lunes, 12 de agosto de 2019

La ciencia que ofende.




La diferencia básica entre un político y un científico es que mientras el primero pretende la gloria vana, el segundo va en persecución de la verdad.

Armando Enríquez Vázquez

Acabó de ver la serie de HBO Chernobyl, tras dar su testimonio en el juicio a los tres responsables del accidente nuclear el científico Valeri Legásov es arrestado por la KGB y el director de la misma le da un discurso acerca de la nula importancia de los científicos frente al “glorioso” lugar que la historia le tiene asignado a los políticos. De cómo son los políticos no sólo los verdaderos protagonistas del devenir humano, si no quienes con su burocrático dedo flamígero señalan a quienes deben ser recordados por la historia. En la mayoría de los casos esta premisa es clara y cierta hasta cierto punto, porque la historia es escrita por los vencedores. Pero en otros la verdad prevalece y con el tiempo, como en el caso de Galileo, hasta la Iglesia Católica, creadora de la Santa Inquisición, pide perdón frente a las evidencias innegables de su arrogancia.
En la historia reciente de México nunca nos habíamos acercado tanto a una época de oscurantismo y fanatismo de manera tan clara como hoy. La visión maniquea de Andrés Manuel López Obrador acerca de la ciencia y los científicos, es parte de su maquiavélica y melodramática manera de gobernar dividiendo a un México de por sí dividido. Sólo la mente de un fanático religioso puede menospreciar a la Ciencia de la manera en la que el líder de la 4T y presidente de México lo hace.
Como lo he escrito en otras ocasiones la ciencia es un motor de desarrollo y generador de riqueza importante, pero su gran pecado es que nunca ha obedecido las reglas dictatoriales de los ignorantes gobiernos totalitarios.
El presidente que admira a los pueblos latinoamericanos y en especial a los que se autonombran de izquierda como las dictaduras venezolana y cubana, debería aprender una cosa de la segunda, el desarrollo de la ciencia propia y en especial de la medicina cubana. La medicina en Cuba es punta de lanza a nivel mundial, minimizada y vituperada por las grandes farmacéuticas y sus intereses imperialistas. A diferencia de la isla caribeña que carece de materia prima y de insumos, que ha sobrevivido muchas veces gracias a los rublos primero de la Unión Soviética y hoy de Rusia, así como de muchos políticos corruptos mexicanos con intereses en la isla, México es un país extenso con diferentes ecosistemas y una importante reserva de recursos renovables y no renovables que en las manos de investigadores y científicos médicos, industriales y de todo tipo pueden ser una de las bases del desarrollo que tanto pretende, al menos en sus demagógicos discursos, Andrés Manuel López Obrador.
Una vez más la semana pasada el presidente se refirió de la manera más despectiva al trabajo científico, con el odio que desde su personal ignorancia le da que otros sepan más que él. De esa misma manera descalificó a los economistas y en muchas de sus razones puede tener razón cuando durante muchos sexenios se promovió la idea de la macro economía sobre la de la economía del país y el bienestar de los mexicanos. Pero las acciones y la corrupción que hasta el momento hemos visto en el gobierno de López Obrador no muestran un gran cambio.
Lo único que le interesa a la administración de Morena es restringir libertades, crear estructuras partidarias que acaben con la individualidad y sobre todo mantener la pobreza en toda la nación, para mantener el clientelismo. La titular del CONACYT es uno de los principales ejemplos de la guerra contra la ciencia y los científicos mexicanos. María Elena Álvarez Buylla, una burócrata que vivió a expensas de la UNAM, una mediocre funcionaria pública servil hasta la náusea con quienes la pusieron en el puesto y que parece desconocer la importancia de la ciencia. Su perfil y sus acciones la muestran como la clásica represora mediocre al servicio de sus amos. A lo largo de seis meses únicamente se ha dedicado denostar y atacar a sus supuestos “colegas” científicos, tal y como, aunque aún sin llegar a los juicios represores, por fortuna, como lo hizo la Unión Soviética con los chivos expiatorios a los que juzgó por un problema que tenía su origen una misera política burocrática y en la corrupción de una nación que se llamaba de izquierda y progresista y que lo único que lo largo de su historia supo hacer de manera metódica fue acabar con su población a partir de políticas dictatoriales y racistas.
La comunidad científica se ha manifestado en contra de la visión minimalista del presidente y su achichincle en CONACYT, y ha solicitado reunirse con él. Desgraciadamente con la soberbia y arrogancia que caracterizan al primer mandatario les ha negado audiencia. Sólo los acusa con todos los adjetivos peyorativo que son su arsenal oratorio. La negación acerca de la validez e importancia de la ciencia es sólo una patética extensión de la Santa Inquisición.
 Eppur si mouve…



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