La serie es sin duda uno de los mejores intentos por contar una historia que no se mostrará por completo en las próximas décadas. Una historia que se diversifica a diario.
Armando Enríquez Vázquez
El estreno de la segunda temporada de Narcos México,
me dejó con un extraño sabor de boca. Por lado el reconocimiento a la gran
camada de actores nacionales que estelarizan la serie. Diego Luna en al papel
de Miguel Angel Félix Gallardo, José María Yazpik como Amado Carillo,
Andrés Almeida quien interpreta al Cochiloco, Alejandro Edda que hace el
papel de El Chapo Guzmán, lleva su papel en crecendo, peleando por
destacar y fiel a sus amigos, le queda el mostrar su capacidad histriónica
porque de suceder una tercera temporada, su personaje irá convirtiéndose en
protagónico. Noé Hernández que hace el papel del policía juarense Rafael
Aguilar, Gerardo Taracena que interpreta al despreocupado y campechano Pablo
Acosta, y sin duda destacan la presencia de la tres empoderadas mujeres de
la serie interpretadas por tres extraordinarias actrices; Teresa Ruiz que hace
el papel de Isabella Bautista, un personaje ficticio basado en La
Reina del Pacífico, que con su porte y osadía llena la pantalla, la
norteamericana Sosie Bacon que interpreta a Mimi, la joven
norteamericana amante de Pablo Acosta, pero sobre todo a Mayra Hermosillo quien
tiene a su cargo representar a Enedina Arellano Félix, la poderosa
matriarca del Cartel de Tijuana. Mención merece también Fernada Urrejola que
interpreta a María Elvira, la primera esposa de Miguel Ángel Félix
Gallardo. Las caracterizaciones de estos personajes que marcaron y siguen
marcando la historia negra reciente de México son poderosas, pero humanas.
Figuras de tragedias de Shakepeare. La soledad que va envolviendo a Miguel
Ángel Félix Gallardo a lo largo de los diez capítulos de la segunda entrega. La
capitulación impostergable de quien quiso ser dueño de todo el tráfico de
estupefacientes está magistralmente actuada por Luna y escrita con una
sobriedad desconocida en cualquier historia otra de narcos mexicanos. El hombre
que se presenta como empresario, siempre elegantemente vestido, con un gusto
refinado en sus grandes mansiones que inicia en una ostentosa boda y termina
refugiándose en una finca abandonada tras un atentado contra él y que
finalmente es apresado bebiendo whisky en calzoncillos sentado en una enorme
mesa de su fastuosa mansión, me recuerda al Scarface de Brian de Palma. Luna
ha hecho uno de sus grandes trabajos en la serie. Un ánimo siniestramente
juguetón y muy mexicano en el sentido chingaquedito queda claro en el Cochiloco
y el Chapo, que recuerdan a personajes de Shakespeare como Rozencrantz y
Guildenstern, El Chapo además siempre está en busca del reconocimiento de sus
amigos y compinches en especial de su jefe Héctor El Güero Palma (Gorka
Lasaosa), feliz de sus pequeñas grandes bromas y pequeña victoria. Ambos
personajes pueden cambiar de humor de forma inmediata para convertirse en
violentos y brutales criminales. La personalidad de los miembros del Cártel de
Sinaloa contrasta con la solemnidad de Benjamín Arellano Felix (Alfonso Dosal)
y la pasiva adicción de su hermano Ramón (Manuel Masalva). Sí Félix Gallardo es
Scarface, los Arellano Félix son los Corleone, con Benjamín como Sonny Corleone
y Enedina como Michael. Lo campirano, afable y bonachón del astuto Juan
Nepomuceno Guerra (Jesús Ochoa) ese mafioso que se rige por un código muy
personal lo hace cercano a un Robin Hood. Las personalidades con las que se
representa a estos hombres y mujeres históricos del crimen organizado mexicano
obvian su violento actuar y su crueldad.
El complejo mosaico de personajes que integran esa etapa del
crimen organizado en nuestro país, las desavenencias, las alianzas, traiciones
y acuerdos rotos que comenzaron el baño de sangre en el territorio nacional el
cual no se ha detenido desde ese entonces y que aunque suavizado y adecuado
para la narrativa de la serie funciona muy bien, contrasta con la visión y
representación de los agentes norteamericanos en una ficción que se vuelve una
mentira acerca de la participación de los norteamericanos en este Boom del
crimen organizado en nuestro país. El presidente Díaz Ordaz alguna vez declaró
que México era el trampolín de la droga porque Estados Unidos era la alberca.
Aunque las agencias americanas se la pasan haciendo sus listas de personas más
buscadas, lo cierto es que como dibuja Narcos México a la DEA, CIA y
otras agencias norteamericanas beneficiarias directas del narcotráfico y su
dinero con el que financian operaciones ilegales que el congreso norteamericano
no aprobaría, es maniquea y melodramática. Los norteamericanos en todos los
niveles son cómplices de lo que sucede en México, baste recordar la
participación directa del gobierno de Obama en la venta y tráfico de armas a
los cárteles criminales de nuestro país.
En ese sentido son las actuaciones de Scoot McNairy (West
Breslin), Clark Freeman (Ed Heath) tan falsas como es toda esa parte del guion
de la serie. West Breslin es un mediocre personaje interpretado de manera
mediocre por McNairy, por lo que las apariciones del agente de la DEA y su
escuadrón resultan muchas veces desesperantes en el avance de la serie. Salvo Miguel
Rodarte (Danilo Garza) que es muy reconocible por su presencia en las pantallas
mexicanas, el escuadrón de McNairy es totalmente irrelevante, no hay un
personaje al que podamos ubicar en un momento y darle una personalidad. Esa
parte condescendiente de la serie es la parte que desde la primera temporada
rompe con la verosimilitud en la historia de Narcos México, si bien el
asesinato de Kiki Camarena sucedió y el gobierno mexicano en muchos niveles fue
partícipe del mismo, los norteamericanos no han sido protagonistas en la
historia de horror si no como una parte importante de la misma, nunca como
antagonistas, son cómplices de la corrupción y de las muertes de muchos
mexicanos inocentes. Por eso quien no conozca la historia reciente de México
que les compre a su patético y triste agente McNairy.
La parte política está apenas dibujada y a diferencia de los
personajes criminales, la mayoría de los personajes políticos no llevan los
nombres reales de actores que aún figuran en el gobierno del país como Manuel
Barttlet, personaje importante en la ecuación del fraude electoral y en el
asesinato de Camarena. Los hermanos Salinas sus nexos con algunos de estos
criminales como Juan Nepomuceno Guerra, están ahí dibujados.
La serie es sin duda uno de los mejores intentos por contar
una historia que no se mostrará por completo en las próximas décadas. Una
historia que se diversifica a diario, que se ha hecho más compleja y que da para
otras cuantas temporadas de Narcos México en los próximos años, a
diferencia de la parte de la historia colombiana. La tercera temporada está en
la mesa de negociación de Netflix y pronto sabremos sí existirá.
Narcos es el triste recuento de la corrupción y la evolución
del crimen organizado en México y ese poder oculto que se maneja desde las
altas esferas del poder que sentó las bases para ese México que está en nuestra
cotidianidad, en la representación mundial de nuestro país, aunque no nos
guste. Pero que independientemente que se debe contar, no podemos opacar y
Netflix lo ha hecho de una manera digna que no glorifica a los protagonistas.
Intenta solamente retratarlos como son. Violentos criminales que se visten de
seda, pero que no cambian en el interior.
publicado en roastbrief.com.mx el 24 de febrero de 2020
imagen: Netflix