jueves, 16 de junio de 2016

House of Cards el terror de la cuarta temporada.





La cuarta temporada es sólo la larga agonía de una serie que parece haber perdido el sentido de maldad humana con la que los personajes fueron escritos en las primeras temporadas.


Armando Enríquez Vázquez

Llegó al fin la cuarta temporada de la serie que cambió muchas cosas dentro del mundo del entretenimiento, los contenidos, la distribución de los mismos e incluso en los premios de la industria norteameicana en la materia. House of Cards, es además la serie icónica de Netflix, que definió el negocio de la empresa y marcó la llegada de una nueva era donde lo que menos importa es la televisión y las cadenas de televisión, anteponiendo al espectador como el verdadero administrador de sus preferencias en la selección de contenidos y su consumo.
House of Cards con dos primeras temporadas excepcionales nos llevaron a todos a ver de otra manera los melodramas maniqueos a los que las grandes cadenas norteamericanas; ABC, CBS, NBC nos tenían acostumbrados con sus historias sobre la Casa Blanca y los políticos más cercanos al primer círculo de poder en Estados Unidos. A principios del siglo FOX con 24 nos mostró presidentes norteamericanos, vulnerables, desquiciados y en la última temporada de la serie, hace un par de años, a un presidente enfermó de Alzheimer, pero todos ellos sólo actuaban para decorar o dar sentido a las acciones de Jack Bauer.
House of Cards optó por contar la historia de un cínico, maquiavélico; un hombre enfermo por el poder y capaz de todo por conseguirlo de la mano de su esposa y cómplice en las buenas, las malas y sobretodo las peores. En pocas palabras la imagen de un político de las últimas décadas. La historia originalmente inglesa y ubicada en el periodo inmediato posterior a la caída de Margaret Tatcher, encontró a un excelente grupo de guionistas, asesores y productores, incluyendo a los responsables del libro y serie británicos, que supieron adaptar la historia a Washington y a hacer personajes en su mayoría despreciables, lo suficientemente atractivos para ver los trece capítulos de las temporadas de un jalón si era posible.
Las dos primeras temporadas fueron extraordinarias y sin lugar a dudas uno de los acontecimientos en materia de contenidos de entretenimiento, mientras Frank Underwood se enfilaba a la presidencia de Estados Unidos, a través de los artilugios y acciones criminales de todo calibre y no de los votos ciudadanos, los espectadores íbamos de sorpresa en sorpresa ante la crueldad, frialdad y menosprecio por todo que definen al seductor personaje que confesaba a la audiencia, en esos apartes teatrales que nos involucraban en el mundo de Frank Underwood,  que la democracia está sobrevaluada.
En la tercera temporada Frank Underwood, finalmente presidente de Estados Unidos se vio sobrepasado por el presidente ruso, la procuradora general de la nación americana y por Claire, su esposa, esa mujer a la que Underwood nos confesó en las primeras temporadas amar como los tiburones aman la sangre.
El personaje que nos llevó hasta esa tercera temporada a partir de su cinismo, de su dureza y de su maquiavélica inteligencia, de pronto, al llegar a su meta perdió el objetivo y sobretodo la fuerza de carácter para mover los hilos del poder y las situaciones a su conveniencia a pesar de ocupar uno de los puestos de poder más importantes en el mundo, a tal grado el personaje de Frank Underwood se debilitó, que al final de la tercera temporada Claire abandonó la Casa Blanca rompiendo finalmente con la pareja criminal que había llegado a la Casa Blanca por medios torcidos y al ser incapaz de enfrentar el proceso electoral legal.
La cuarta temporada es sólo la larga agonía de una serie que parece haber perdido el sentido de maldad humana con la que los personajes fueron escritos en las primeras temporadas y a pesar de que las excelentes actuaciones y los giros de tuerca nos mantienen sentados consumiendo los capítulos, la verdad es que los personajes se han desdibujado, no han evolucionado y al contrario parecen ser cada día más simples clichés de ellos mismos.
Doug Stamper un hombre con una mente retorcida y unidereccional, se convirtió de pronto en un personaje de funcionarios simplón y celoso, buscando enterrar sus pecados con la primera ama de casa que se le aparece. Los giros inesperados en la trama a veces recuerdan más al desesperado disparo de un arma para cambiar situaciones que a acciones reales que modifiquen la trama y nos lleven por nuevos derroteros.
Claire y Frank se hacen más daño a lo largo de la serie, sólo para descubrir algo que era la premisa principal de la serie; un matrimonio creado con el único propósito de hacerse del poder a como diera lugar. La paciencia e inteligencia que llevaron los Underwood al senado de Estados Unidos y más tarde a la presidencia, se transformaron en rabieta de uno contra el otro a lo largo de algunos capítulos, mientras que en otros en una nueva alianza más con sabor a personajes de DC que a una pareja de viejos lobos de mar.
Aquellos inteligentes y memorables momentos en que Frank Underwood atravesaba la pantalla del televisor, para sentarse con nosotros y compartir su pragmática filosofía, su yo interno, han casi desaparecido. Frank Underwood al volverse un personaje débil y más estereotipado ha regresado a su triste realidad 2 D.  
La anticipada batalla entre Underwood y Heather Dunbar, su ex procuradora general de Estados Unidos por la nominación demócrata como candidato a la presidencia se diluye para dar paso a subtramas más de telenovela que de la serie dramática que estábamos acostumbrados. Al final nos queda una promesa vacua que anticipa el terror de una quinta temporada, esperamos que sea la última, que fue ya firmada y se estrenará el año entrante.

publicado el 21 de marzo de 2016 en roastbrief.com.mx

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