jueves, 26 de junio de 2014

75 años de exilio español en México.





Este año se cumplen 75 años de uno de los exilios más enriquecedores para nuestra cultura, nuestra sociedad y mi visión de la vida. 

Armando Enríquez Vázquez

Cuando mis padres decidieron el modelo educativo que teníamos que seguir sus hijos, optaron por sistema laico, mixto y abierto a diferentes corrientes de pensamiento. Sin duda el fantasma socialista de mi abuelo materno recorría las habitaciones de la casa en esos momentos. Mi abuelo fue gobernador de Veracruz donde estableció la escuela socialista y más tarde se unió al gabinete de Lázaro Cárdenas para dirigir la SEP y fundar el IPN. Entonces nos exiliaron en un colegio que nada tenía que ver con nuestro entorno y nuestra historia familiar. Mis padres son mexicanos y lo mismo sucedía con mis abuelos tanto paternos como maternos. Pero de pronto al entrar a primero de Primaria y durante los siguientes cinco años de mi educación todos los lunes saludaba dos banderas y cantaba dos himnos. El mexicano, que pertenecía a mi patria y el de la República Española que era la patria añorada y etérea de muchos de mis maestros, de los padres y abuelos de mis compañeros. El 14 de abril se suspendían las clases porque era día de la República Española. Y mí siempre me pareció una fecha que mezclaba la independencia y el día de muertos en uno sólo. Celebración de un luto. Un país que sólo existía en el consciente colectivo de algunos miles de hombre y mujeres que trasterrados habitaban en algunos países del planeta formando una diáspora española.
La semana pasada se conmemoraron los 75 años de la llegada del barco, el Sinaia, cuyo nombre fue puesto por la reina María de Rumania en honor a la población donde se encontraba el Castillo de Peles que era la residencia oficial de los monarcas rumanos, al puerto de Veracruz, con lo primeros exiliados republicanos. El Sinaia fue el primero de muchos barcos que de 1939 a 1942 trajeron a nuestro país a más 25,000 españoles que huían de los horrores que un personaje siniestro como lo fue Francisco Franco impuso en su país tras la derrota de la Segunda República Española.
El Sinaia tocó puerto mexicano el 13 de junio de 1939. En él llegaron 1800 personas. Juan Rejano, escritor y periodista que viajaba a bordo del Sinaia decidió escribir un pequeño periódico narrando día a día la travesía de 18 días que hizo la embarcación para llegar a Veracruz.
 La gente toma el sol en cubierta. Este comienza a ser el sol de la libertad. La falta de alambradas hace que la imaginación crezca y cada uno forme planes sobre el porvenir. El sol distiende los músculos y concentra el pensamiento.
Fue uno de los primeros textos que Rejano escribió en ese panfleto al que llamó: Sinaia. Diario de la primera expedición de republicanos españoles a México.
El Sinaia, y después muchos otros, trajeron a nuestras tierras a miles de personas que de pronto habían despertado sin más patria que la que llevaban en la memoria y en el corazón. A México llegaron, escritores, poetas, filósofos, intelectuales, científicos, activistas de todos tamaños y matices políticos liberales,  que con el correr de los años y con la imposibilidad abrumadora de no poder regresar a su tierra natal, se volvieron mexicanos, vivieron y aprendieron como dice Moreno Villa; una nueva geografía, nuevas comidas y ante todo un nuevo idioma español.
Y llegaron también otros ciudadanos, que no por ser menos famosos, son menos valiosos. Hombres y mujeres e bien que se incorporaron al ir y venir de una tierra que les era extraña y sorprendente. Entre los hijos y los nietos de estos exiliados tuve mi educación formal. En ese sincretismo que permitía que en Mixcoac en las calles que acotaban las avenidas Revolución y Patriotismo, se conjugaran los verbos anteponiéndoles el vos, que para los mexicanos murió con la Independencia. Una isla donde hablar de ostias era hablar de golpes. Se ceceaba y se marcaban las J como quien quiere rasgar de mala manera al aire que lo rodea.
 Crecí y trataba de entender esa geografía que a Moreno Villa le costaba trabajo olvidar. Veía los  jirones de una utopía que en tres colores se paseaba frente a los niños que negaban y despreciaban la bandera roja y amarilla que el tirano había impuesto en su patria y aprendí de la generosidad verdadera de mi patria y no esa patrañería de los que ensordecidos por el tequila y apestando a mariachis nombran con autoritaria ignorancia y patético nacionalismo que somos grandes anfitriones, los mejores. Claro pensando en el modelo que los tlaxcaltecas usaron con Cortés.
Y llegar a principios de los años setenta a nuevos exiliados cuyas patrias se habían convertido en el sueño aterrador de alguien más. Llegaron chilenos, uruguayos, argentinos muchos de los cuales con el tiempo han podido regresar a sus tierras, y otros que hicieron de México su patria. Ellos no llegaron en barcos, llegaron en aviones y aquellos que treinta años antes habían desembarcado en Veracruz, abrieron las puertas del colegio con la misma generosidad con que ellos fueron recibidos, para aceptar a esa nueva oleada de hombres, mujeres y niños que llevaban la patria en la memoria.
Escuché y aprendí de esos horrores que sólo un ser humano puede cometer contra otro ser humano. Aprendí que la intransigencia se practica en todos los bandos ideológicos y de futbol, que nunca seremos capaces de respetar al otro, mucho menos intentar entenderlo.
Hace setenta y cinco años llegaron a nuestro país hombres, mujeres y niños, para mi muchos de ellos son entrañables a pesar de su versión totalitaria de la educación laica, Por ellos vi sin salir de mi ciudad grandes rebanadas del mundo. De un mundo lleno de hombres que tras haberlo perdido todo, tenían la pasión, la convicción y las ganas de volver a ganarlo todo y mucho más. Sin abandonar su identidad y sumándose a una nueva.
En su novela El Cortejo, Simón Otaola que nació en San Sebastián y murió en la Ciudad de México, describió en la primera viñeta de la historia llegada de Abilio Carroncho al funeral de un amigo suyo. Al asomarse dentro del féretro para ver al muerto, en voz alta, aquel que para republicanos, él; para jugarse la pella por los ideales, él; para despanzurrar a un traidor, él y para cantar joticas, me caguen sos, él; siempre él…  dice de una manea que solo ese hibrido del exiliado que ha pasado tal vez más años de su vida en tierras extranjeras que en la propia, alcanza a exclamar:
 - ¡En esta altiplanicie nos va a llevar a todos la chingada!
En 1975 murió finalmente Francisco Franco. Cuando el gobierno mexicano finalmente reconoció al nuevo gobierno español, se acabaron el 14 de abril, la bandera y el himno republicano. Aquello que no era sólo trapos, cantos y celebración se quedó marcado en mí por el resto de mis días y aún habría de acrecentarse en muchos aspectos. Siempre he bromeado, pero bien sabemos que entre broma y broma la verdad se asoma, que fui un exiliado dentro del exilio.

publicado en blureport.com.mx el 19 de junio de 2014 
Imagen:oem.com.mx

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