En un interesante libro el investigador Menno
Schilthuizen, nos habla sobre las ciudades como el nuevo hábitat ecosistema y un
factor evolutivo muy importante: El hombre.
Armando Enríquez
Vázquez
A finales de 2016 la BBC estrenó su serie de
televisión Planet Earth II, el sexto y último capítulo de la serie está
dedicado a las ciudades como un nuevo ecosistema, un nuevo hábitat para
especies que se desarrollan también en ecosistemas naturales. Halcones
peregrinos que viven y han aprendido a cazar en Nueva York remplazando la
altura de los riscos por las antenas de los rascacielos, hienas en las afueras
de los pueblos egipcios y monos en las ciudades de la India.
Las ciudades son un nuevo refugio para ciertas especies. En
2018 la editorial Picador, una editorial fundada en Inglaterra en 1972 hoy
parte de McMillan, publicó el libro Darwin comes to Town del biólogo
evolutivo Menno Schilthuizen. Un texto que nos habla de cómo la Jungla Urbana
impulsa la evolución, como dice el subtitulo en la portada del libro.
Aunque en el libro no se habla de grandes depredadores como
los leopardos en los cinturones de miseria de ciertas ciudades indias, lo que
hace Schilthuizen a lo largo del libro es contarnos las diferentes formas en
las que los seres humanos hemos y seguimos modificando de manera inconsciente y
a veces consciente los ecosistemas locales a partir de la urbanización o de la
introducción de especies exóticas que modifican el paisaje local. Cómo algunas
de las especies agredidas por la invasión de los seres humanos se han adaptado
y evolucionado, la forma en que especies introducidas por los seres humanos en hábitats
que les son desconocidos y difieren de su normalidad han creado y formado
colonias y conquistado estos nuevos habitats. Pero una de las cosas que nos marca
Schilthuizen en su texto, es que aquella vieja fabula del ratón del campo y el
ratón de la ciudad es una realidad en muchas de las especies que se han adaptado
a las ciudades y las diferencias con sus similares en su hábitat natural.
En el texto el autor marca la importancia acerca de
reflexionar sobre nuestro papel como especie en la evolución. Los Homo sapiens
somos la especie más destructora del planeta, esa ha sido una de las
características de nuestro éxito para conquistar toda la superficie del planeta,
somos la especie que ha modificado ecosistemas y el medio ambiente a voluntad y
en nuestro beneficio. Hemos alterado la conducta de las especies a nuestro
alrededor y hemos seleccionado a los que para nuestro beneficio consideramos
los mejores, jugando con la genética de manera empírica en un principio, y científica
en los últimos siglos, manipulado directamente la evolución de las especies. Es
así como nacen la agricultura y la ganadería. Somos un verdadero factor de
evolución, para bien o para mal, dependiendo del cristal con que lo vemos.
Pensar que durante siglos nuestro actuar sólo ha afectado a
las especies que consideramos benéficas es una falacia. Los seres humanos somos
la especie más destructora sobre la faz del planeta y con nuestras acciones
hemos acabado con la mayor parte de las especies con las que hemos convivido; acciones,
que sólo desde hace unas décadas se consideran, nocivas para el balance de la Naturaleza,
además de ser una conducta egoísta, lo que Schilthuizen nos demuestra en su
libro, es que más allá del egocentrismo de los Homo sapiens existen
especies de animales y plantas capaces de adaptarse a las condiciones que la
comodidad y el desarrollo de los humanos les imponemos de manera irreflexiva y soberbia.
Los seres humanos no sólo hemos creado un solo hábitat; la
ciudad. Dentro de la misma ciudad y las zonas metropolitanas que las rodean
hemos formado islas verdes; parques, jardines, en las que ciertas características
de los miembros una misma especie, ejemplo los ratones neoyorquinos de los que
se habla en el libro, difieren de los ejemplares de la misma especie a unos
cuantos kilómetros, cientos de metros, a cuadras de distancia existentes entre
ellos.
Hemos modificado el paisaje que nos rodea en los últimos
cien años de manera más dramática y veloz que nunca antes, los motores de
combustión interna, la luz eléctrica, han provocado cambios que afectan a los
animales, el calor de la ciudad resulta atractivo para muchas especies, las
luces de edificios y espectaculares han alterado la conducta de otras, el vidrio
en las fachadas de los altos edificios son una trampa para las aves.
Plantas y animales llevados a zonas en las que no existen sus
depredadores naturales florecen para convertirse en plagas que acaban con fauna
y flora nativa. Las fábricas de la revolución industrial afectaron en la genética
de las polillas inglesas, con el tiempo las políticas de aire limpio volvieron
a afectar de manera genética de las polillas. Los comportamientos humanos han
llevado a los animales a enfrentar nuevos retos; abrir botellas de leche,
alimentarse de sobras de comida rápida, reproducirse con mayor frecuencia,
acercarse más de lo que hacen los miembros de su especie que habitan en zonas
naturales, donde la población humana es mucho menor.
Incluso en el desfile de científicos y estudios a lo largo y
ancho del mundo, que tiene el libro, por ser chilango me llamó mucho la
atención la mención que el escritor holandés, hace de una científica de la UNAM,
Montserrat Suárez Rodriguez, que estudió a los gorriones de la zona de las
llamadas islas de la Universidad, que han integrado a la construcción de sus
nidos las colillas de cigarros de los estudiantes y paseantes de esa zona de la
máxima casa de estudios, por las características antibióticas que presentan
para ciertos parásitos comunes a los nidos y no sólo como un material más de
construcción.
El libro no habla de manera entusiasta porque al final es
más lo que se ha perdido, lo que hemos destruido, pero no por eso el autor deja
de maravillarse en como las especies se adaptan como las llamadas sexuales de
ciertas aves son más altas en las ciudades donde tiene que competir con el
ruido normal de la metrópoli que en el campo o los bosques. Darwin Comes to
Town, nos obliga a ver la naturaleza de la ciudad de una manera diferente y
a ser capaces de entrever el papel que con nuestro granito de arena para bien o
para mal jugamos en los microecositemas en los que están ubicadas nuestras
comunidades.