La diferencia básica entre un político y un científico es
que mientras el primero pretende la gloria vana, el segundo va en persecución
de la verdad.
Armando Enríquez
Vázquez
Acabó de ver la serie de HBO Chernobyl, tras dar su
testimonio en el juicio a los tres responsables del accidente nuclear el científico
Valeri Legásov es arrestado por la KGB y el director de la misma le da un
discurso acerca de la nula importancia de los científicos frente al “glorioso”
lugar que la historia le tiene asignado a los políticos. De cómo son los políticos
no sólo los verdaderos protagonistas del devenir humano, si no quienes con su burocrático
dedo flamígero señalan a quienes deben ser recordados por la historia. En la mayoría
de los casos esta premisa es clara y cierta hasta cierto punto, porque la
historia es escrita por los vencedores. Pero en otros la verdad prevalece y con
el tiempo, como en el caso de Galileo, hasta la Iglesia Católica, creadora de
la Santa Inquisición, pide perdón frente a las evidencias innegables de su
arrogancia.
En la historia reciente de México nunca nos habíamos acercado
tanto a una época de oscurantismo y fanatismo de manera tan clara como hoy. La
visión maniquea de Andrés Manuel López Obrador acerca de la ciencia y los científicos,
es parte de su maquiavélica y melodramática manera de gobernar dividiendo a un
México de por sí dividido. Sólo la mente de un fanático religioso puede menospreciar
a la Ciencia de la manera en la que el líder de la 4T y presidente de México lo
hace.
Como lo he escrito en otras ocasiones la ciencia es un motor
de desarrollo y generador de riqueza importante, pero su gran pecado es que nunca
ha obedecido las reglas dictatoriales de los ignorantes gobiernos totalitarios.
El presidente que admira a los pueblos latinoamericanos y en
especial a los que se autonombran de izquierda como las dictaduras venezolana y
cubana, debería aprender una cosa de la segunda, el desarrollo de la ciencia
propia y en especial de la medicina cubana. La medicina en Cuba es punta de
lanza a nivel mundial, minimizada y vituperada por las grandes farmacéuticas y sus
intereses imperialistas. A diferencia de la isla caribeña que carece de materia
prima y de insumos, que ha sobrevivido muchas veces gracias a los rublos
primero de la Unión Soviética y hoy de Rusia, así como de muchos políticos
corruptos mexicanos con intereses en la isla, México es un país extenso con
diferentes ecosistemas y una importante reserva de recursos renovables y no renovables
que en las manos de investigadores y científicos médicos, industriales y de
todo tipo pueden ser una de las bases del desarrollo que tanto pretende, al
menos en sus demagógicos discursos, Andrés Manuel López Obrador.
Una vez más la semana pasada el presidente se refirió de la
manera más despectiva al trabajo científico, con el odio que desde su personal
ignorancia le da que otros sepan más que él. De esa misma manera descalificó a
los economistas y en muchas de sus razones puede tener razón cuando durante
muchos sexenios se promovió la idea de la macro economía sobre la de la economía
del país y el bienestar de los mexicanos. Pero las acciones y la corrupción que
hasta el momento hemos visto en el gobierno de López Obrador no muestran un gran
cambio.
Lo único que le interesa a la administración de Morena es
restringir libertades, crear estructuras partidarias que acaben con la
individualidad y sobre todo mantener la pobreza en toda la nación, para
mantener el clientelismo. La titular del CONACYT es uno de los principales
ejemplos de la guerra contra la ciencia y los científicos mexicanos. María
Elena Álvarez Buylla, una burócrata que vivió a expensas de la UNAM, una
mediocre funcionaria pública servil hasta la náusea con quienes la pusieron en
el puesto y que parece desconocer la importancia de la ciencia. Su perfil y sus
acciones la muestran como la clásica represora mediocre al servicio de sus
amos. A lo largo de seis meses únicamente se ha dedicado denostar y atacar a
sus supuestos “colegas” científicos, tal y como, aunque aún sin llegar a los
juicios represores, por fortuna, como lo hizo la Unión Soviética con los chivos
expiatorios a los que juzgó por un problema que tenía su origen una misera política
burocrática y en la corrupción de una nación que se llamaba de izquierda y
progresista y que lo único que lo largo de su historia supo hacer de manera
metódica fue acabar con su población a partir de políticas dictatoriales y
racistas.
La comunidad científica se ha manifestado en contra de la
visión minimalista del presidente y su achichincle en CONACYT, y ha solicitado
reunirse con él. Desgraciadamente con la soberbia y arrogancia que caracterizan
al primer mandatario les ha negado audiencia. Sólo los acusa con todos los
adjetivos peyorativo que son su arsenal oratorio. La negación acerca de la
validez e importancia de la ciencia es sólo una patética extensión de la Santa Inquisición.
Eppur si mouve…
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