jueves, 23 de octubre de 2014

Malala, el premio, la inspiración y el derecho a la educación.


La ganadora más joven del Premio Nobel de la Paz nos obliga a voltear la mirada a la educación y a las ganas de superación de millones de jóvenes en el mundo.

Armando Enríquez Vázquez

La mañana del 9 de octubre de 2012, mientras se dirigía a su casa tras terminar sus clases diarias en la escuela acompañada de otras niñas, Malala Yousafzai de tan sólo catorce años fue baleada en la cabeza por una miembro de los talibanes en la ciudad de Mingora en Paquistan.
La causa del atentado que sufrieron la joven y dos de sus amigas ese día, fue que Malala tenía un Blog en Urdu para la BBC, en el que defendía el derecho de las niñas y sobretodo de las niñas musulmanas a la educación.
Tras el atentado Malala fue operada primero en Paquistán y trasladada días después a Inglaterra donde reside actualmente. Tras múltiples operaciones Malala pudo regresar a la escuela en marzo de 2013. Malala compartió sus experiencias con la escritora Christina Lamb y de la colaboración entre ambas surgió el libro Yo soy Malala. Víctima de la intolerancia, la ignorancia y el radicalismo religioso la joven se ha convertido en una vocera internacional en favor de la educación en especial de la educación de niños y mujeres.
La semana pasada Malala se convirtió en la persona más joven, con solo 17 años de edad, en recibir el Premio Nobel de la Paz.
Ya en 2013, cuando la joven apareció en la sala del consejo de las Naciones Unidas puso muy en claro que estaba frente a todos los miembros del organismo internacional para defender el derecho de todos los niños a la educación. Sin negar sus creencias religiosas Malala inició su discurso alabando a Alá.
Existen cientos de activistas por los derechos humanos y trabajadores sociales, que no sólo hablan de derechos humanos, si no que luchan por alcanzar sus metas en cuanto a educación, paz y equidad. Miles de seres humanos han sido asesinados por terroristas y millones han resultado heridos. Yo soy solo una de ellos. Así que aquí estoy... una niña entre muchas.”
Ese discurso frente a la comunidad internacional terminó con las siguientes palabras:
Queridos hermanos y hermanas, no debemos olvidar que millones de personas en el mundo sufren de pobreza, injusticia e ignorancia. No debemos olvidar que millones de niños no tienen escuela. No debemos olvidar que nuestros hermanos y hermanas están esperando un futuro brillante y lleno de paz. Emprendamos una lucha internacional en contra del analfabetismo, de la pobreza y el terrorismo, levantemos nuestras plumas y libros. Son nuestras armas más poderosas. Un niño, un maestro, una pluma y un libro pueden cambiar al mundo. La educación es la única solución. La educación es primero.
Malala estaba en clase cuando su maestra de química la felicitó al mismo tiempo que le informaba que había ganado el Premio Nobel de la Paz. Malala terminó su día escolar para ir a casa a celebrar.
La joven paquistaní se ha convertido en inspiración para miles de mujeres y niñas alrededor del mundo y cuando la academia sueca del Premio Nobel decidió otorgarle el premio de la paz de este año, nos obliga a mirar a los sistemas educativos en el mundo entero. A revisar las oportunidades a las que pueden aspirar los jóvenes y a las que tienen derecho. A denunciar y atacar las causas con las que los grupos intransigentes pretenden acabar con los sueños y aspiraciones de millones de habitantes del planeta al negarles la educación.
Hoy cuando en los países del primer mundo se comienzan a discutir los retos que enfrenta la educación tradicional frente a la tecnología y un mundo globalizado. Hoy que gozamos de programas de educación a distancia y gratuita. En otras partes del mundo el reto es otorgar ese mínimo de educación a millones de niños y jóvenes que les permita mejorar sus condiciones de vida.
Hoy mientras una jovencita musulmana es galardonada con uno de los premios más importantes en el planeta. En otras regiones del mundo existen seres humanos que ni siquiera saben leer.
En México cientos de miles de estudiantes intentan dialogar con el gobierno para que la educación en el Instituto Politécnico Nacional recupera la dignidad de la que la quieren privar sus directivos y las autoridades federales.
Más de un millón de niños en nuestro país carecen de acceso a una educación que les permita vivir de manera respetable y son, por lo tanto, orillados a trabajar para el crimen organizado, lo que reduce de manera importante de sus expectativas de vida.
Sin olvidar a los jóvenes que al manifestarse por sus derechos educativos fueron secuestrados, en una región tan cercana a la capital del país como lo es Iguala. Estudiantes mexicanos victimas del terrorismo producto en nuestra sociedad de la impunidad, la corrupción en todos los niveles de gobierno y la complicidad de todos los partidos políticos que han sido infiltrados por el crimen organizado.
Muy triste e indignante es escuchar voces en la sociedad civil que intentan justificar los hechos de Ayotzinapa, argumentando en contra de los jóvenes su actitud contestataria y de izquierda, Pero esos miembros de la sociedad civil parecen olvidar su responsabilidad al haber elegido a un hombre que todos sabían en la comunidad tenía nexos con el crimen organizado.

Cuestionar la educación que ampara y promueve nuestra Constitución, esa que debe ser gratuita, laica y para todos los mexicanos, ha sido labor de los últimos sexenios tanto priístas como panistas. Esos mismos que han intentado con la misma actitud terrorista de los talibanes, impedir a la mayoría de los ciudadanos mexicanos acceder a la educación de calidad, permitiendo a sindicatos y sectores de la sociedad apropiarse del tema y en el peor de los casos de la aulas, logrando así que la mayoría de los mexicanos permanezca en las sombras de la ignorancia.

publicado en blureport.mx el 16 de octubre de 2014
Imagen: theguardian.com

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