jueves, 23 de abril de 2015

Günter Grass




Uno de los escritores más críticos del siglo XX, una pluma imprescindible. Novelista, ensayista, poeta y dibujante. 

Armando Enríquez Vázquez

A Günter Grass llegué, como a muchos otros encuentros trascendentales en mi vida, gracias al cine. Conocí a Oskar Matzerath en la adaptación cinematográfica de Volker Schlöndorf de la novela de Grass El tambor de hojalata. En una muestra de cine en la década de los setenta, cuando yo aún era un adolescente. La película me llevó a la novela, y la novela a otras novelas y textos a lo largo de los años y de las décadas, del Premio Nobel de literatura alemán.
Leí El gato y el ratón, El rodaballo y quedé encantado con La ratesa. Años más tarde los textos de los de Mi Siglo, Escribir después de Auschwitz y Pelando la cebolla.
Grass no era muy querido por esos intelectuales de izquierda, ni por esos judíos dogmatizantes que se rasgan las vestiduras por la terrible masacre de judíos durante la II Guerra Mundial. Pero que sin embargo aprueban el genocidio que Israel comete en contra de los palestinos, no lo era porque confesó haber sido un joven soldado de SS durante los tiempos de la conflagración. No era querido por esos dictadores que le negaron en su momento pasar sus fronteras o que lo nombraron persona non grata.
En su libro Pelando la cebolla, Grass cuenta su vida en el campo de concentración donde los aliados lo enviaron a él, tras ser herido y detenido junto con otros cientos de soldados alemanes tras la derrota y cuenta como en ese lugar conoció a otro joven soldado del que no menciona nombre, pero que alcanzó un alto grado en la jerarquía eclesiástica y que a los lectores nos queda siempre la duda si no se trató del cardenal Ratzinger.
Pero también ese hombre que formó parte del ejército Nazi escribió uno de los textos más críticos acerca de la función del escritor tras la develación de los horrores cometidos por sus compatriotas en contra del pueblo judío y que publicó Planeta con el título de Escribir después de Auschwitz, en el habla de la imposibilidad de escribir sin llevar en mente los horrores que fueron descubiertos en ese campo de la muerte y basándose en la frase de Adorno de que tras Auschwitz resultaba imposible escribir poesía. Grass fue crítico de Alemania ante todo y de los alemanes que como él sucumbieron a la seducción del nazismo.
Errar es de humanos, como lo es arrepentirse y enmendar el camino. Grass fue un hombre sincero. Fue un crítico de la sociedad, de las ideologías. Fue un gran dibujante, pero ante todo fue uno de los grandes escritores del siglo XX, tal vez su franqueza no lo haga tan popular como a otros ganadores del premio Nobel, ni tan carismático como a muchos escritores más preocupados por la lisonja y el saludo incondicional a las causas populares a cambio de aplauso y reflectores. Pero eso es algo que el tiempo cura, lo que permanece es la obra y la obra de Günter Grass es sin duda una de las columnas de la literatura de estos dos siglos.
Oskar Matzerath decidió dejar de crecer y fue seducido por el circo de enanos, tal y como lo hace hoy esa gran mayoría de seres humanos que se esconden en lo políticamente correcto, en las causas banales y frívolas que imponen un dudoso código que está muy lejano del humanismo.

Siempre que muere uno de mis escritores favoritos, muere esa incertidumbre de gozar un nuevo texto, una nueva reflexión. El librero parece contraerse. La muerte es contundente. Quedan las páginas para la gozosa relectura como las fotografías para la memoria.

publicado en blureport.com.mx el 17 de abril de 2015
imagen: las2orillas.co 

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