Palabras, palabras que significan y nos identifican con nuestros gustos eróticos.
Armando Enríquez Vázquez
Hace unos días leí una columna en el portal The Atlantic que me llevó a una serie de
artículos y comentarios, algunos de ellos apasionados, unos más que trataban de
ser doctos e informativos, otros más de chacota, acerca de lo indeseable que
para algunos norteamericanos e ingleses resulta la palabra panties, refiriéndose a la ropa interior femenina. Existiendo como siempre los radicales
que piden, en broma o no, que dicha palabra sea proscrita de la lengua inglesa,
pues la consideran demasiado infantil y denigrante. Al parecer muchos son
incapaces de imaginar a una seria ejecutiva
anglosajona entrando a la tienda de Victoria’s
Secret a comprar calzones,
utilizando la palabra panties. Otros
sin embargo, la consideran una palabra sexy y menos descriptiva y vulgar que tanga, o hilo dental. La verdad es que es que a mí la discusión me pareció
divertida, bizantina cuando se anteponía el juicio categórico y descalificador,
pero divertida al final de cuentas, e irrisoria ante las opiniones radicales,
puritanas y que con encono o dizque cierta autoridad intentan de prohibir la
palabra sólo porque no les gusta. Lo que solo habla de intolerancia. A mí la
palabra jocoque me puede parecer de
mala leche y jamás se me ocurriría pedir prohibirla por ese hecho, al contrario
creo que la define.
Esta serie de textos me llevó a reflexionar sobre algunas
palabras de nuestro idioma y como las aprecio, las disfruto o las evito. Porque
en esto de las palabas, como en el caso de las opiniones se rompen hocicos. Lejos de considerarlas sexy a mí me gusta
verlas más como simplemente cachondas. Empezando por la misma palabra que
tantas peroraciones incitó entre los que hablan la lengua inglesa. A mí no me
causa mayor problema si son calzones,
chones, tanga, bóxers, de cualquier
manera y por sexys que estos sean para mi gusto o no, ninguna de ellas me
parece cachonda, la excepción es braga y no por hispanófilo, sino porque que
como a muchos de mi generación la palabra más que a la prenda íntima femenina,
me remite a la cachondísima actriz brasileña Sonia Braga, hoy sexagenaria.
Prefiero tetas
sobre chichis. Y cualquiera de los
dos sobre la hipócrita, recatada, artificial y anglosajona bubies. Para mí Teta es
perfecta, redonda, firme y del tamaño adecuado. Chichi es demasiado infantil, Los senos son muy propios y doctos, el pecho muy travesti y la bubies
como ya dije con aroma a silicón. Sin embargo tetona, es la Mendoza que es caricatura y exageración, en el peor
de los casos malnutrido deseo edípico. Pero más cachonda que tetas es pezón, la palabra, así con su z.
Me gusta la palabra ojo
pero nunca será lo cachondo que puede llegar a ser mirada. Un taco de ojo,
está cerca muy del deseo y lo suficientemente lejos del pecado, para
considerarlo cachondo.
Ombligo, cachonda
palabra, centro geográfico obligado del cuerpo que se recorre.
Me gustan las palabras labio,
ceja, pantorrilla, clavícula, axila,
pestaña y todas las imágenes que me despiertan
Pero la cachondería de las palabras no empieza, ni termina
en la anatomía humana, y así como ningún alimento es afrodisíaco si no es a
través de la sugestión, las palabras que designan a algunos alimentos no lo
serían si no nos evocaran una seductora imagen, que nos perturba. Alguna vez un
conocido decía que el arroz siempre le recordaba los granos cocidos que caían
en las piernas de su amante cuando comían sushi en la cama, y como con el dorso
de la mano los barría de la piel de ella. Para él seguramente arroz es una
palabra que tiene cierta cachondería.
Si un tercer día el amo hubiera enviado a Esopo al mercado,
esta vez por el platillo más cachondo, el fabulista hubiera llevado por tercera
vez lengua y no por lo excitante que puede ser al estar enmarcada por una
sonrisa y tocar el labio, o por tantas otras cosa que puede hacer, si no por
las cachonderías que en una lengua se engendran y se desenvuelven cuando esta
toca el paladar, los dientes y los labios al pronunciarlas. Las
palabras cachondas dependen de la boca que las emite, como también del oído que
las escucha dándoles ese valor y se
estremece con su sonido. Porque la cachondería es seducción que no onanismo.
Las palabras para mí son cachondas cuando despiertan una
imagen sensual y que tiene cierto regusto a fetichismo; se tornan imágenes sepia
de fotografías en la memoria, se enmarcan en lugares diferentes de nuestro
cerebro. Palabras con las que nos comunicamos, cobran un sentido ritual con una persona en especial,
cuando se susurran rozando el lóbulo de la oreja, cuando se dejan caer
intempestivamente para hacer aflorar una sonrisa o estimulan una mirada.
Algunas palabras nos seducen y acompañan toda la vida porque el pronunciarlas y
compartirlas nos provoca el placer que sólo el seducir provoca.
En el principio fue la palabra, que se convirtió en el mayor
acto de seducción porque gracias a ella logramos romper la oscuridad y crear
este universo con el amor que carga cada palabra al designar a cada uno de los
elementos que hay en él. Algunos, incluso, lograron identificar a Dios, por eso
disfrutemos de cada palabra de esa manera perversa que nos permite saborearlas
antes de ponerlas en la punta de la lengua para designar o atraer con ella al
cachondo objeto de nuestro deseo.
Punto y aparte y a manera de colofón.
Tristemente como los puritanos se ensañan con ciertas
palabras, hay quienes creen que, como la ley, el idioma es rígido e inflexible
y por eso creen que las palabras sólo tienen un sentido y una definición. La Suprema
Corte de Justicia de la Nación, cree inocentemente, por no ser ofensivo con los
magistrados, que existen las palabras capaces de afrentar, y si ellos pudieran
las prohibirían de nuestro idioma. Símil de aquellas llamadas malas palabras, identificadas por la
gran mayoría de los hogares mexicanos católicos y racistas como leperadas, que definen,
sin embargo, objetos y califican individuos de una manera perfecta. Por eso en
lugar de buscar palabras ofensivas para tratar de prohibirlas, exhortemos a los
magistrados a encontrar el lado de seductor de las palabras para exaltarlas.
publicado en mayo de 2013 en palabrasmalditas.net
imagen: H.R. Giger ELP XII
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