La intolerancia en
boca de un presidente intolerante, cabeza de un partido intolerante resulta
autocrítica en tono de humor involuntario.
Armando Enríquez
Vázquez
“Gobierno que no acepta la crítica siembra intolerancia”
esas fueron las palabras de Enrique Peña Nieto en uno más de sus actos de
campaña a favor del desangelado José Antonio Meade y tras decirlas el
presidente se limpió la sangre que comenzaba a manar de una de las comisuras de
sus labios, tal vez de la derecha.
Suena muy mal que un presidente que se ha encargado desde su
llegada a la oficina de Palacio Nacional en desaparecer espacios informativos
utilizando la ley del garrote con el apoyo de timoratos y serviles empresarios
de medios como Joaquín Vargas y Olegario Vázquez Aldir, se atreva a acusar a
sus adversarios políticos de lo mismo que ha sido uno de los sellos del
sexenio; la intolerancia.
Las respectivas salidas de Carmen Arístegui y Pedro Ferriz
de Con de los espacios que conducían en radio estuvieron orquestada desde la
intolerante oficina de un presidente que fue cuestionado desde que surgió su
candidatura por ambos periodistas, ahora que esta en el ocaso de su presidencia
y con la certeza de haber elegido al peor candidato para su partido, Peña Nieto
pretende darse golpe de pecho atacando de manera indirecta la intolerancia
marcada de Andrés Manuel López Obrador. Su ceguera política y arrogancia han
provocado la caída de un candidato mal escogido, sin popularidad y desconocido
al interior del partido que el Presidente de República dice representar, pero
que en la realidad parece ser más ser parte de esa tan cacareada mafia del
poder que en un principio parecía sólo una creación en la mente mártir del mesías
tropical, pero que se ha vuelto una descarada realidad que no sólo encabeza
Meade, si no que complementa maquiavélicamente un personaje tan deleznable como
lo es Javier Lozano y ese trabajo sucio de atacar a Anaya y López Obrador que están
efectuando Margarita Zavala y Jaime Rodríguez “El Bronco”, desde sus
candidaturas independientes conseguidas a fuerza de trampas y dedazos del
gobierno federal.
El sexenio de Peña Nieto se ha caracterizado por la intolerancia,
intolerancia no sólo a la prensa, si no a la ciudadanía también, la ciudadanía que
en su minoría eligió a este presidente que supuestamente representa y gobierna
a todos los mexicanos. Peña Nieto ha despreciado a la sociedad civil y su voz
en las redes sociales. La intolerancia surge desde la arrogancia y sordera política
de uno de los presidentes menos populares y menos querido por los mexicanos.
Las palabras de Peña Nieto resultarían las normales palabras
huecas oficiales si las hubiera pronunciado un presidente priísta de los años
setentas, ochentas y hasta noventas, pero en la segunda década del siglo XXI, con
las redes sociales, con algunos periodistas libres y columnistas críticos que
son favoritos de muchos ciudadanos, Peña Nieto resulta un dinosaurio más, el
producto más perfeccionado del viejo PRI, maquillado de algo que desde el
inicio de su gobierno mostro ser falso, su interés por México.
La intolerancia del régimen príista y de su presidente quedan
manifiestas en la poca importancia que le merece el sistema de justicia que
permanece acéfalo, así como en la forma directa que ha decidido confrontarse
con el gobierno soberano de Chihuahua, con el candidato Ricardo Anaya y la
forma en que con amenazas acabó con el ex titular de la FEPADE.
Triste es la figura de un presidente que ha sido intolerante
con los periodistas mexicanos, con los funcionarios, con los miembros de su
gobierno, con la oposición que lo cuestiona y por otro lado ha resultado un
lamebotas de Estados Unidos, bajo los intereses mezquinos de su secretario de
Relaciones Exteriores, como tristes son los discursos que da tratando de darnos
gato por liebre en uno de los sexenios que más se ha dañado a México, aún
estamos por ver los saldos reales de tanta corrupción y avaricia. El peor, sin
duda desde los tiempos de Carlos Salinas de Gortari.
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