La brillante
carrera de uno de los físicos más importantes sirve, una vez más, para
reflexionar sobre la mediocridad del norteamericano medio.
Armando Enríquez Vázquez
Christopher Nolan
es un director de altibajos, sobrevaluado para mi gusto con su saga de Batman,
Tennet y Dunkerke son dos tabiques, pero que ha creado cintas de gran
calidad como Memento, The Prestige e Interestelar.
Oppenheimer su más reciente película es una mezcla.
Como en muchas de
la cintas de Nolan lo primero que resalta es la gran cantidad nombres de
actores de primera que desfilan a lo largo de las 3 horas, incluso el ridículo
papel como Harry Truman en el que aparece el gran Gary Oldman.
Esta no es la
historia de un momento en la historia, ni de la carrera contra los alemanes por
lograr la primera arma de muerte masiva. Es la historia del triunfo de la
mediocridad y la ignorancia, sobre la razón. Oppenheimer es una ficción
que en el mejor de los casos funciona como ensayo.
La cinta está
basada en dos actuaciones y dos personajes; Cillian Murphy en el papel de
Robert Oppenheimer y Robert Downey Jr. como el mediocre burócrata Lewis Strauss,
quienes llevan a la columna vertebral de las tres horas.
Downey Jr. brinda
una de las mejores actuaciones y caracterizaciones de su carrera, el contenido
político sólo explota al final, cuando no logra su objetivo en el gobierno,
pero capaz de disimular su fracaso. El político, como sucede con todos los de
su especie, sonríe con aire triunfal frente a los reporteros.
El éxito del
trabajo de Nolan radica en haber orquestado de la mejor manera la biografía del
científico, su época, el desconocimiento de la radiación y sus efectos
secundarios, con una reflexión sobre el poder de los políticos y la envidia de
aquellos que anhelan los triunfos ajenos. La mediocridad que esconde nuestra
noción de democracia, en la que cualquiera puede querer enjuiciar las acciones
del otro, simplemente por desconocer el tema, ser incapaz de entender la idea y
sus bases racionales, o simplemente porque no coinciden con la idea propia. En
una de las secuencias de la audiencia en contra de Oppenheimer en la que se le
acusa de comunista, el científico defiende y diferencia de manera perfecta su
posición frente a las ideas comunistas norteamericanas y sus diferencias, de acuerdo
con él, con el comunismo soviético, mientras el fiscal de la causa insiste en
rasar al comunismo.
Nolan incluye en
la película de manera muy sutil la teoría de que la amante de Oppenheimer, Jean
Tatlock ( Florence Pugh), ella sí era miembra del partido comunista y mantenía
comunicación con el partido ruso, fue asesinada por los miembros de seguridad
del Proyecto Manhattan y no se suicidó.
La cinta a través
de la vida del brillante físico, sirve para reflexionar sobre el siglo en el
que Estados Unidos se impuso como la policía de mundo, y todas las
contradicciones que vivió esa nación desde los empresarios voraces que han
predominado a lo largo de cien años, los políticos mediocres, corruptos,
arrogantes y miedosos, así como sus intelectuales, artistas y científicos
rebeldes y contestarios y su descalificación desde la idea falaz de la
democracia y la validez de la opinión mayoritaria.
Mientras
Oppenheimer está preocupado por encontrar las correspondencias entre su
pensamiento ético y la necesidad de Estados Unidos de ganar la guerra a los
alemanes y ante todo a los Nazi, Strauss es únicamente un burócrata mediocre, sólo
se interesa en él y los reflectores que lo rodean.
Oppenheimer me recuerda a muchas de las películas de
Milos Forman donde los personajes excepcionales sirven para remarcar la
mediocridad en la que estamos hundidos. Y otras como Good Night and Good
Luck de George Clooney que también señala a ese momento vergonzante en la
historia moderna de Estados Unidos cuando dos hombres obsesionados con sus
complejos Edgar J Hoover y Joseph McCarthy crearon su propia guerra de
represión al ser incapaces de debatir con ideas y argumentos.
Tres horas tal vez es mucho tiempo y la cinta se estanca por
momentos en su narrativa, al no avanzar y algunos de sus personajes como la Kitty
esposa del científico, interpretada por Emily Blunt, resultan planos y que poco
aportan a la cinta. Un papel insípido y sin mayor impacto en la cinta a diferencia
de la amante Jean Tatlock que es un personaje que desde un inició intriga y se
vuelve empático.
Especial es el caso de Albert Einstein (Tom Conti) quien en
una la secuencia en la que es presentado parece un personaje intrascendente,
sin embargo cuando al final se revela aquel primer encuentro la fuerza del
alemán es impactante.
En ese sentido a Nolan le falta autocrítica y síntesis, su
amor por los personajes de Oppenheimer y Strauss, lo hace olvidar el peso de
otros.
Oppenheimer es una cinta que vale la pena ver por no
quedarse con el gusanito, como otras cintas de Nolan muestran maestría de la
dirección, pero una frialdad y longitud poco excesivas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario