jueves, 5 de julio de 2018

El día que murieron el PRD y el PRI.




Uno de los saldos más importantes de las elecciones del pasado 1º de julio, sin duda es la derrota contundente de los partidos tradicionales y su posible muerte.

Armando Enríquez Vázquez

Dicen los comentaristas y politólogos eufemísticamente que el 1º de julio cambió el mapa político del país, hablan de un tsunami, cuando lo que sucedió realmente fue una masacre basada en el hartazgo de la mayoría de la población y el rechazo a institutos políticos que no hicieron por nada por los mexicanos durante sus diferentes ejercicios del poder.
Tras ganar en el año 2000, Vicente Fox traicionó a lo largo de su sexenio a los mexicanos y se ha comportado desde entonces como aliado del PRI, al que se negó aniquilar y que en su momento se manifestó como simpatizante tanto de Enrique Peña Nieto como de José Antonio Meade dándole la espalda al que en teoría es su partido.
Calderón fue un presidente que se olvidó de los mexicanos para erigirse a fuerza de decretos como comandante supremo de la nación en una guerra que no sólo no supo plantear, si no que tristemente perdió de facto y ante la mirada crítica de muchos de sus detractores y sectores de la población. Peña Nieto y su camarilla de ladrones han sido el colmo del desprecio por el ciudadano y el amor por la corrupción y el dinero fácil a partir de opacas transacciones.
Los mexicanos en su mayoría, el 53%, decidieron decir: ¡Basta! a los partidos tradicionales y a ciertos políticos arropados por las siglas de los partidos tradicionales, aunque en la desmemoria aceptaron a otros igual de corruptos que se fotografiaron con López Obrador y bajo el nombre de Morena.
Pero aparte de esa extraña amnesia, lo cierto es que los partidos de siempre fueron avasallados por la decisión popular. En Veracruz donde los voraces Fidel Herrera, Javier Duarte y la opacidad de Miguel Ángel Yunes Linares reinaron los últimos once años, los ciudadanos de ese estado no le dieron la mayoría del congreso local al PRI, ganaron Morena y al PAN. Lo significativo fue que el PRI no ganó ni un sólo distrito en un estado que se decía ayudó a Salinas a ganar la presidencia.
Al parecer el PRI no ganó ninguna de las 9 gubernaturas en disputa, sólo hay dudas en Yucatán y todo parece indicar que las curules y escaños serán el menor número que ha tenido el PRI en su historia. Perdió la capital del Estado de México, Ecatepec y hasta la cuna de Peña Nieto Atlacomulco. Hermosillo capital de la tierra de Manlio Fabio Beltrones quedó en poder de Morena.
Lo que espera seguramente en los próximos meses y años al Partido Revolucionario Institucional es la desbandada de todos los chapulines que buscaran acomodarse en el nuevo partido oficial o en los partidos satélite del mismo. El presupuesto del PRI se tendrá que ver disminuido y ese aparato gigantesco de operadores que fallaron el 1º de julio, (yo creo que operaron a favor de otro) no podrá ser mantenida ya por un partido tan disminuido. La desolación que vivió el PRI en 2000 es nada en comparación de lo que sucederá una vez que Enrique Peña Nieto abandone Palacio Nacional.
Pero la tragedia es mayor en el Partido de la Revolución Democrática, que de acuerdo con algunos opinólogos puede y debe perder el registro, junto con el PES y el PANAL.
El PRD como el PRI apostaron a candidatos que no eran propios, traicionaron a su militancia en aras de una ambición a la sombra de otros, creyeron poder triunfar, sin apostar en sus fuerzas. Sus dirigentes y más antiguos militantes se hacen hoy sorprendidos porque sus bases los abandonaron. Sobretodo en el PRI.
Los culpables de los fracasos de estos partidos son muy sencillos de señalar. Enrique Peña Nieto y Alejandra Barrales quienes terminaron por anular la historia de sus institutos políticos. Vendidos ambos a Candidatos del PAN o a los que se les identificaba con el PAN como en caso de Meade, incluso hoy los viejos ladrones del PRI como Ulises Ruiz salen a acusar que hasta el vocero de la campaña del candidato priísta fue el panista Javier Lozano, cuando en su momento no se atrevieron a oponerse a Peña Nieto y el reemplazo del inútil Ochoa Reza, René Juárez, llegó demasiado tarde cuando el barco se había hundido.
No me queda ninguna duda que para acrecentar la crisis que habrán de vivir en el futuro, las hasta el 1º de julio principales fuerzas políticas de México, en los próximos meses habrá miles de chapulines que se unirán a Morena en busca de seguir viviendo del presupuesto. No olvidemos que durante los últimos días de las campañas tanto priístas como perredistas le dieron la espalda a los institutos políticos que los cobijaban para unirse a Morena. La crisis de los tres partidos; PAN, PRI y PRD apenas comienza.
El PRI y el PRD se encuentran en posibilidades reales de desaparecer, mientras que el PAN tendrá una vez que se haya acabado la presidencia de Ricardo Anaya, replantearse el rumbo y regresar a ser la pequeña oposición que era en los años setenta, expulsar a los traidores como lo hizo con Ernesto Cordero, incluyendo al ex presidente Fox y a Javier Lozano. El PRI deberá borrar todos los rastros del último sexenio y desentenderse del grupo de políticos del Estado de México, Arturo Montiel, Enrique Peña Nieto y Eruviel Ávila que tanto daño le hicieron a ese partido en su principal bastión que está actualmente en ruinas.
Más allá del merecido fin virtual al que se enfrentan estas dos fuerzas políticas, los ciudadanos debemos exigir al nuevo gobierno que permita el surgimiento de las nuevas fuerzas políticas y se comprometa con la democracia y no con la perpetuidad de su partido en el poder.
También debemos exigir que esa promesa de acabar con la impunidad también comprenda ese pasado cercano muy cercano donde los secretarios de Peña Nieto, sus gobernadores y otros priístas históricos son los que crearon la brecha entre pobreza y riqueza con su avaricia, son los culpables de la inseguridad al permitir desde su militancia la trata de personas y pederastia.

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