miércoles, 15 de febrero de 2017

Censura falaz respuesta a la violencia.



¿Cuál podrá ser la razón por la que los mexicanos consumen narco series, como la mayoría de habitantes del mundo? Y ¿por qué las empresas de producción de entretenimiento continúan realizándolas?  

Armando Enríquez Vázquez

Cuando la senadora del Partido Verde, Lía Limón, propuso la eliminación o el cambio de horarios para las narco series, lo único que demostró es su gran ignorancia en un tema que ha sido materia de una política populista a nivel mundial, una materia que pretende simplificar problemas mucho más graves que los contenidos de la televisión, el cine o cualquier expresión humana dedicada a reflejar el país u la época en la que vivimos: una materia que sin eufemismos llamamos censura.
Y cuando hablo de ignorancia por parte de la senadora, habría que recordarle a la legisladora, la gran cantidad de ideas y momentos en que censurar y los actos de censura que se han llevado a cabo en ese mismo sentido y el fracaso rotundo que han tenido.
Uno de los más recientes ocurrió durante el sexenio de Miguel de la Madrid cuando se prohibieron y sacaron del aire con el silencioso y servil contubernio de Emilio Azcárraga Milmo series de televisión como Los Intocables o Ultraman por considerarlas violentas en exceso para las audiencias mexicanas. A pesar de la censura puritana surgida desde Los Pinos la violencia en México continuó en aumento y algunas de estas series son consideradas clásicos de la televisión mundial.
La actual violencia en las pantallas es sólo reflejo de la situación social que vivimos en todo el mundo y en México. Las series españolas de comedia o drama no tienen problema de hablar de uno de los grandes problemas que aquejan a la península ibérica como es la trata de mujeres de las ex repúblicas comunistas del este de Europa, y sin embargo, los miembros del PP, PSOE, Podemos o Ciudadanos no apuntan a censurar la televisión de entretenimiento en España, si no a resolver el problemas desde los órganos jurídicos y de justicia responsables.
Durante años el gobierno norteamericano ha querido también acusar a Hollywood y a la televisión por promover la violencia, con una respuesta nada tímida, ni censurada de actores, directores y productores que han demostrado que la raíz de la violencia está muy lejos de los foros y locaciones donde se realizan las producciones y más cercana a la ineficacia y la agenda de intereses de los legisladores norteamericanos.
Pensemos por un momento ¿Cuál podrá ser la razón por la que los mexicanos consumen narco series, como la mayoría de habitantes del mundo? Y ¿por qué las empresas de producción de entretenimiento continúan realizándolas?
De acuerdo con Denise de Rougemont en su clásico Amor y Occidente, no hay nada que nos guste más que una historia de amor y muerte. Parece que en 2016 una de las mejores maneras de combinar estos ingredientes se encuentra en una de las más patéticas realidades sociales; el crimen organizado y por supuesto audiencia igual a rating, rating igual a mayores patrocinios o ventas de publicidad.
En todos los países se producen este tipo de contenidos; novelas, películas y series de televisión tiene el elemento del crimen organizado y son de gran consumo. 
Una de las complejidades del cine o la televisión de entretenimiento es que además de una forma de expresión, se trata de industrias que como tal deben ser redituables.
La censura planteada por la senadora Lía Limón es como toda censura un pretexto para no aceptar la ineficacia del gobierno en las áreas de seguridad e intentar tapar el sol con un dedo imponiendo realidades falaces a los habitantes, en este caso a los espectadores. Los verdaderos promotores de la violencia en los medios se encuentran disfrazados muchas veces de jefes de redacción, o directores de medios, como alguno que yo conozco y que en una ocasión espetó: No son nuestros familiares así que no importa llenar los noticieros de sangre, que es lo que vende. Es entonces cuando la violencia se deslinda de una historia y se vuelve un vil pretexto para vender. Es cuando carece de un contexto verídico y se resalta su más vil y vulgar aspecto morboso con pretexto de ganar un punto de rating, eso si es algo realmente censurable.
Por supuesto que existen los excesos y la gratuidad de la violencia en los medios; las primeras planas de la nota roja son la verdadera pornografía que daña al tan mencionado tejido social. Ni que decir de tanto video grupero, reggaetonero y popero cuyas imágenes incitan a la violencia de género, al desprecio por las mujeres, pero ese tipo de agresión visual parece que le es indiferente a la senadora, como fue el caso a principios de este año del video del cantante Gerardo Ortiz, que curiosamente fue criticado y atacado desde las redes sociales y más tarde desde SEGOB y el mucho después por el poder legislativo.
La sociedad abierta de estos días tiene el poder del veto ante lo que considera fuera de las reglas sociales y lo hace cada cinco minutos las veinticuatro horas del día a lo largo de toda la semana. Declaraciones desafortunadas, imágenes inapropiadas, asaltos y políticos prepotentes son muchas veces puestas en evidencia por los medios virtuales antes que por los medios tradicionales o las autoridades.
La censura está relacionada de manera directa con el control, con el autoritarismo y la egolatría de los gobernantes, no con la prevención o acciones en contra de esa violencia que tanto nos afecta y nos preocupa. La censura es la madre de una hipocresía oficial que pretende negar la realidad.
La censura, como tal sólo daña y atenta contra la Libertad de expresión y de creación, mientras que, por otro lado, el de la confrontación y desobediencia, plantea el reto, al autor, de cómo darles la vuelta a esas reglas absurdas. En el caso de la publicidad en México durante muchos años estuvo prohibido el atacar y hacer comparaciones con la competencia, algo que se hace en muchos países y que recientemente hemos visto en el mercado mexicano en la pelea entre Netflix y Televisa, contrario a la moralina que mantenía esta ley, el consumidor ha demostrado tener muy claro quién es quién en el mercado de la distribución de contenidos y se ha divertido con la campaña, muchos publicistas de antaño llenaban sus comerciales de dummys que asemejaban los colores y tipografía de su competencia con nombre ficticios que los ayudaron a darle la vuelta a esos actos infantiles de censura.
Demostrando así que contra las decisiones arbitrarias e impensadas también existe la creatividad para de manera sutil revocarlas.

publicado en roastbrief.com.mx el 7 de noviembre de 2016

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