Olvidados como la
historia del norte del país, miles de mexicanos fueron cautivos de los grupos
nativos de la región. Estas son dos historias de mujeres que vivieron entre los
comanches.
Armando Enríquez
Vázquez.
Nuestra historia tan centralista como el resto de los
diferentes aspectos de nuestra cultura, se olvidó del Norte del México hasta el
alzamiento de los revolucionarios a principios del siglo XX, es cómo si antes
de eso nada hubiera pasado en esa zona del país que a los españoles parecía
inhóspita y de no tantos recursos explotables, los enormes territorios que
durante la colonia se conocieron como la Alta Pimeria, La Nueva Vizcaya, El
Reino de León, La Alta y la Baja California, La Nueva Santander, Texas,
Coahuila y Nuevo México fueron divididos en Estados con la llegada de la
Independencia y después en dos países tan diferentes que ni el mismo idioma
comparten. Muchas de las ciudades del norte de México y del sur de los Estados
Unidos, que pertenecieron a España y a México independiente, fueron asediadas y
destruidas constantemente por Apaches, Comanches, Mescaleros y Utes, entre
otros.
Al atacar a las poblaciones mexicanas, los pueblos indígenas
no sólo causaban muerte, si no que tomaban a civiles como cautivos. Pocas son
las historias y relatos de estos hombres y mujeres a los que se les obligó a
vivir con culturas diferentes a la materna. Durante el siglo XIX, un pastor
metodista de nombre John Jaspers Methvin recopiló los testimonios de tres de
estos cautivos, dos de los cuales pertenecen a mujeres mexicanas que vivieron
cautivas de los Comanches.
De Francisca Medrano se sabe que fue raptada en 1835, de la casa de sus padres en Nuevo México
cuando tenía tan solo cuatro años de edad. En el ataque murieron todos los
adultos que habitaban la casa, y Francisca junto con una hermana y un hermano
fueron llevados a vivir con los comanches en
diferentes comunidades. Francisca jamás volvió a saber de sus hermanos.
Los siguientes años fueron de arduas labores, Francisca fue tratada como una
esclava; cargaba leña, agua y hacía diferentes labores. Después Francisca fue
vendida a la etnia Kiowa, quienes la casaron con un guerrero y tuvo tres hijos.
Tanto el marido como los hijos murieron y Francisca fue vendida de vuelta a los
Comanches. Se casó por segunda vez, esta vez con un comanche, con quien tuvo
una hija de la que únicamente se conoce el nombre: Margarita.
Treinta y cuatro años después de haber sido raptada
Francisca llegó a Wichita, en Kansas, donde el gobierno de los Estados Unidos
comenzaba a administrar las reservaciones para las naciones nativas. Pero
dentro de las leyes americanas se contemplaba también la reinserción en la
sociedad de aquellos y aquellas cautivos que quisieran regresar a la vida civilizada. Francisca fue una de las
personas que se acogió a la amnistía para los cautivos. Renunció a las
costumbres y religión de los Comanches. Su marido indígena quiso reclamarla,
pero un joven desertor español de nombre Abilene, la defendió, para finalmente
casarse con ella. Francisca tuvo otros tres hijos y quedó viuda en 1895 y murió
a los 100 años en 1931.
Otro caso es el de una mujer conocida como Tomassa, que
nació en México y fue raptada por comanches en territorio mexicano, se cree que
Tomassa nació en 1841. Años después, Tomassa fue canjeada por sus captores y
entregada a una familia rica, por el gobierno de nuestro país, en calidad de
sirvienta al no ser reclamada por nadie. Pero Tomassa no aguantó los malos
tratos y los trabajos a los que la familia la expuso y en compañía de otro niño
que estaba en las mismas condiciones que ella, escapó en busca de su familia
comanche. Se cree que en ese momento Tomassa contaba con unos doce años de
edad. Los niños robaron un poco de alimentos y un caballo que a la postre les sirvió
también para alimentarse en las zonas desérticas. Finalmente, Tomassa pudo
encontrar a su familia comanche. Tomassa fue una mujer rebelde incluso dentro
de la sociedad comanche y en su momento rehusó el matrimonio que le habían
concertado. Tomassa se casó son un mestizo de sangre Cheroque, que se llamaba Joseph
Chandler, dueño de un rancho y que pagó al padre comanche de Tomassa tres
dólares y unas aves por la joven. Del matrimonio con Chandler, Tomassa tuvo
cuatro hijos. Chandler murió y Tomassa se casó por segunda vez. Esta vez
procreo a tres hijos. Con el tiempo se convirtió en defensora de los comanches,
incluso de aquellos que no se sometieron a las leyes de los Estados Unidos.
Aceptó la fe cristiana y sirvió al reverendo Methvin. Tomassa murió a los 55
años de edad y en su testamento pidió que se dejara descansar al caballo que
había jalado por años de su carreta y que estaba cansado y viejo. Que se le alimentara
de buena manera.
Estas dos historias contadas por Methvin omiten la parte de
la vida en las comunidades comanches, las penurias y costumbres bajo las cuales
las cautivas se vieron obligadas a vivir. Remarca la vida de mujeres que en algún
momento de su vida decidieron reintegrarse a la vida de las que fueron
secuestradas. Pero la realidad es que desde tiempos de la llegada de los
españoles a territorio del norte de México y sur de los Estados Unidos, miles
de seres humanos fueron hechos prisioneros por los pueblos de la región y su
historia es muy poco conocida. Se sabe que también hubo quienes se integraron a
las culturas que los secuestraron y adoptaron sus costumbres y formas de vida.
De cualquier manera Tomassa y Francisca Medrano, forman
parte de una historia de nuestra nación que desconocemos y nadie nos quiere
contar.
Publicado en thepinkpoint.com.mx el 5 dee Agosto de 2013
Imagenes:anthrocivitas.net
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