Durante años la celebración del día de los muertos, una de las tradiciones más mexicanas que existen, era ignorada por la publicidad. Entonces surgieron las curvihuesudas Catrinas.
Armando Enríquez Vázquez
El término Catrín y por extensión el de Catrina, hacía
referencia en tiempos de la Revolución a las personas presumidas y con dinero.
Hoy las podemos ver en películas de animación, en fiestas y
desfiles y de unos años para acá hasta en la publicidad. Recuerdo unos promos
de TV Azteca, la extraordinaria campaña de cerveza Victoria del año pasado, y
ahora hasta La Costeña se sirve de mujeres maquilladas de calaveras para
promocionarse en estas fechas, sólo por mencionar algunas catrinas memorables.
Durante años la celebración del día de los muertos, una de
las tradiciones más mexicanas que existen, era ignorada por la publicidad, en
el mejor de los casos estas fechas eran aprovechadas por las tiendas de
autoservicio y los fabricantes de dulces para llamar la atención sobre la más
comercial y redituable celebración del Halloween al estilo de Estados Unidos
donde niños piden dulces a manea de soborno para no cometer un atentado contra
la casa donde se piden los dulces.
La publicidad a la tradición nacional se daba dentro de los
noticieros con diferentes notas de color o cobertura de lugares como Pátzcuaro
o Mixquic. En el mejor de los casos en las vidrieras de las panaderías donde los
dueños dibujaban calaveras en situaciones graciosas, al menos eso pensaban
ellos, para promocionar el producto de temporada; el pan de muertos.
Pero dentro de la tradición mexicana por celebrar a la
muerte y honrar a aquellos que se nos
adelantaron en el camino, frase que siempre se me ha hecho una más de esas
formalidades con las que los mexicanos tratamos en vano de suavizar hechos y
actos de una manera servil anterior a todo eso que se llama políticamente correcto,
sirve para compartir un espacio de meditación y convivio con nuestros fantasmas,
aunque sean los mentales. En esa falta de respeto a la muerte que tanto se dice
que tenemos los mexicanos, convertida en un acto que a pesar de lo colectivo
permanece como momento de gran intimidad. Lejos del abrumante mundo de los
vivos.
En algunos museos comenzaron a ponerse altares dedicados a
ilustres y héroes locales a mediados de la década de los ochenta. La tradición
comenzó a ser nuevamente algo que se veía orgullosamente como parte de nuestra
cultura y no sólo algo que comenzaba a desaparecer como muchas otras
tradiciones del México antiguo y rural que se despreciaban.
Hasta hace poco, la fecha carecía de una intención comercial.
Pero hoy, más allá de la existencia a lo largo de casi todo el año de pan de muerto
en diferentes establecimientos, gracias a la mirada siempre distorsionada y
sorprendida de gringos y europeos, nuestra celebración comienza a tener tintes
de una fiesta nacional de magnitud similar a la Independencia, sobre todo en
ciertas zonas de la República. La Muerte que nos pela los dientes en el amplio
y doble sentido de la frase, ha pasado del papel picado o de las tradicionales
calaveritas de azúcar, amaranto o chocolate a convertirse en una nueva especie
de producto mercadológico, como Santa Claus, sobretodo en la personificación y
repetición de las Catrinas. El extremo
mayor lo tenemos cuando imaginamos a la muerte como una hermosa y curvihuesuda
Catrina a la que con más que placer seguiríamos tratando de seducir y llevarla
mejor nosotros a nuestros terrenos.
La primera Catrina y a la que siempre hacemos referencia es la
del grabado de José Guadalupe Posadas, a la que el talentoso grabador
hidrocálido llamó: La Calavera Garbancera,
el personaje de Posadas llevaba ese nombre porque esa era la manera
despectiva con la que se llamaba a los que renegaban de su origen mexicano y
pretendían pasar por europeos, lo que en otras épocas se ha llamado nuevos
ricos, o wanabees, esa parte de los mexicanos que tenemos todos, en mayor o
menor grado y que describimos también como malinchismo. Muy probablemente lo de
garbancera haya surgido de qué a diferencia de los muy mexicanos frijoles, los
garbanceros preferían en ese afán de menospreciar lo mexicano, comer la
leguminosa que los españoles trajeron a nuestro país.
Años después al pintar su mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, Diego Rivera
tomó al personaje de Posadas y cubrió la osamenta con elegante ropa, pero
mantuvo el emplumado sombrero de principios de siglo que coronaba el cráneo de
la calavera en el grabado de Posadas.
Hasta hemos visto finalmente a esa Catrina convertirse en
especie de heroína y semidiosa en la película animada del animador mexicano
Jorge R. Gutiérrez y producida por Guillermo del Toro El libro de la vida.
Creada hace ciento seis años, La Calavera Garbancera, calaca burlona y crítica que portaba un
pretencioso sombrero de plumas, ha evolucionado hasta esas huesudas de
apetecibles carnes de la Cerveza Victoria que llenaron los parabuses de la
Ciudad de México el año pasado, en una muy inteligente y brillante campaña
publicitaria.
Este año una tímida y sonriente catrina se asoma en los
espectaculares de La Costeña, como si representara a la recatada y moralista
clase media social, en oposición de los excesos de las catrinas que enseñaban
parte del esternón y del fémur promocionando la bebida alcohólica. ¿No habría
sido más congruente con la marca y menos patético, que La Costeña mostrara a
una familia de catrinas y catrines sentados junto a una fosa compartiendo sus
productos con sus vivos?
Las
tradiciones mexicanas del día de muertos reviven y se reinventan, sincretizan
la parte oscura del Halloween y han convertido la celebración mística en el carnaval
y desfile que vivimos este fin de semana en la Ciudad de México. Lleno de
catrinas de este y del otro mundo que amenazan con llevar la fiesta hasta el
más allá.publicada el 31 de octubre de 2016
imagenes La costeña.com.mx
openculture.com
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