Hablar de democracia en México es más importante que
nunca, hoy que nos fragmentamos en facciones de odio en las redes sociales
nacidas del discurso del gobierno.
Armando Enríquez
Vázquez
El otro día escuchaba en un programa de radio español: La
democracia se basa en saber que frente a ti se va a sentar alguien que piensa
totalmente diferente a ti y hay espacio para todos.
El dato duro más duro hoy en día es que todavía más del 60%
de los mexicanos apoyan y simpatizan con Andrés Manuel López Obrador. Nos guste
o no a quienes no votamos por él, este es un hecho real. El presidente López
Obrador es el primero de este siglo y el primero en muchas décadas en haber
sido electo por una mayoría real y en ese sentido no se puede pelear en twitter
lo que no se ganó en las urnas. Pero no podemos, por ningún motivo dejar de ser
críticos para tratar de construir a nuestro país que ha sido y sigue siendo
botín de grupos como la CNTE o de oscuros personajes como Napoleón Gómez
Urrutía o Gerardo Fernández Noroña.
Otro dato duro real. Ningún presidente reciente en México se
ha basado más en el discurso del odio para dividir a los mexicanos que el
presidente Andrés Manuel López Obrador y tristemente lo ha conseguido. Las imágenes
de los últimos días en las marchas de la CDMX, sean Fífís, provocadores, pueblo
bueno poseído o lo que sean, lo demuestra. No soy ingenuo, sé muy bien que
antes de López Obrador el país estaba muy lejos de ser uno de concordia y la
hermandad. Los mexicanos siempre hemos sido lo suficientemente clasistas y
racistas para que el discurso de película de Ismael Rodríguez de AMLO cayera en
la tierra fértil de que los pobres son buenos por el simple hecho de ser pobres
y los ricos malos por sólo serlo. Este discurso se ha acentuado desde que el
presidente es el principal instigador al odio social, de la misma manera que lo
ha hecho Trump en Estados Unidos, una táctica de propaganda que resultó
perfecta en los pueblos sojuzgados bajo la mano de una dictadura ya fuera de
derecha o de izquierda. Al final la diferencia en materia de manipulación
ideológica y represión no es muy diferente entre Stalin, Castro, Hitler y
Franco: un discurso que mezcla de un nacionalismo exacerbado y maniqueo. Que
exalta los peligros en que la Patria se encuentra por las conspiraciones de la
derecha, la izquierda, los fifís o los chairos y del miedo por convertirnos en
todo aquello que atormenta la mente del tirano y prevalece sobre el bienestar
común.
Lo peor es que todos hemos caído en la provocación del
presidente y de aquellos que le diseñan la propaganda. Twitter se ha convertido
en el campo de batalla de la irracionalidad y la intolerancia, los bots de la
derecha y de la izquierda intentan a diario meternos en pleitos a veces
ficticios, pero lo peor de todo, la mayoría de veces, realmente intrascendentes
para todos los mexicanos y los verdaderos retos que enfrenta el país. Hemos
caído todos, chairos y fifís, en una agenda que le interesa únicamente a un
hombre y su grupo que piensan perpetuarse en el poder justificando con su
silencio o escusas absurdas la quema de una librería. El mismo presidente no es
responsable de nada a pesar de tener más de diez meses en el cargo. Lo único
que les interesa a los propagandistas del régimen es mantener una desgastante y
cada día más radicalizada confrontación entre los mexicanos. El discurso de
intolerancia a sus críticos está destinado a que aquellos que se sienten
apoyados por él, por ejemplo, los que levantan palmas y palos en contra del
ejército mexicano con la aprobación del presidente, amenacen, calumnien y
muestren su postura nada democrática en los hechos, las propuestas legislativas
y sobre todo en las redes sociales, que es donde la verdadera batalla entre
radicales e intolerantes se lleva a cabo.
La libertad y la democracia están lejos de la utopía que
sueña López Obrador como su gestión y que no incluye al menos al 35% de los
mexicanos que no aprueban su gestión. Cuando un demócrata debería entender que
no es en el autoritarismo donde se debe fundamentar su actuar. Eso es algo que
ya hicieron muchos de sus detractores como el patético Vicente Fox que no sólo traicionó
en su momento a los mexicanos, si no a su propio partido al apoyar a Peña Nieto
y ahora como una pretende regresar al PAN como si nada.
Un demócrata acude con entereza frente a los organismos de la
democracia que lo citan a comparecer. Un demócrata acepta que existan personas
que no piensan como él. Un demócrata puede en un momento reconocer errores, eso
lo debería entender bien el presidente que antes que por las leyes del país se
rige por las del cristianismo. Un demócrata escucha a todo mundo y debate, no
descalifica desde su posición de poder. Un demócrata busca el bien de todos, no
el dividir para su beneficio o el de su grupo. Del lado de aquellos que no votamos
por López Obrador debemos ser mesurados también, no porque hayamos sido
derrotados, en la democracia no hay vencedores, ni vencidos. Hay respeto y
tolerancia, pero las críticas al presidente y sus aliados deben partir del
cerebro, no de la tripa y si el señor habla lento o prefiere el chocolate al café,
es independiente a los verdaderos problemas que hay en su gobierno; actos de
autoritarismos disfrazados de discurso melodramático de un hombre que nunca es
responsable de nada, todo es un asunto que tiene que ver con sus adversarios y
por eso todas las ratas y dictadores enanos que lo rodean están bien, aunque
provengan de ese sistema que él criticó.
La democracia no la va a cuidar él, ni la va a
promover el partido que lo cobija. La democracia es algo que debemos exigir y
construir desde una ciudadanía que siempre se presume más que los gobiernos que
tiene y ha tenido, aunque triste y concretamente todos tenemos el gobierno que
nos merecemos y de ahí debe partir la reflexión de todos. Mayoría y minoría de
los mexicanos frente al poder, porque seguro que hasta los más leales
seguidores del presidente tienen ideas para mejorar la 4T. Todo es perfectible
y en materia de gobiernos humanos todavía más.