Uno de los argumentos
utilizados a diario por el presidente en sus conferencias matutinas la
desaparición de la corrupción, pero no esto no es cierto.
Armando Enríquez
Vázquez
Los mexicanos tenemos tres meses escuchando al Presidente
Andrés Manuel López Obrador a diario decirnos y recalcarnos que en México la
corrupción ya no existe. Y pasando de alto la falacia de este decreto al mejor
estilo de Karime Macías, la verdad es que esto no es cierto. Y no quisiera dudar
de las extraordinarias intenciones del presidente, pero la verdad sea cierta
esto no ha sucedido, porque aunque es cierto que la corrupción económica es y
ha sido el mal mayor que hemos enfrentado los mexicanos desde hace décadas y que
de ella han sido parte los priístas, los panistas, los perredistas, los de
Morena en su momento como lo demuestra la actitud de Javier Jiménez Espriú con
su prepotencia antes de ser funcionario y después el cínico actuar con respecto
a su departamento en Houston, con esa actitud de prestanombres tan clásica del
PRI y cuyo ejemplo más reciente fue Javier Duarte quien puso muchas de sus
propiedades a nombre de familiares, familiares políticos y prestanombres para intentar
engañar a los mexicanos y a las autoridades.
La cruzada del presidente en contra de la corrupción es loable,
y él no se cansa ganso de recordárnoslo a diario. Pero la corrupción no sólo se
manifiesta en las grandes cantidades de dinero que políticos y empresarios saquearon
al país, también está en actos de omisión y encubrimiento, en pequeños actos
que intentan pasar desapercibidos y que no representan en teoría problemas al
erario, pero sí de conflicto de interés.
El presidente intenta a toda costa demostrar que su gobierno
no es corrupto y concediéndole el beneficio de la duda, acepto que no existen
sombras de corrupción económica hacía su persona y la mayor parte de los
miembros de su gabinete. Pero en materia de corrupción moral, es el presidente
el primer ejemplo de ella durante su sexenio.
López Obrador está decidido a acabar con la corrupción. Sin
embargo, a los ojos del presidente es como un extraño mal que habita en el ambiente
y afecta a principalmente a los fifís, quienes también pueden ser salvados y
redimidos de este terrible mal a partir de decretos, porque en el caso del “Pueblo
Bueno” la corrupción se cura con los billetazos, ni tan billetazos, de los programas
sociales de la Cuarta Transformación.
Desgraciadamente Andrés Manuel López Obrador es también un
hombre corrupto, no me refiero a que se agencie dinero de manera ilegal o
incorrecta, en ese sentido el presidente es impoluto. A lo largo de más de tres
lustros de investigaciones minuciosas, tanto por parte de los periodistas, como
de adversarios y declarados enemigos políticos, jamás le han comprobado absolutamente nada al presidente,
a pesar de que siempre se ha rodeado de corruptos y avariciosos personajes como
René Bejarano, Carlos Imaz, Ricardo Monreal, o todos esos secretarios resucitados
de las filas del PRI de Echeverría, incluidos Manuel Bartlett, Porfirio Muñoz
Ledo o Javier Jiménez Espriú o los nuevo/as como la directora del CONACYT que sin
empacho nombró en un principio a personajes sin el perfil requerido para el
Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología por instrucciones de la operadora política
de Morena y diputada federal Dolores Padierna, o como sucede con las ternas
nombradas a modo por el propio presidente para organismos como la CRE.
La verdadera corrupción de López Obrador es de índole moral,
por una lado al nombrar, de la misma manera que hizo Vicente Fox, a su esposa
en un cargo público pagado por el erario, eso se llama nepotismo y lo
ejercieron priístas de los que despotrica el presidente como Carlos Salinas de
Gortari con su hermano Raúl y otros priístas a los que López obrador admira
como José López Portillo. Yo no dudo que la señora Beatriz Gutiérrez sea lo inteligente
y capaz que nos dicen que es, pero no necesita ejercer un puesto público durante
el gobierno de su esposo. Por otro al tratar de erigirse como líder moral del
país invocando a Juárez, cuando muy probablemente el abogado oaxaqueño hubiera
repudiado la visión mesiánica y religiosa del tabasqueño.
Esa corrupción moral es igual de perniciosa que aquella que
tanto le molesta al presidente y misma que insiste en haber erradicado de un
plumazo el pasado 1º de diciembre de 2018 con su llegada al poder. La
corrupción tiene como característica la arrogancia manifiesta de quien se sabe
con poder y poder económico para abrir o cerrar llaves de fortunas, creando así
empresas y empresarios favoritos, la misma arrogancia de sentirse protegido por
el manto presidencial y crear sin pudor comunicados idiotas e ignorantes al
interior de la Secretaria de Cultura, la prepotencia de no licitar argumentando
una emergencia nacional y al mismo tiempo demostrar una total ignorancia de las
normas mexicanas de seguridad que tantos años se llevaron en crear para
proteger a los ciudadanos de a pie como todos nosotros de vehículos peligrosos
que en alguna ocasión provocaron situaciones de alarma al interior de la CDMX al
volcarse como resultado de conductores irresponsables y mal entrenados.
La corrupción no sólo es dinero que pasa de la mano de un
empresario a un político o de un político a otro para obtener favores, como
sucedió en todos los gobiernos pasados del país. Cada vez de manera más
descarada incluso durante el ejercicio del gobierno de la Ciudad de México, en
tiempos del presidente López Obrador. La corrupción es también acusar, retener
datos y negarse a llevar a cabo las investigaciones necesarias y legales para
castigar a quienes desde el poder han lesionado los intereses de México y de
los mexicanos desde puestos sindicales como en PEMEX, o los sindicatos de
maestros o desde un escaño donde se jalan hilos para desestabilizar la economía
de un estado de la federación con desconocidos y oscuros fines personales como
se señala al senador Napoleón Gómez Urrutia.
La corrupción es justificar la toma de decisiones del
gobierno, algo que el presidente más popular de este siglo no necesita hacer, a
partir de consultas amañadas y a modo. López Obrador no necesita de esas
artimañas y no las usa cuando se trata de hablar de estancias infantiles o
centros de ayuda a mujeres maltratadas. Porque sabe que ni utilizando los mismo
procedimientos opacos de consulta sobre esas cuestiones puede ganar.
Porque es corrupción también eliminar programas
sociales a diestra y siniestra, de manera visceral e irracional sin ser capaz
de cuestionar el papel que los diferentes servidores públicos de sexenios
pasados jugaron en esta corrupción, y en su lugar crear clientela electoral. A
tres meses de gobierno parece que todo cambia para seguir igual o peor.
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