lunes, 4 de marzo de 2019

La corrupción moral y la moralina corrupta.



Uno de los argumentos utilizados a diario por el presidente en sus conferencias matutinas la desaparición de la corrupción, pero no esto no es cierto.

Armando Enríquez Vázquez

Los mexicanos tenemos tres meses escuchando al Presidente Andrés Manuel López Obrador a diario decirnos y recalcarnos que en México la corrupción ya no existe. Y pasando de alto la falacia de este decreto al mejor estilo de Karime Macías, la verdad es que esto no es cierto. Y no quisiera dudar de las extraordinarias intenciones del presidente, pero la verdad sea cierta esto no ha sucedido, porque aunque es cierto que la corrupción económica es y ha sido el mal mayor que hemos enfrentado los mexicanos desde hace décadas y que de ella han sido parte los priístas, los panistas, los perredistas, los de Morena en su momento como lo demuestra la actitud de Javier Jiménez Espriú con su prepotencia antes de ser funcionario y después el cínico actuar con respecto a su departamento en Houston, con esa actitud de prestanombres tan clásica del PRI y cuyo ejemplo más reciente fue Javier Duarte quien puso muchas de sus propiedades a nombre de familiares, familiares políticos y prestanombres para intentar engañar a los mexicanos y a las autoridades.
La cruzada del presidente en contra de la corrupción es loable, y él no se cansa ganso de recordárnoslo a diario. Pero la corrupción no sólo se manifiesta en las grandes cantidades de dinero que políticos y empresarios saquearon al país, también está en actos de omisión y encubrimiento, en pequeños actos que intentan pasar desapercibidos y que no representan en teoría problemas al erario, pero sí de conflicto de interés.
El presidente intenta a toda costa demostrar que su gobierno no es corrupto y concediéndole el beneficio de la duda, acepto que no existen sombras de corrupción económica hacía su persona y la mayor parte de los miembros de su gabinete. Pero en materia de corrupción moral, es el presidente el primer ejemplo de ella durante su sexenio.
López Obrador está decidido a acabar con la corrupción. Sin embargo, a los ojos del presidente es como un extraño mal que habita en el ambiente y afecta a principalmente a los fifís, quienes también pueden ser salvados y redimidos de este terrible mal a partir de decretos, porque en el caso del “Pueblo Bueno” la corrupción se cura con los billetazos, ni tan billetazos, de los programas sociales de la Cuarta Transformación.
Desgraciadamente Andrés Manuel López Obrador es también un hombre corrupto, no me refiero a que se agencie dinero de manera ilegal o incorrecta, en ese sentido el presidente es impoluto. A lo largo de más de tres lustros de investigaciones minuciosas, tanto por parte de los periodistas, como de adversarios y declarados enemigos políticos,  jamás le han comprobado absolutamente nada al presidente, a pesar de que siempre se ha rodeado de corruptos y avariciosos personajes como René Bejarano, Carlos Imaz, Ricardo Monreal, o todos esos secretarios resucitados de las filas del PRI de Echeverría, incluidos Manuel Bartlett, Porfirio Muñoz Ledo o Javier Jiménez Espriú o los nuevo/as como la directora del CONACYT que sin empacho nombró en un principio a personajes sin el perfil requerido para el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología por instrucciones de la operadora política de Morena y diputada federal Dolores Padierna, o como sucede con las ternas nombradas a modo por el propio presidente para organismos como la CRE.
La verdadera corrupción de López Obrador es de índole moral, por una lado al nombrar, de la misma manera que hizo Vicente Fox, a su esposa en un cargo público pagado por el erario, eso se llama nepotismo y lo ejercieron priístas de los que despotrica el presidente como Carlos Salinas de Gortari con su hermano Raúl y otros priístas a los que López obrador admira como José López Portillo. Yo no dudo que la señora Beatriz Gutiérrez sea lo inteligente y capaz que nos dicen que es, pero no necesita ejercer un puesto público durante el gobierno de su esposo. Por otro al tratar de erigirse como líder moral del país invocando a Juárez, cuando muy probablemente el abogado oaxaqueño hubiera repudiado la visión mesiánica y religiosa del tabasqueño.
Esa corrupción moral es igual de perniciosa que aquella que tanto le molesta al presidente y misma que insiste en haber erradicado de un plumazo el pasado 1º de diciembre de 2018 con su llegada al poder. La corrupción tiene como característica la arrogancia manifiesta de quien se sabe con poder y poder económico para abrir o cerrar llaves de fortunas, creando así empresas y empresarios favoritos, la misma arrogancia de sentirse protegido por el manto presidencial y crear sin pudor comunicados idiotas e ignorantes al interior de la Secretaria de Cultura, la prepotencia de no licitar argumentando una emergencia nacional y al mismo tiempo demostrar una total ignorancia de las normas mexicanas de seguridad que tantos años se llevaron en crear para proteger a los ciudadanos de a pie como todos nosotros de vehículos peligrosos que en alguna ocasión provocaron situaciones de alarma al interior de la CDMX al volcarse como resultado de conductores irresponsables y mal entrenados.
La corrupción no sólo es dinero que pasa de la mano de un empresario a un político o de un político a otro para obtener favores, como sucedió en todos los gobiernos pasados del país. Cada vez de manera más descarada incluso durante el ejercicio del gobierno de la Ciudad de México, en tiempos del presidente López Obrador. La corrupción es también acusar, retener datos y negarse a llevar a cabo las investigaciones necesarias y legales para castigar a quienes desde el poder han lesionado los intereses de México y de los mexicanos desde puestos sindicales como en PEMEX, o los sindicatos de maestros o desde un escaño donde se jalan hilos para desestabilizar la economía de un estado de la federación con desconocidos y oscuros fines personales como se señala al senador Napoleón Gómez Urrutia.
La corrupción es justificar la toma de decisiones del gobierno, algo que el presidente más popular de este siglo no necesita hacer, a partir de consultas amañadas y a modo. López Obrador no necesita de esas artimañas y no las usa cuando se trata de hablar de estancias infantiles o centros de ayuda a mujeres maltratadas. Porque sabe que ni utilizando los mismo procedimientos opacos de consulta sobre esas cuestiones puede ganar.
Porque es corrupción también eliminar programas sociales a diestra y siniestra, de manera visceral e irracional sin ser capaz de cuestionar el papel que los diferentes servidores públicos de sexenios pasados jugaron en esta corrupción, y en su lugar crear clientela electoral. A tres meses de gobierno parece que todo cambia para seguir igual o peor. 

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