Si en lugar de Presidente Peña Nieto fuera una marca hace ya muchos años que habría desaparecido.
Armando Enríquez
Vázquez.
No me voy a meter en un asunto político, o tal vez sólo un
poco, ya que como decía Aristóteles: El
Hombre es un animal político. De lo que sí se trata es de una cuestión de
mercadotecnia política, de imagen y de relaciones públicas.
Por un momento pensemos en Enrique Peña Nieto, no como político,
ni siquiera como Presidente, si no como una marca y en sus asesores como sus
publicistas. Al final de cuentas hay mucha verdad en esta sencilla relación. Tomando
en cuenta los índices de rechazo al presidente basta decir que alguien está
haciendo muy mal su trabajo y al final el producto no está vendiéndose de
manera óptima entre los compradores, en este caso entre los ciudadanos.
No es un problema de que el producto haya sido mal recibido
desde un principio. Para muchos Peña Nieto era el candidato ideal. Es más, como
ejemplo contrario, recordemos como en los años ochenta el caso de Carlos Salinas
de Gortari resultaba desde el inicio un pésimo producto; con acusaciones de
fraude electoral y de usurpación de la presidencia. Sin embargo, a la mitad del
sexenio todos los mexicanos eran salinistas y se percibía al producto (Carlos
Salinas de Gortari), como un producto fuerte, asociado al éxito y crecimiento
de México; un presidente que proyectaba al país hacía un futuro sin igual. Las
cosas cambiaron una vez que dejó el cargo, pero los niveles de aceptación en la
segunda parte de su gestión eran muy altos. Sus asesores hicieron un excelente
trabajo y vendieron al personaje de la mejor manera. Incluso a los trajes del
entonces presidente se le ponían hombreras y sus zapatos tenían tacones
interiores para tratar de evitar la visión de un presidente de baja estatura y
sin mucho garbo.
Eso no ha sucedido en los cuatro años próximos-pasados en
nuestro país. Nunca un presidente de la República ha tenido tanto rechazo entre
la ciudadanía como Enrique Peña Nieto. ¿Por qué? En parte debido a los pésimos
asesores que tiene a la mano, por esos publirrelacionistas que pensaron que
cualquier idea era brillante para vender a un presidente que no tiene una
situación sencilla frente a él. Un presidente que se ha esforzado por no
hacerse cercano a los mexicanos, porque sus asesores o él así lo han decidido. Un
presidente al que desde hace muchos años al interior de su partido y desde
Televisa se le impuso la figura de un modelo de comercial y a quien siguen
diciéndole que sonreír desde un carrito para jugar golf lo hace popular y
cercano a los mexicanos.
Pongamos el caso del presidente norteamericano. Barack Obama
es en muchas cosas un caso contrario, el hecho que desde el principio la
absurda política de lo políticamente incorrecto, lo convirtiera en un target
casi imposible de crítica, porque a la primera de cambio se podía gritar
racismo, solo hay que recordar el escándalo que se intentó hacer con la figura
de Memín Pinguin. Ser negro lo convirtió en el producto ideal y poco
vulnerable, le permitió poner en marcha mucho de lo que se propone Donald Trump
en materia de política exterior en contra de los mexicanos y que lo hace tan
impopular, sin que casi nadie se atreviera a levantar la voz en su contra. Incluso
fue Obama quien permitió la venta de armas de todo tipo a los grupos criminales
mexicanos.
En materia de política interior Obama al querer acercarse a
los más radicales electores blancos, se sentaba a comer hamburguesas y no le
dio ninguna vergüenza el mostrar a una de sus hijas trabajando como cualquier
adolescente en un restaurante.
Aquí los asesores del presidente han demostrado su nula
sensibilidad política y peor aún su desconocimiento de la realidad social mexicana.
En los últimos discursos de Enrique Peña Nieto, pareciera que el pueblo de
México tendría que ser empático con un presidente víctima, al más puro estilo
de Francisco Labastida en la campaña del 2000 cuando el entonces candidato priísta
a la presidencia se quejaba patéticamente que lo habían insultado. Peña Nieto
parece estar acosado constantemente por su puesto. Discursos tan mal escritos y
tan poco pensados que Enrique Peña Nieto parece un hombre perdido que necesita
el consejo de la ciudadanía en lugar de ser el estadista que durante décadas ha
requerido el país. No, los asesores de Peña Nieto han preferido mostrar a un
hombre pusilánime y muy pequeño frente a los grandes retos que enfrenta México
hoy y por consiguiente únicamente consiguen la molestia de los ciudadanos.
Quienes escriben los discursos de Peña Nieto prefieren que
parezca un hombre lleno de pretextos, que un dirigente claro que puede explicar
de manera desglosada y didáctica, sin mentiras, ni demagogia las medidas
tomadas por el gobierno y que no parezcan un mero capricho, por el que no se
tienen que resolver las dudas y el malestar de la ciudadanía.
La imagen de un político no se puede basar en un peinado, un
traje y una dizque cara bonita, por lo menos hoy en México, eso ya no parece
ser suficiente, el empaque necesita tener un contenido sustancioso, no estar
lleno de solo aire.
No queda la menor duda de que en unos años cuando en un
salón de clase acerca de manejo de imagen y de relaciones públicas de los
políticos el caso Peña Nieto será sin duda uno ejemplo clásico de lo que no se
debe hacer nunca para manejar y hacer popular a un político frente a sus
gobernados.
publicado el 9 de enero de 2017 en roastbrief.com.mx
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