miércoles, 21 de mayo de 2025

Ciudadanía

 


¿Cómo entender la ciudadanía en la política de hoy donde reinan el totalitarismo y estas democracias que no lo son?

Armando Enríquez Vázquez.

La democracia ha muerto en el mundo, si es que alguna vez vivió. Los últimos estertores los da en el norte de Europa, en Alemania.

El planeta se vuelca hacía las tiranías, ese sistema que ha caracterizado la historia de los seres humanos. Los sueños húmedos de la democracia parecen estar llegando a su fin, incluso en quienes durante los dos últimos siglos se han autonombrado de manera ingenua y bastante estúpida, los padres de la democracia: Estados Unidos.

La principal pregunta que un alma demócrata se hace hoy es ¿Dónde queda la ciudadanía? La respuesta es la de siempre. ¿Cuál ciudadanía?

¿Qué es la ciudadanía? Y ¿Para qué sirve?

A últimas fechas con los triunfos de candidatos populistas y con características totalitarias, las mayorías han decidido, al parecer, el regresar a la esclavitud. Cuentan que al restablecerse el absolutismo en España a principios del siglo XIX el pueblo gritaba “¡Vivan las caenas!”, querían decir cadenas, en clara alusión al regreso del rey y la condición servil del pueblo.

A lo largo del siglo XX y con la caída de las diferentes monarquías, los discursos nacionales y políticos ensalzaron el valor del ciudadano. Dogmatizaron el falso valor del voto y trataron de vender la idea del poder de la participación ciudadana.

En las últimas décadas la ciudadanía ha creído estar empoderada. La mal llamada sociedad civil ninguneada por los gobiernos, El fracaso rotundo de movimientos como Occupy Wall Street y sus derivados, La primavera árabe, el 15 M en España o las recientes mareas rosas en México, sólo muestran que un trending topic, pasa de moda de una manera casi inmediata, que los gobiernos tienen medida a la población y las protestas son válidas como un falso ejemplo de la falsa democracia, una tolerancia que permite la descarga del malestar social pero que se sabe que no impactará en las políticas de estado, ni en el poder real de los gobiernos.

En México nos impusimos y los gobiernos han reforzado por conveniencia la idea de que la ciudadanía comienza y termina el día de la elección, ya sea votando o actuando como parte de ese ejército ciudadanos que en teoría opera las casillas electorales y hace el conteo de votos. Un día, cada tres años, salimos de la casilla con un dedo manchado de tinta indeleble lo que nos vuelve ciudadanos. No importa si votaste de conciencia, vendiste tu voto o fuiste parte de los cochupos y amenazas que sufren muchos funcionarios de casillas por parte de políticos, del crimen organizado y a veces de ambos. En México las elecciones son siempre un triunfo de la ciudadanía y por extensión de la “democracia”.

La ciudadanía es una simple palabra de moda, un espejismo. Ni la ejercemos como se debe, ni entendemos lo qué es.

La idea de su fuerza e importancia más allá de la demagogia política de izquierda o derecha, crece gracias a las redes sociales y al síndrome que provoca creer que el universo de nuestros contactos; seguidores y seguidos piense de la misma manera que nosotros. Es más nosotros mismos nos pensamos ciudadanos al más puro estilo de la Revolución Francesa; Iguales, libres y fraternos, cuando en las mismas redes sociales demostramos todo lo contrario.

Ciudadanía hoy es sólo un sinónimo de masa, una palabra para engañar la supuesta participación de los gobernados en la construcción de gobierno. Incluso bajo gobiernos como los llamados comunistas y los demagogos que han triunfado en diferentes países incluido México.

Queremos seguir pensando que de manera colectiva tenemos una voz y una fuerza que contribuye, impulsa las decisiones de gobierno. Todos los días, tenemos muestras que eso sólo es una percepción corrupta.

Un ciudadano es algo tangible. La ciudadanía solo un mito, en el mejor de los casos buenos deseos.

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