Una de las primeras formas y de las más directas de anunciar un producto utilizada desde los primeros tiempos de la humanidad y en español lo denominamos con la bella palabra pregón.
Armando Enríquez
Vázquez
Todos los sábados, alrededor de las tres de la tarde en las
calles cercanas al lugar en el que vivo pasa un hombre en una bicicleta con un
carrito de paletas heladas y a con una voz ronca que se escucha a varias
cuadras a la redonda anuncia: “Ya
llegaron las paletas”, el grito se repite un par de ocasiones en lo que el
hombre avanza en su carrito y no lo vuelvo a escuchar hasta la siguiente
semana.
Una de las primeras formas y de las más directas de anunciar
un producto, aún sin saberlo, se utiliza desde los primeros tiempos de la
humanidad y en español lo denominamos con la bella palabra pregón. Tiene su
origen en el latín praeco praeconis;
que significa “heraldo” y de acuerdo con la Real Academia Española de la lengua
en su primera acepción es “…la promulgación o publicación que en voz alta se
hace en los sitios públicos de algo que conviene que todos sepan.”
En diferentes novelas de costumbristas del siglo XIX y en
relatos acerca de los usos y costumbres de las principales ciudades de la Nueva
España y el México después de la independencia se da cuenta de diferentes
comerciantes que ofrecían sus productos a grito pelado por las calles de las
ciudades y pueblos. Aunque también se les contrataba para dar a conocer edictos
y propaganda gubernamental útil para todos aquellos analfabetas que existían en
el pasado. El pregón llegó a ser un arte y los pregoneros se convirtieron en
trovadores comerciales de gran ingenio y rima, en pocas palabras los copys y
los creativos de sus días.
A lo largo del siglo XX el fenómeno perduró en la voz de los
hombres que, como el hombre con el que inicie este texto, empujaban, en su caso
haciendo el recorrido a pie, un carrito con helados y paletas congeladas por
las calles de la ciudad, los estridentes gritos de quienes venden los cilindros
de gas butano, “se arreglan cortinas y persianas” es también uno de los
pregones de la Ciudad de México, y ni qué decir del personaje que como salido
de novela gótica, aparece en las colonias después de una tragedia vendiendo un
pasquín rojo con los pormenores y horrores del crimen. Este último personaje
llegó sano y salvo al siglo XXI y la última vez que escuché a uno fue hace como
diez años cuando en las calles de la colonia Del Valle Sur de la Ciudad de
México una fuga de gas hizo explotar un restaurante y daño las casas de
alrededor.
Como muchas otras cosas, en el siglo XXI este pregón único y
personal de cada vendedor, se digitalizo y se viralizó, si es que así lo
podemos llamar, y entonces no sólo en la cualquier zona de la Ciudad de México
sino en ciudades cercanas como Cuernavaca o Querétaro podemos escuchar las
mismas grabaciones que ofrecen comprar “…colchones, estufas, hornos de
microondas y fierro viejo que venda…” o el popular y convertido hasta en timbre
de teléfono celular en su momento “…tamales calientitos, tamales oaxaqueños..”
grabaciones que se han vuelto de tal manera icónicas de las zonas urbanas que
hasta en la última temporada de Club de
Cuervos se hace referencia y mofa a ellas cuando Salvador Iglesias Sr. obliga
a su hija Isabel, aun niña, a grabar el nuevo pregón de los ropavejeros del
siglo XXI.
A veces ese pregón se convirtió en un simple sonido con el
que se identifican ciertos servicios y productos. En ciertas zonas de la ciudad
las personas que venden helados utilizan un triángulo que van sonando, la
campana que identifica a los recolectores de basura y el silbido producido por
el vapor de los carritos que venden camotes, todos estos sonidos herencia de un
México del siglo XX, mucho más sencillo.
El pregón sigue vivo de una manera más prosaica y lo más
triste de manera involuntaria, lo que lo vuelve en simple griterío y por
extensión ruido.
El pregón por burdo que parezca sigue siendo una forma utilizada
de publicidad directa. Más allá de la pasividad de quien monta un puesto o en
una esquina espera sentado la llegada de la clientela, el vendedor pregonero va
anunciando su producto muchas veces mientras deambula por las calles y las
banquetas alertando a la gente y posible consumidor de la existencia de su
producto. También muchos establecimientos como las agencias de autos o los
locales dedicados a la venta de azulejos e implementos para baños y cocinas han
descubierto algo similar al pregón, la instalación de enormes bocinas tocando
música de ínfima calidad y modelos “exuberantes” para llamar la atención de los
clientes. A eso debemos sumar los supermercados en días de quincenas cuyos
estacionamientos o pasillos de la tienda se llenan de edecanes y promotores con
micrófonos intentando atraer a los clientes a comprar a través de concursos y
promociones.
Si bien la importancia del pregón no parece ser valorada en
nuestros días su función se sigue llevando a cabo y sería interesante ver que
tienen que decir al respecto los promotores y defensores de la publicidad de
guerrilla o los ejecutivos de BTL.
A manera de colofón hay que decir que en México tenemos una
palabra antónimo del pregonero y que tiene un origen curioso, se trata de la
palabra Merolico. A mediados del
siglo XIX llegó a la ciudad un polaco que vendía sus productos a gritos en las
calles del centro de la Ciudad de México, como muchos otros futuros empresarios
europeos que llegaron por aquellos días a hacer la América. Este hombre de
nombre Meroil-Yock se hizo notar gracias a un brebaje medicinal que vendía, que
al final se confirmó que no servía para nada, el nombre del pregonero se vulgarizó
por el término merolico y se convirtió en una palabra peyorativa.
publicado en roastbrief.com.mx el 9 de octubre de 2017
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