hacerlo bajo ese concepto.
Pero el policía salvo que vaya a su locker, en el otro
extremo de la estación a recoger sus cosas para dar por terminada su jornada de
trabajo o a cobrarle algo al conductor de la unidad, no se digna a lo largo del
día a recorrer esa distancia. Alguna vez me tocó ver a un grupo de mujeres
indignadas bajarse de un Metrobús y manifestarse ante el policía de la
estación, porque el clásico macho iba muy cómodamente sentado en la sección de
mujeres. El policía de la estación se subió a la unidad ante el llamado de las
mujeres y le pidió amablemente al individuo a que pasara a la parte trasera del
autobús. Como respuesta el buen hombre disfrazado de policía recibió cualquier
cantidad de mentadas de madre por parte del individuo, quien después de
cansarse de insultar al policía le aplicó la ley del hielo a él y a las veinte
mujeres enardecidas que escudándose detrás del uniformado que le gritaban que
abandonara la sección de mujeres. El hombre no se cambiaba de lugar, el policía
lo observaba impávido y las mujeres atrás le gritaban. En cualquier parte del
mundo democrático y evolucionado, el policía agarra y le da dos garrotazos al
individuo, lo saca esposado del transporte y el individuo se va directo a ser
multado, mientras atrás las mujeres aplauden al recuperar su espacio en el
autobús. En la Ciudad de México de Miguel Ángel Mancera, el chistecito costó
más de media hora de retraso en la línea y setecientos usuarios en el andén
estación esperando una unidad que los llevara a su destino y que, además,
impedían el paso a otros setecientos usuarios que llegaban en el otro sentido
de la estación y necesitaban abandonarla.
Pero más preocupante es que en las dos últimas semanas he
sido testigo de situaciones que pueden terminar en tragedia en la línea 1 del
Metrobús. La falta de lógica de quien coordine las corridas de las unidades y
la falta de educación de los mexicanos provoca que lo que antes resultaba una
broma al decir que el transporte público de la ciudad desafía las leyes de la
física porque logra que más de dos o tres cuerpos puedan ocupar el mismo
espacio al mismo tiempo, se vuelve peligroso no solo por la masa de personas
que esperando la llegada de la unidad se apelmazan en el andén y se empujan
anticipando la llegada, lo que puede resultar en que alguien caiga frente a la
unidad que llega y sea atropellado de mínimo.
No el peligro hacía adentro de la unidad es la presión que
se ejerce en las personas que van paradas y que ya lo presencié provoca que las
personas se desmayen por sofocación y la opresión que sufren. claro cuando la
unidad llega a la siguiente estación por más que alguien grite; dejen bajar a esta persona que está muy mal.
nunca falta el imbécil que se avienta hacía adentro del autobús y una vez
adentro lance una sonrisa idiota de Ya
ven como si entre, pendejos, o peor que se empujado al interior por otro
que quiere entrar, pero no lo logra por estar demasiado atrás en la bola de
personas.
El policía sigue su rutina y su trabajo viendo pasar el
tiempo, la vida y a las personas por los torniquetes sin preocuparse porque la
estación está cada vez más llena y sí puede ayudar en algo para lograr lo que
los encargados de la logística de los camiones no entiende, ni sabe acerca
estaciones y un transporte seguro. Entiendo y me queda claro que el policía no
es culpable el sólo obedece ordenes, pues entonces, no estaría de más, que sus
jefes les ordenen a crear situaciones seguras y a actuar como lo que son
oficiales de la ley.
Es vergonzoso, cómo para las autoridades de la Ciudad de
México, la vida humana es totalmente prescindible.
publicado en blureport el 29 de julio de 2016
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