martes, 31 de octubre de 2017

Lilia Carrillo digna representante de un movimiento artístico que nunca existió.



Dentro de su generación fue la única artista plástica con una obra fuerte, original y trascendente, a pesar de que la encajonaron en un grupo artístico y hoy pocos la conocen.
Armando Enríquez Vázquez
Alguna vez al referirse a los llamados Contemporáneos Xavier Villaurrutia definió al grupo al que supuestamente él pertenecía como “un archipiélago de soledades”, esto se aplica a muchos otros movimientos artísticos de nuestro país en el siglo XX, donde lo único que tienen en común los integrantes es conocerse, ser amigos y tener edades similares.
Otro claro ejemplo de esta etiquetación de artistas mexicanos es la llamada Generación de la Ruptura, una generación que como tal y bajo ese nombre jamás existió, pero cuyos miembros tenían como denominador común el cambiar la plástica mexicana que durante más de treinta años se había visto invadida por el nacionalismo y una estética que como en algunos de los cuadros de Diego Rivera o de Frida Kahlo estaba más cercana del Mexican curious, que a la estética y se había rezagado en una zona de confort y del discurso oficial que poco o nada hablaba de un México moderno.
Artistas como Manuel Felguérez, José Luis Cuevas, Alberto Gironella, Fernando García Ponce, los hermanos Coronel entre otros y junto con todos estos hombres de estilos y formas de expresión tan diversas sobresalió una sola y excepcional pintora; Lilia Carrillo.
En su libro acerca de nueve pintores mexicanos, publicado en 2006 por la UNAM, el escritor Juan García Ponce escribió acerca de Lilia Carrillo:
“Lilia Carrillo es, esencialmente, una pintora lírica. Sus cuadros se colocan de una manera natural dentro de ese grupo de obras cuya esencia poética, siempre más cercana al terreno del canto que al del concepto, escapa a todo intento de interpretación.” (pag. 47)
Lilia Carrillo nació en la Ciudad de México el 2 de noviembre de 1930. A los 17 años estudió con el pintor Manuel Rodríguez Lozano, una de esas islas de soledad que formó al grupo de los contemporáneos. Tras el aprendizaje con el pintor decidió ingresar a la Escuela de pintura, escultura y Grabado La Esmeralda. Fue amiga de Remedios Varo y conoció a Leonora Carrington.
Su arte se alejó muy rápidamente de la tradicional Escuela Mexicana de Pintura y su pintura figurativa, cuyos máximos exponentes eran los muralistas y sus seguidores. Carrillo es la primera exponente del arte abstracto en México. Se casa por primera vez con el filósofo Ricardo Guerra en 1951 y junto con él parte rumbo a Paris ese mismo año. Lilia Carrillo continua con su creación pictórica en Paris, estudia en la Academia de La Grande Chaumiere, y en 1954 conoció al pintor Manuel Felguérez. En 1956 se divorcia de Guerra.
Al margen de su búsqueda de expresión artística y personal Lilia Carrillo tuvo que hacer pintura comercial; figurativa y cercana la de la Escuela Mexicana, así como artesanías que firmó con el seudónimo Felsa Gross, para mantener a los dos hijos que tuvo con Guerra.
Fue en la década de los cincuenta cuando Carrillo mientras tomaba clase de mural en el ex convento de San Diego sufrió una caída desde el andamio que le lesionó la espalda.
En 1958 fue una de las participantes en la Bienal Internacional de pintura y grabado, en la que se puso de manifiesto la intensión de la nueva generación de artistas plásticos mexicanos por hacer a un lado el arte de la ya decadente Escuela Mexicana de Pintura.
En 1960, se casó en Washington con Manuel Felguérez.
En 1965 participó en la convocatoria llamada Salón ESSO que auspició el Instituto Nacional de Bellas Artes. La convocatoria era la correspondiente regional para México y Centroamérica de una convocatoria a nivel del continente y que habría de finalizar con una exposición y selección de ganadores de todo el continente en Washington. Lilia Carrillo y Fernando García Ponce resultaron los ganadores, seleccionados por un jurado encabezado por Rufino Tamayo, entre otros y que puso al movimiento abstracto sobre el arte figurativo, la respuesta no se hizo esperar y se llegó hasta los golpes por las bravuconadas de uno de los pintores figurativos que no fue elegido; Benito Messeguer, sus seguidores en contra de los ganadores y miembros del jurado. En los números de los días 23 de noviembre y 30 de noviembre de 1991 de la revista Proceso, la eterna crítica de arte, Raquel Tibol publicó la crónica de esta bronca entre artistas e intelectuales. Curiosamente Lilia Carrillo y Benito Messeguer, junto con Felguérez, José Luis Cuevas, Francisco Icaza y otros pintaron el mural efímero sobre las láminas de zinc en Ciudad Universitaria en septiembre de 1968 y como apoyo a al movimiento estudiantil.
Al año siguiente se inauguró una exposición llamada Confrontaciones, que para algunos marcó la puntilla definitiva en contra de la Escuela Mexicana de Pintura. La obra de Lilia Carrillo por supuesto que formó parte de esta exposición tan determinante en la historia de la pintura mexicana del siglo XX.
Lilia Carrillo también incursionó en el diseño de escenografías y vestuarios para obras teatrales como Sonata de Espectros de Strindberg y La Dama de las Camelias dirigida por Jodorowski. En 1970.
En 1969 sufrió un aneurisma en la médula espinal, tras terminar unos murales para la Expo Osaka 70, lo que la obligó a pintar con menos frecuencia y la recluyó una temporada en el hospital y permanente a una silla de ruedas. Lilia Carrillo continuó pintando en lienzos más pequeños, a veces acostada en la cama a la que estaba confinada. Consecuencia de esta condición Lilia Carrillo murió el 6 de junio de 1974. Carrillo tenía 43 años. Los murales realizados para la Expo Osaka 70 se encuentran hoy en museo de Manuel Felguérez en la ciudad de Zacatecas.

publicado en mamaejecutiva.net el 23 de octubre de 2017
imagen; pintorasmexicanas-liliacarrillo.blogspot.mx

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