miércoles, 13 de julio de 2016

La publicidad como pornografía.



La publicidad hoy es similar a los pops up de pornografía, casi nadie les da click.

Armando Enríquez Vázquez

La publicidad hoy más que nunca se parece a la pornografía que pulula en Internet. Nunca como ahora la mayoría de las campañas son sólo una sucesión de imágenes que, sin una lógica normal, aburren a muchos hombre y mujeres que saben y entienden que la vida se encuentra en un lugar que es diferente a lo que nos quieren enseñar en las pantallas de televisión, las estaciones de radio o los diferentes impresos.
Frente a la gran cantidad de add blockers, las decrecientes audiencias en los medios de comunicación tradicionales y la falta de creatividad para atraer a los consumidores, las marcas, agencias de publicidad, los autollamados creativos y los responsables de mercadotecnia se ven en la encrucijada de tener que innovar, desarrollar y ejecutar campañas de publicidad efectivas y que llamen la atención del posible consumidor. Desgraciadamente ante la incapacidad de innovar, grn parte de la publicidad se basa en ocurrencias que incluso van en detrimento de la imagen del producto.
Los mercadólogos mismos se duermen en sus laureles cuando piensan que el futuro gracias a los grandes bancos de datos, será una especie de paraíso donde los clientes como moscas sobre la miel, caerán sobre sus productos gracias a una forma atacar personal y directa a cada persona, basada en la obtención de información detallada y personalizada, que les permitirán conocer perfectamente sus hábitos de consumo. Hoy nada, absolutamente nada es seguro.
La pesadilla de la gente acostumbrada a seguir un camino ya abierto por otros es el que tengan que enfrentarse a sendas por abrir. La negación al cambio es una de las más sencillas opciones de los mediocres, pero en cuanto en lugar de cambio, nos referimos a evolución la idea resulta aún más aterradora, pues hablamos de un nivel ontológico, algo radical. De una manera de anticiparse en medida de lo posible a los cambios.
La publicidad hoy es similar a los pops up de pornografía, casi nadie les da click. La publicidad es hoy más intrascendente que nunca y los publicistas no quieren darse cuenta de ello, ni de la responsabilidad que esto les impone.
Las armas del publicista nada tienen que ver con la seducción que en algún momento planteó la industria, una seducción basada en hechos, en testimonios, en las cualidades del producto, están en los números fríos y las mentiras propias de la pornografía.
Porque la característica básica de la pornografía no es el sexo, sino la representación falaz y trastocada que se hace de él. La creación de expectativas que nunca serán satisfechas. La promesa de una felicidad basada en el hedonismo.
En la pornografía el tamaño importa, no hay como dicen por ahí, ni un besito de por medio, hay que ir directo al acto del fornicio, los más importante para los publicistas ahora es presumir una creatividad desmedida que no tiene que ver con el producto, ni con su realidad. La pornografía a diferencia del erotismo habla y muestra sin ton ni son, sin esteticismo alguno la relación carnal. La pornografía no considera que el erotismo va más allá, mucho más allá de penes y vaginas. Como la publicidad ha olvidado que la promoción de un producto no sólo se puede hacer a partir de sensaciones, de emociones, la racionalidad debe ser un factor de mayor importancia para el consumidor. La poca calidad en la oferta de miles de productos, la única promesa que ofrece el publicista es una experiencia, una emoción que nada tiene que ver con el producto y que rasa a la publicidad sin importar, sí se trata de un chocolate o de una lavadora, de la misma forma que muchas mujeres y hombres de la pornografía carecen de un atributo humano para atraer a otra persona que no sean los falsos gemidos y los tamaños de senos y genitales. La publicidad como la pornografía han sido durante décadas el paraíso de las aspiraciones: no aceptarse a uno, ni a su realidad se compensa en el mundo de las mujeres sumisas desnudas dispuestas a complacer nuestros caprichos, de la misma manera que la rubia Superior y la felicidad adquirida de manera inmediata con sólo ponerse detrás de un volante, nos hacen entender que nuestro mundo puede ser mucho mejor gracias a las fantasías que se generan alrededor de un producto o de unos enormes senos.
Hace ya unos años en una serie canadiense sobre la historia de la pornografía se llegaba a la conclusión de que gracias al Internet la pornografía había dejado de ser sucia y clandestina porque podemos acceder hoy desde la comodidad de nuestra recamara a ella, ya no necesitamos ir a un cine sucio, ni escondernos en el baño. Algo similar sucede con la publicidad, esa publicidad graciosa o llamativa que hasta se llegó a proyectar como si se tratara de arte en funciones especiales de cine con mucho alcohol para sobrellevar la levedad y futilidad de horas de reels que al final eran sólo pan con lo mismo, hoy esas obras de una realidad alterada y falsa pueden ser consultadas desde la comodidad de un salón de clases, regresándola a su lugar utilitario.
Prefiero la limpieza de un volante que tiene los precios del restaurante a dos cuadras de mi casa que el complejo esquema de sinsentidos que los publicistas de las automotrices y sus decenas de modelos que nada me dicen del auto.
Hoy podemos decir sin temor a equivocarnos que lo que pasa en el mundo de la publicidad sólo le importa a los publicistas, sus premios y reconocimientos son intrascendentes a todos los mortales. La publicidad necesariamente debe ir acompañada de un hecho concreto; el beneficio para el cliente. Todo los demás no deja de ser la idealización de algo que no es.
¿Cuáles son los derroteros a seguir en esta evolución? no es fácil decir, pero si es claro que el modelo de una publicidad debe comenzar a alejarse de esa pornografía que hoy está implícita en su realización.

publicado en roastbrief el 11 de abril de 2016
imagen: deattostock.com

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