Yo celebro la carta de la Universidad de Chicago, porque pone en su exacta dimensión una de las cuestiones menos democráticas y libres del mundo contemporáneo.
Armando Enríquez Vázquez
A principios de esta semana en varios diarios
internacionales se consignó la carta de bienvenida de la Universidad de Chicago
a sus alumnos de este nuevo ciclo escolar. En ella la Universidad se compromete
a respetar las ideas, la libertad de expresión, el derecho a debatir ideas y
advierte a los alumnos que deben estar abiertos la exposición de puntos de
vista diferentes e ideas contrarias a las que sostienen. Si no están listos y
preparados para ello, La Universidad pone en claro, la Universidad de Chicago
no es para ellos. La carta se opone abiertamente a los irreflexivos y absurdos
códigos surgidos del ser políticamente correcto.
La carta mina desde la academia uno de los grandes mitos y
estupideces con las que han crecido millones de seres humanos en Estados
Unidos, en México y en el mundo; lo políticamente correcto.
Lo políticamente correcto es una forma “políticamente
correcta” de llamar a la censura. Es una manera burda y mediocre de rasar lo
que la gente debe y puede pensar y expresar acerca de su entorno, del mundo y
de otros grupos humanos. Es convertirse en una hipócrita. Lo políticamente
correcto obliga a no expresar ideas, es lo que tiene a muchos políticos del
mundo callados frente las declaraciones fascistas de un personaje como Donald
Trump. Es no hablar por no parecer un radical o un fanático retrogrado frente a
los demás, es la mejor arma del estado o de grupos de la sociedad para impedirnos
hablar, escribir o expresar ideas opuestas a las de la mayoría.
Y es, sin duda, desde lo políticamente correcto que muchos grupos
minoritarios lanzan sus ataques en contra de la mayoría. Escudados en lo
políticamente correcto han nacido todos los pretextos y falsas razones para
erigir los discursos de odio de nuestra era.
Pongamos como ejemplo la reciente polémica en torno a los
matrimonios entre personas del mismo sexo. Así como homosexuales y lesbianas
tienen el derecho a luchar por sus convicciones y ser respetados, de la misma
manera la parte más conservadora de la sociedad tiene la libertad para expresar
su opinión en contra de esos derechos. La Libertad de expresión y el debate no
excluye la confrontación de ideas, al contrario, la promueve para entonces
construir acuerdos y los hace convivir, son las leyes las que rigen a un país y
no los particulares juicios morales de un bando o del otro. Nuestra libertad
nada tiene que ver con la prohibición, la descalificación o la negación por
reducción al absurdo de los derechos de los demás. Tanto de un lado, como del
otro debemos aprender a vivir con la diferencia de pensamiento, con la
diversidad de opinión. El argumento de la tolerancia, sólo esconde la
intransigencia de un grupo y del otro. No debemos aprender a vivir tolerando,
porque eso lo hemos hecho bajo cada gobierno del PRI, si no aceptando que la
opinión del otro, tiene el mismo valor que la mía en tanto no intente
reprimirme o desacreditarme por no pensar como él o viceversa. En tanto no
genere un discurso de odio que sea el origen de la muerte.
Que el burkini le moleste a una punta de supuestos liberales
franceses, sólo nos muestra que en su pequeño cerebrito las ideas de la
libertad, la igualdad y la fraternidad están muertas. Su incapacidad para
entender otras realidades.
Yo celebro la carta de la Universidad de Chicago, porque
pone en su exacta dimensión una de las cuestiones menos democráticas y libres
del mundo contemporáneo. El respeto exigido muchas veces por grupos
minoritarios, se pierden cuando su discurso se escuda en lo políticamente correcto
para despreciar y atacar con palabras que incitan al odio a sus detractores,
tomando la misma postura que tanto critican de sus opositores. Así vemos a
grupos radicales de feministas y homosexuales utilizar el mismo discurso de
odio del que se dicen víctimas y promoviendo la secesión social que los
supremacistas blancos, los católicos radicales o los israelíes genocidas del
pueblo palestino, al referirse a los hombres o a los heterosexuales.
La Humanidad, a lo largo de su historia ha demostrado que
somos una raza capaz de las más grandes atrocidades a partir de contarnos
historias y creérnoslas. Siempre hemos pensado, falazmente, que es en el
presente cuando vivimos el mayor desarrollo de nuestra civilización y es
entonces cuando nos miramos y comparamos con las imágenes pasadas para
justificar nuestra mal entendida evolución, pero en el fondo con diferentes
peinados, ropas y eufemismos seguimos practicando cómo someter al otro. Cómo
reprimirlo y mostrar nuestro dominio.
La involución de la democracia ha llevado a fragmentar a la
sociedad, en lugar de volver inclusiva, por consiguiente, a enfrentar seres
humanos a sus semejantes de una manera legal. La democracia moderna inventó lo
políticamente correcto para de una forma perversa promover un comportamiento
opuesto a la democracia; lo políticamente correcto se ha convertido en boca de
los modernos inquisidores la clave para acusar a todo aquel hereje que llama al
pan, pan y al coño, coño. Porque siempre habrá un eufemismo barato con el cual
devastar las palabras, las ideas, con el fin de minar la libertad de expresión.
Construir un ambiente libre y democrático es permitir las
voces contrarias por más radicales que estas sean, siempre y cuando no
promuevan el odio, cosa que muchas veces sucede por muchos de aquellos que
exigen respeto y libertad para lo que quieren obligarnos a pensar
descalificando a priori nuestra opinión en caso de ser contraria.
Celebro la carta de la Universidad de Chicago, porque
recuerda que una institución académica, de cualquier índole, pero en específico
una Universidad es un lugar abierto a la confrontación de ideas y opiniones, y
el ejemplo a seguir por toda la sociedad. Que son los maestros los que deben
promover el diálogo entre la comunidad estudiantil y por extensión entre la
sociedad.
publicado el 2 de septiembre de 2016 en blureport.com.mx
imagen: deathtstock.com
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