Ponciano Díaz, torero, promotor y empresario taurino, se crió entre toros, vivió lidiándolos y fue el primer torero mexicano en tomar la alternativa en España.
Armando Enríquez Vázquez
Ser leyenda. Figura singular en el toreo y con una estampa nada usual
entre los diestros. Un torero con bigote. Los ha habido melenudos y de
grandes patillas, pero pocos, muy pocos con bigote.
Tras tres siglos de corridas de toros en México, no había en nuestro
país un torero que se pudiera llamar así, pues ninguno había tomado la
alternativa en Madrid, dos diestros nacionales ya se habían presentado
en España; Ramón de Rosas Hernández a finales del siglo XVIII y en 1869
Jesús Villegas “El Catrín”, pero ninguno de los dos había tomado la
alternativa. Eso cambió la tarde del 17 de octubre de 1889 en la Plaza
de Madrid, su padrino el legendario Salvador Sánchez “Frascuelo” y como
testigo Rafael Guerra “Guerrita”. El toro se llamaba “Lumbrero” de la
ganadería del Duque de Veragua y era según crónicas de la época un burel
cárdeno oscuro y bien “armao”.
El diestro mexicano de acuerdo a los especialistas de la época lo
hizo mal, no era el estilo lo que impresionaba a los aficionados, al
momento de matar que dio un bajonazo, pero lo que llamaba la atención de
la afición española era el estilo de toreo mexicano tan diferente del
peninsular. Al parecer Ponciano no se quedaba quieto a diferencia de los
cánones de la tauromaquia ibérica. Tampoco sabía mandar con la muleta,
que parecía estorbarle al llevar a cabo las suertes. Pero existía una de
las suertes del torero nacional que llamó fuertemente la atención del
público español; el banderilleo a caballo.
En la ese viaje a España y Portugal, Ponciano Díaz toreó en ocho ocasiones.
Ponciano Díaz tenía la fiesta y la pasión por los toros en la sangre.
Nació el 19 de noviembre de 1859 en la Hacienda de Atenco, la primera
hacienda taurina fundada en México, pocos años después de la conquista.
Su padre, Guadalupe Díaz, era el caporal de la hacienda. Rodeado desde
su más tierna infancia por reses bravas, Ponciano siempre quiso ser
torero, a los diecisiete años se podía decir que era novillero y de ahí
se unió a la cuadrilla de los hermanos Hernández de los que se separó en
un viaje a Puebla donde conoció al ídolo de la afición Bernardo Gaviño.
Sus ganas por convertirse en un torero de fama lo llevaron a servir en
la cuadrilla del afamado matador español, de quien aprendió y en 1879
formó su propia cuadrilla debutando como matador de toros el 13 de abril
de ese mismo año. Ponciano se convirtió rápidamente en un ídolo de la
afición mexicana, pero Ponciano quería ser más que eso. Participó en las
primeras corridas de toros llevadas a cabo en Estados Unidos. En Nueva
Orleans en 1885. Aunque en dichas corridas no se mataba al toro.
Ponciano hizo presentaciones por el interior del país; Chihuahua,
Durango, Puebla, Zacatecas. Ahí en Zacatecas en 1894, se dice que en una
corrida impresionó de tal manera a la más bella de las zacatecanas, una
rica heredera de nombre Rosario Llamas, que esta se desprendió de un
anillo de brillantes y un medallón con su foto regalándoselos al torero
por su faena. Los tíos de la muchacha, que era huérfana, al ver la
reacción de la joven se apresuraron a sacarla de la plaza y llevarla a
su casa. Nunca más volvieron a verse. La historia dice que esta joven
nunca se casó y quedó prendada de la figura del matador.
La valentía de Ponciano era inaudita y se dice que implementó la
suerte de matar de rodillas, eso sí, sin importar donde cayera la
estocada o si tenía que matar de arteros “mete y saca”. Pero la
afición lo adoraba. Ponciano no sólo toreaba con los diestros españoles
de buena gana, sino hizo gran amistad con ellos y grandes rivalidades.
Promovió a jóvenes valores nacionales y en 1888 con sus propios
recursos, y en sociedad con el gobernador de la Ciudad de México y un
empresario construyó e inauguró la plaza de toros de Bucareli.
Al siguiente año, es el año de su alternativa en España y a su
regreso, recibió en La Habana la noticia de que estaban prohibidas las
corridas en la Ciudad de México, por lo que decide permanecer y actuar
en Cuba durante un año, a su regreso toreo en Veracruz y fue cornado de
gravedad en Coatepec. Ya sin la popularidad y mermado en sus facultades
regresó a su plaza en 1894. Y en 1895 realizó su presentación final en
la Ciudad de México, en este festejo otorgó la alternativa a Diego
Rodríguez “Silverio Chico”. Al morir su madre en 1898 y viéndose
abandonado por la afición que en el pasado le aclamaba se dedicó a
beber. Ponciano murió en la más absoluta soledad de cirrosis hepática el
15 de abril de 1899. Tenía 40 años.
Cuenta una historia que en su cuerpo sin vida se encontró aquel
medallón con la fotografía que Rosario Llamas le regalara cinco años
atrás.
Publicado en thepoint.com.mx 31 de Agosto de 2012
Imagen. contoromex.com