Hay, tristemente, quienes instalados en el argumento de la locura se enorgullecen de ser diferentes del resto de los seres humanos, sin darse cuenta que su simple existencia los hace ser diferentes del resto sin tener que acudir a patéticos argumentos.
Armando Enríquez Vázquez.
Curiosamente a pesar de que la locura se asocia a una serie
de diferentes trastornos mentales, muchos quieren hacerla sinónimo de
creatividad, de genialidad, por mi parte siempre he creído, que el invocarla
con esta última acepción es sólo uno de los mejores pretextos utilizado por
hombres y mujeres contemporáneos para esconder su mediocridad y siempre me ha
molestado el argumento; Estoy loco, estoy
muy loco. A partir de esa frase todo se vale y justifica; desde la pereza
mental, las adicciones, la estupidez y hasta ser un asesino serial. Como si con
pretender estar locos quisiéramos disculpar el ser quien somos. Hay,
tristemente, quienes instalados en el argumento de la locura se enorgullecen de
ser diferentes del resto de los seres humanos, sin darse cuenta que su simple
existencia los hace ser diferentes del resto sin tener que acudir a patéticos
argumentos. Estar loco, también ha sido de manera peyorativa una excusa para
despreciar la originalidad y la individualidad de ciertos personajes, su no ser
afín con el sentir de las mayorías o ya se nos olvidó esa despectiva e
irracional descalificación que dice: ¡A
ese no le hagan caso está loco!
Salvador Dalí una de
las grandes mentes creativas del siglo XX, alguna vez dijo: La diferencia entre un loco y yo, es que él
está loco y yo no. Al final de sus
días cuando la demencia senil hizo estragos en su personalidad Dalí ya no era
Dalí, no creaba y se había convertido en el loco aquel con el que no tenía nada
en común.
Los locos son incapaces de sobrevivir dentro de las reglas
establecidas por la sociedad, no pueden distinguir entre sus obsesiones y las
de una sociedad que pretende normarnos.
No existe un ser humano normal, no existe un prototipo del
ser humano y cada uno de nosotros puede actuar de una manera que a otros les
parezca anormal y fuera de toda lógica. Los occidentales actuales, en una
escala social mayor, por ejemplo, somos incapaces de comprender el fanatismo y
la fe de los musulmanes, y convenientemente olvidamos que ese mismo fervor pero
con la máscara del catolicismo, impulsó las cruzadas que fueron guerras santas
como cualquier llamado a la Fatwa lo
es hoy y creó el tribunal de la Santa
Inquisición dirigido por un pervertido que asesinaba musulmanes, judíos y
cristianos porque su cerebro así se lo ordenaba. O la enferma versión puritana
y protestante que estableció la quema y ahogamiento de miles de personas en
Europa y América acusadas de brujería. La fe que es una experiencia totalmente
irracional en cualquiera de sus manifestaciones y gracias a ellas muchos poetas
iluminados como San Juan de la Cruz o George Herbert crearon obras maestras de
la poesía y sin embargo no tiene nada que ver con la locura a pesar de lo que
piensen muchos racionalistas contemporáneos.
Nuestras obsesiones, pasiones, filias y fobias nos definen
como individuos, los locos que son rasados por la enfermedad difícilmente
mantienen una individualidad.
En la esfera del Individuo, el criticar y no entender al
otro ya sea un fuereño, un extranjero o simplemente el vecino, es parte de la
intolerancia de los seres humanos y nada tiene que ver con locura. No es que
los demás estén locos y uno no o viceversa. Los seres humanos somos el
resultado de experiencias y meditaciones personales e individuales.
Mark Twain, el gran escritor norteamericano, se expresó al
respecto: Cuando recordemos que todos
estamos locos, los misterios desaparecerán y la vida se podrá explicar.
Lo que podemos considerar como excentricidad o mal llamamos
locura no es sino un rasgo de nuestra individualidad, de personalidad. La
locura no diferencia, sino que rasa a una serie de individuos con una
incapacidad en común.
Aquellos que se auto califican como locos para diferenciarse
de los otros miles de millones que habitan el planeta y creen en el mismo
argumento para justificar su existencia, que pretenden hacer de la locura una
forma simpática para definir su rebeldía, su inconformidad, sin atreverse a
poner los puntos sobre las íes, en realidad son autocomplacientes y mediocres
como el que menos.
Porque lejos de atreverse a celebrar su creatividad, su
individualidad y su visión de la vida se conforman con la mediocre
autocompasión de calificarse como enfermos.
publicado en roastbrief el 21 de septiembre de 2015.