El más importante
libro de viajeros en México del siglo XIX fue escrito por la esposa de un
diplomático español cuya visión nunca dejó de sorprenderse con lo que vio en
nuestro país.
Armando Enríquez
Vázquez.
El descubrimiento de un nuevo país, de una nueva realidad,
sobre todo cuando se habita por temporadas largas es algo que queremos
compartir con familiares y conocidos, incluso hay quienes vuelven estas impresiones
de viaje libros de viaje. Inevitablemente se comparan los usos y las costumbres
propias con aquellas del país o territorio que es por una temporada, incluso
para siempre, nuestra nueva casa. Esa mirada virgen invita o prejuicia a los
lectores de aquellos lugares, mientras nos refresca y descubre aquello que para
los ojos extranjeros resulta exótico, para nosotros es totalmente invisible por
su cotidianidad; ese redescubrimiento de nosotros a través de los ojos de otro
nos hace valorar o criticar lo que hacemos.
No cabe duda que una de las obras más importantes sobre la
vida cotidiana en México durante el siglo XIX y posterior a la Independencia es
el libro que Madame Calderón de la Barca publicó seleccionando algunas de las cartas
que escribió a sus familiares a lo largo de su estancia de dos años en México.
Esposa del Ministro plenipotenciario de España en México: Ángel Calderón de la
Barca, la marquesa vio a México desde un lugar privilegiado.
Pero, ¿quién era esta marquesa de la aristocracia española?
Curiosamente Madame Calderón de la Barca no era española, nació en Edimburgo,
Escocia el 23 de diciembre de 1804 y su nombre era Frances Erskine Inglis. En
la introducción a la edición de Porrúa, Felipe Teixidor argumenta que el
nacimiento de Frances ocurrió dos años después, comparando la fecha en su acta
de defunción y la edad que Madame Calderón de la Barca tenía al momento de su
muerte. El padre de Frances murió en 1830 en medio de innumerables deudas. La
familia entonces migró a Estados Unidos. En Boston la madre fundó una escuela
para señoritas, cuya característica principal era el ser dirigido y atendido
por puras mujeres. El colegio cobró gran popularidad y los mismo sucedió con
las señoritas Erksine y su madre, que pronto hicieron buenas amistades dentro
de los círculos de alta sociedad y de la intelectualidad de la ciudad. Entre
las amistades de Frances estaba el historiador William H. Prescott quien fue el
responsable de presentar a Frances con el español Ángel Calderón de la Barca,
con el que Frances Erskine se casó en 1838.
Ángel Calderón de la Barca, era un diplomático liberal del
gobierno español que, en 1839, fue nombrado ministro plenipotenciario en
México. A finales de noviembre la pareja embarcó en Nueva York con destino a
México y después de llegar a La Habana y pasar unos días en la capital cubana.
El 18 de diciembre de 1839, los Calderón de la Barca desembarcaron en el puerto
de Veracruz. Poco más de dos años después, el 8 de enero de 1842, la pareja se
embarcó en Veracruz y regresó a Estados Unidos.
Durante su estancia en nuestro país Madame Calderón de la
Barca mantuvo una abundante correspondencia con su familia, en especial con su
madre, de la que en 1843, Frances o Fanny como dieron después en llamarla los
españoles, seleccionó 54 cartas para crear uno de los libros más detallados y
claros sobre el México cotidiano del siglo XIX, al que tituló: La vida en México durante una residencia de
dos años en ese país.
El libro de la marquesa no sólo describió la Ciudad de
México las costumbres, tradiciones y lugares de interés, también hizo retratos
de muchos de los hombres de la vida política y social de México, como Lucas
Alamán, Antonio López de Santa Anna, de quién pudo ver la transparente ambición
y sus eternas ganas por tornar a la presidencia, Anastasio Bustamante y otros
políticos y militares importantes en los libros de historia del país. Personajes
como Bernardo Gaviño, el torero ídolo de la afición mexicana, mucho antes de
que el futbol soccer llegara a tierras mexicanas. También escribió de otras
zonas a las que viajó; Cuernavaca, Yautepec, Puebla, Tulancingo, Real del
Monte, la hacienda de Tepenacasco y Huesca en lo que es hoy el Estado de
Hidalgo, entre otros.
Los ojos de Madame Calderón de la Barca también se fijaron
en los indígenas, en su forma de ser y en muchas cosas que por cotidianas
pasaban desapercibidas a los ojos de los escritores mexicanos de la época:
“…una de las frutas
más refrescantes, la tuna, que se da silvestre y en abundancia por todo el
país. La primera vez que, descuidada, quise arrancarla de la planta, se me
llenaron los dedos con las innumerables espinas que recubren su piel, y las
cuales son muy trabajosas de sacar. Los indios son muy diestros en cogerlas y
pelarlas. Hay la tuna verde y hay la roja; la última más agradable a la vista,
pero ni la mitad tan sabrosa como la primera.”
En otra carta hace una lista de animales ponzoñosos de la
zona de Morelos, desde alacranes y serpientes como la coralillo y la chicalina,
hasta arañas:
“Hay además una
hermosa araña roja y negra, llamada chinclaquili, cuya picadura produce dolores
en todos lo huesos…existe también la tarántula y la casaempulga. La primera es
una araña muy repugnante, de una gordura blanda, cubierta de una pelusa
negruzca, y se cree que el caballo que la pisa pierde inmediatamente el casco,
más esto requiere confirmación.
Y también describió especies que la maravillaron como los
colibríes:
“Estos pajaritos son
de verde oro y púrpura, y tan mansos que, mientras escribo, se han posado dos
de ellos en mis hombros y uno está parado sobre el filo de un vaso, sacando su
larga lengua en solicitud de azúcar y agua,”
Criticó a la servidumbre indígena, los tachó de sucios,
mentirosos y ladrones, pero fue más dura con los sirvientes extranjeros,
quienes recién llegados a México, de acuerdo con el texto de Calderón de la
Barca, anteponían el Don a su nombre y se sentían superiores a los mexicanos,
algo que aun vemos con ciertos extranjeros llegados a nuestra patria. Incluso
dedicó unos renglones a cosas tan nimias como el rebozo:
“El rebozo mismo, tan
gracioso y adecuado, tiene el inconveniente de ser la prenda más a propósito,
hasta ahora inventada, para encubrir todas las suciedades, los despeinados
cabellos y los andrajos.”
Tras la estancia en México, el matrimonio regresó a Estados
Unidos. En 1843, Madame Calderón de la Barca publicó su libro La vida en México. El libro fue
menospreciado y maltratado por los intelectuales mexicanos.
Después de nueve años de residir en Washington, Ángel
Calderón de la Barca, junto con su esposa, regresaron a España. Ángel Calderón
de la Barca sirvió como ministro de la reina Isabel II, con el surgimiento de
la Primera República, los Calderón se vieron en el exilio en Francia, es
entonces cuando la marquesa se da tiempo para escribir un segundo libro, mucho
más desconocido y olvidado, que La vida
en México, al que título El agregado
diplomático en Madrid, o escenas de la corte de Isabel II, que se publicó
en 1856 en Nueva York y se atribuyó a un joven diplomático alemán que prefirió
mantener el anonimato. La marquesa tenía que ser muy cuidadosa de no dar a
conocer su identidad frente a los lectores, por no comprometer a Ángel Calderón
de la Barca con sus puntos de vista de España y de la corte española.
En 1858, los Calderón regresaron a España y Ángel fue
nombrado senador. Ángel Calderón de la Barca murió en 1861, y Frances
convertida al catolicismo, unos años antes, se recluyó en un convento Bernardino
en Anglet, de donde fue llamada por la reina que la nombró institutriz de la
Infanta Isabel Francisca de Borbón, junto con la familia vivió las desventuras
y andanzas de la familia real en el exilio y su regreso al trono español. En
1876, el rey Alfonso XII le otorgó el título de Marquesa.
Murió en Madrid el 6 de febrero de 1882. La Marquesa Calderón de la Barca tenía 77 años
de edad.
Todas las citas provienen de la
edición de Porrúa de La Vida en México,
traducido por Felipe Teixidor.
publicado el 27 de marzo de 2017 en mamaejecutiva.net
imagen: komoni.mx
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