La
ganadora más joven del Premio Nobel de la Paz nos obliga a voltear
la mirada a la educación y a las ganas de superación de millones de
jóvenes en el mundo.
Armando Enríquez Vázquez
La
mañana del 9 de octubre de 2012, mientras se dirigía a su casa tras
terminar sus clases diarias en la escuela acompañada de otras niñas,
Malala Yousafzai de tan sólo catorce años fue baleada en la cabeza
por una miembro de los talibanes en la ciudad de Mingora en
Paquistan.
La
causa del atentado que sufrieron la joven y dos de sus amigas ese
día, fue que Malala tenía un Blog en Urdu para la BBC, en el que
defendía el derecho de las niñas y sobretodo de las niñas
musulmanas a la educación.
Tras
el atentado Malala fue operada primero en Paquistán y trasladada
días después a Inglaterra donde reside actualmente. Tras múltiples
operaciones Malala pudo regresar a la escuela en marzo de 2013.
Malala compartió sus experiencias con la escritora Christina Lamb y
de la colaboración entre ambas surgió el libro Yo
soy Malala.
Víctima de la intolerancia, la ignorancia y el radicalismo
religioso la joven se ha convertido en una vocera internacional en
favor de la educación en especial de la educación de niños y
mujeres.
La
semana pasada Malala se convirtió en la persona más joven, con solo
17 años de edad, en recibir el Premio Nobel de la Paz.
Ya
en 2013, cuando la joven apareció en la sala del consejo de las
Naciones Unidas puso muy en claro que estaba frente a todos los
miembros del organismo internacional para defender el derecho de
todos los niños a la educación. Sin negar sus creencias religiosas
Malala inició su discurso alabando a Alá.
“Existen
cientos de activistas por los derechos humanos y trabajadores
sociales, que no sólo hablan de derechos humanos, si no que luchan
por alcanzar sus metas en cuanto a educación, paz y equidad. Miles
de seres humanos han sido asesinados por terroristas y millones han
resultado heridos. Yo soy solo una de ellos. Así que aquí estoy...
una niña entre muchas.”
Ese
discurso frente a la comunidad internacional terminó con las
siguientes palabras:
“Queridos
hermanos y hermanas, no debemos olvidar que millones de personas en
el mundo sufren de pobreza, injusticia e ignorancia. No debemos
olvidar que millones de niños no tienen escuela. No debemos olvidar
que nuestros hermanos y hermanas están esperando un futuro brillante
y lleno de paz. Emprendamos una lucha internacional en contra del
analfabetismo, de la pobreza y el terrorismo, levantemos nuestras
plumas y libros. Son nuestras armas más poderosas. Un niño, un
maestro, una pluma y un libro pueden cambiar al mundo. La educación
es la única solución. La educación es primero.
Malala
estaba en clase cuando su maestra de química la felicitó al mismo
tiempo que le informaba que había ganado el Premio Nobel de la Paz.
Malala terminó su día escolar para ir a casa a celebrar.
La
joven paquistaní se ha convertido en inspiración para miles de
mujeres y niñas alrededor del mundo y cuando la academia sueca del
Premio Nobel decidió otorgarle el premio de la paz de este año, nos
obliga a mirar a los sistemas educativos en el mundo entero. A
revisar las oportunidades a las que pueden aspirar los jóvenes y a
las que tienen derecho. A denunciar y atacar las causas con las que
los grupos intransigentes pretenden acabar con los sueños y
aspiraciones de millones de habitantes del planeta al negarles la
educación.
Hoy
cuando en los países del primer mundo se comienzan a discutir los
retos que enfrenta la educación tradicional frente a la tecnología
y un mundo globalizado. Hoy que gozamos de programas de educación a
distancia y gratuita. En otras partes del mundo el reto es otorgar
ese mínimo de educación a millones de niños y jóvenes que les
permita mejorar sus condiciones de vida.
Hoy
mientras una jovencita musulmana es galardonada con uno de los
premios más importantes en el planeta. En otras regiones del mundo
existen seres humanos que ni siquiera saben leer.
En
México cientos de miles de estudiantes intentan dialogar con el
gobierno para que la educación en el Instituto Politécnico Nacional
recupera la dignidad de la que la quieren privar sus directivos y las
autoridades federales.
Más
de un millón de niños en nuestro país carecen de acceso a una
educación que les permita vivir de manera respetable y son, por lo
tanto, orillados a trabajar para el crimen organizado, lo que reduce
de manera importante de sus expectativas de vida.
Sin
olvidar a los jóvenes que al manifestarse por sus derechos
educativos fueron secuestrados, en una región tan cercana a la
capital del país como lo es Iguala. Estudiantes mexicanos victimas
del terrorismo producto en nuestra sociedad de la impunidad, la
corrupción en todos los niveles de gobierno y la complicidad de
todos los partidos políticos que han sido infiltrados por el crimen
organizado.
Muy
triste e indignante es escuchar voces en la sociedad civil que
intentan justificar los hechos de Ayotzinapa, argumentando en contra
de los jóvenes su actitud contestataria y de izquierda, Pero esos
miembros de la sociedad civil parecen olvidar su responsabilidad al
haber elegido a un hombre que todos sabían en la comunidad tenía
nexos con el crimen organizado.
Cuestionar
la educación que ampara y promueve nuestra Constitución, esa que
debe ser gratuita, laica y para todos los mexicanos, ha sido labor de
los últimos sexenios tanto priístas como panistas. Esos mismos que
han intentado con la misma actitud terrorista de los talibanes,
impedir a la mayoría de los ciudadanos mexicanos acceder a la
educación de calidad, permitiendo a sindicatos y sectores de la
sociedad apropiarse del tema y en el peor de los casos de la aulas,
logrando así que la mayoría de los mexicanos permanezca en las
sombras de la ignorancia.
publicado en blureport.mx el 16 de octubre de 2014
Imagen: theguardian.com
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