Una de las colonias
más populares de la Ciudad de México, está asentada sobre lo que fue una rica
hacienda, su dueña fue una mujer que sobresalió en sus días, por su forma de
manejar y administrar sus negocios.
Armando Enríquez
Vázquez
La colonia Condesa se sitúa en lo que fueron los terrenos de
la hacienda de Tacubaya, que no sólo se limitaba a la Condesa, sino que abarcaba,
además, Tacubaya y la Roma. Esta enorme hacienda había sido parte de la
herencia por parte de madre de una mujer extraordinaria para su época y cuya
figura está rodeada de leyendas y mitos. Lo interesante es que la hacienda de
Tacubaya no era la principal parte de la riqueza de la condesa, que esta estaba
formada por las haciendas, propiedades y otros negocios de la familia del conde
Miravalle, su padre.
María Magdalena Catalina Dávalos y Orozco nació el 2 de
junio de 1701 en el palacio del conde de Miravalle, que aún existe en la calle
de Isabel la Católica número 30, en el centro de la Ciudad de México. El título
de conde de Miravalle otorgado por el rey Carlos II en 1690, el condado de
Miravalle era una gran extensión de tierras que comprendían partes de los
estados de Nayarit, Jalisco y que eran lo que durante la colonia se llamaba el
reino de Nueva Galicia. Dentro del condado había una hacienda y una mina.
María Magdalena Catalina Dávalos y Orozco fue por parte de
madre, María Antonia Francisca Orozco de Rivadeneyra y Horendain, una de las
descendientes del emperador Moctezuma. María Magdalena quedó huérfana a los
once años de edad y fue entonces internada en el convento de las Carmelitas Descalzas
en Puebla de los Ángeles, por voluntad de un tío abuelo de la madre, pero las
influencias de la abuela paterna lograron sacarla del convento y entonces fue criada
por sus dos abuelas, en especial por su abuela paterna, la I condesa de
Miravalle; María Catalina Espinoza de los Monteros Hijar y Horendaín, de la que
aprendió a tener un carácter fuerte, a ser una mujer administrada y con don de
mando, a tener como prioridad a su familia. La primera condesa había quedado
viuda y se vio obligada a sacar adelante todas las propiedades de su hijo hasta
que este pudo hacerse cargo de las mismas, además obligó a que todas las
herederas del título de Condesa de Miravalle tuvieran que llevar el nombre de Catalina
empezando por su nieta.
En 1717, María Magdalena fue recluida de nuevo en el
convento de las Carmelitas Descalzas en Puebla de los Ángeles, pues aquel viejo
cura tío abuelo de ella así lo había ordenado en su testamento. Un año pasó la
joven enclaustrada, mientras su abuela paterna intentaba de manera infructuosa
mover cielo y tierra para liberar a su nieta. Un año tardó en salir de aquel
encierro que marchitaba a la futura condesa de Miravalle, pero dice la leyenda
que fue el amor el que logró esto, la joven se enamoró de un joven soldado, al
que entregó una carta pidiéndole ir ver a su abuela, el joven de nombre Pedro
Antonio de Trebuesto y Alvarado, así lo hizo y esto ayudó para que María
Catalina lograra la firmas necesarias para sacar a su nieta del convento ante
el desagrado de las autoridades del mismo al ver perder la renta que implicaba
el tener a María Magdalena como novicia.
En 1719, la futura condesa se casó con Trebuesto, quien
afirmaba tener millones en España, el matrimonio duró quince años, Trebuesto
murió, y la viuda con nueve hijos se hizo cargo de los bienes de la dote, que
ya quedaban pocos, Trebuesto resultó un pésimo administrador, y hasta donde se
sabe un embustero, pues nunca se comprobó que tuviera las riquezas que él
afirmaba poseer, al morir dejó a María Magdalena con muchas deudas, mismas que
provocaron que las autoridades de Compostela, en Nayarit, donde residía en ese
momento la viuda, declarara la prisión domiciliaria para la mujer, a pesar de
lo cual María Magdalena logró escapar con sus nueve hijos a la casa paterna en
Ciudad de México.
Los siguientes nueve años y hasta la muerte de su padre ella
vivió con él y junto con el II Conde de Miravalle administró las propiedades
del mayorazgo de Miravalle.
En 1729, María Magdalena participó en un concurso de poesía
que ganó, desafortunadamente la obra desapareció en la noche de los tiempos.
A la muerte de su padre, ocurrida en 1743, María Magdalena
entró en posesión del título de Condesa de Miravalle que su padre le heredó en
vida. Al igual que su esposo, su padre había resultado un pésimo administrador
y cuando María Magdalena tomó posesión de su título y de sus propiedades tuvo
que luchar el resto de su vida por sacar a flote sus propiedades y vivió entre
litigios y demandas en contra de todos aquellos que quisieron despojarla de sus
propiedades. Así como en una infructuosa batalla legal en los tribunales de
España, tratando de recuperar la supuesta millonaria herencia de su esposo. Su
carácter, sus influencias, pero sobre todo sus habilidades como administradora
permitieron que redujera sus deudas. Además, creció la Hacienda de Tacubaya, la
cual visitaba al menos una vez a la semana y cuya casa principal aún existe
sobre la avenida Parque Lira y es conocida como la Casa de la Bola, actualmente
es un museo. También, invirtió en las haciendas nayaritas y michoacanas, estas
últimas, herencia de su madre, incluso trajo a un experto en caña desde cuba
para mejorar el rendimiento de su trapiche en aquellas haciendas lejanas.
También invirtió en la producción de ganado, de manera que buena cantidad del
abastecimiento de la Ciudad de México, provenía de las haciendas de la Condesa
de Miravalle.
Tal y como se lo enseñó su abuela, la I Condesa de
Miravalle, María Magdalena puso a la cabeza de sus prioridades a su familia, en
este caso a sus hijos. De los nueve, uno de ellos, el primogénito, murió a los
19 años, pero los otros ocho fueron cuidados y la condesa les dio lo más que
pudo, incluso y a pesar de su rebeldía en contra de la vida religiosa, al menos
una de sus hijas fue obligada por la condesa a llevar este tipo de vida.
Mientras que su hija menor, María Antonia, se casó con Pedro Romero de Terreros,
el exitoso hombre que explotó las minas de plata en Hidalgo y II Conde de
Regla, título que le fue otorgado a su padre, Pedro María Romero de Terreros
por el rey Carlos III en 1768.
Amiga de los Virreyes de las Amarillas y Croix, supo
utilizar esas influencias para ayudarla en sus litigios. Fue también una hábil
mujer que sabía manejar sus relaciones publicas y sobre todo aquellas con los
poderosos en beneficio de su persona y de sus hijos. Algo que no era común en
las mujeres de la época, porque no se les permitía el acceso a ciertos sectores
políticos y sociales, sin embargo, ella en su condición de viuda tenía acceso y
permiso social para hacerlo.
La inteligencia y capacidad administrativa de María
Magdalena la convirtió en una muy importante aliada y ayudante de su yerno, lo
que repercutió en mayor poder para la Condesa. Desafortunadamente, María
Antonia murió diez años después de haber contraído matrimonio y poco a poco la
relación entre Romero de Terreros y la condesa de Miravalle se fue distanciando
y enfriando.
La condesa, además, conocía, o al menos eso pretendía de
medicina y gustaba de recetar utilizando los conocimientos occidentales de la
época con sus conocimientos de medicina tradicional mexicana. Además, a su
alrededor se tejieron todo tipo de leyendas que sí era una belleza, o una mujer
horrenda, de su persona no sobrevive ningún retrato. Que tenía amantes al por
mayor, lo que contradice la figura real de una mujer de familia, algunas de
estas fantasías populares la pintan como un ogro que gustaba de asesinar indígenas
y esclavos, o la pintan amante al final de sus días de un sacerdote michoacano.
Lo cierto es que muy poco se sabe de la vejez de María Magdalena Catalina,
salvo que hasta el último día de su vida llevó la administración de sus
propiedades y de su familia.
La
condesa murió en 1777, en su hacienda de Tuxpan en Michoacán, y fue enterrada
en la cripta familiar.publicado en mamaejecutiva.net el 24 de abril de 2017
imagen: wikipedia.org
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