La noche de del 14 de abril de 1912 a 23:40 el más imponente barco que
el hombre hubiera construido hasta entonces comenzó su descenso al fondo
del mar, su ingreso a la historia y la mitología del siglo XX. Entre
gritos y desorden se podía escuchar música.
Armando Enríquez Vázquez
Decir “Titanic” evoca muchas cosas,
películas, heroísmo, actores, tragedia, la soberbia humana. Canciones
cursis. Evoca leyendas datos curiosos, misterios, mal farios, hasta
indignación de algunos que cuestionan porque celebramos uno de los
mayores fracasos de la humanidad. Para mí la historia del Titanic,
siempre me recuerda a los músicos, aquella banda que me sorprendió en
las películas, empeñada en tocar a pesar de la tragedia a su alrededor.
Enfrentando la muerte armados solo con violines y cellos, haciendo lo
que más les gustaba en la vida. Su serenidad, la dignidad de quien ha
aceptado su destino. Cómo el viejo capitán del barco, Edward Smith quién
pensaba retirarse después de ese viaje en el Titanic y que sin embargo
se hundió honorablemente con su barco.
El TItanic era casi del largo del Empire
State Building y se decía que era una de las verdaderas obras maestras
de la ingeniería marítima a tal grado que nada, “ni el mismo Dios lo
podía hundir.” Bastó sólo un iceberg para acabar con la soberbia humana.
Hay, por otro lado quienes dicen que su historia comenzó a escribirse
mucho antes de que comenzara su construcción en los astilleros de
Belfast.
En 1898, un escritor norteamericano de
nombre Morgan Robertson publicó una pequeña novela de ficción llamada
“Futility”, en ella se narra el hundimiento del barco de pasajeros más
grande que haya construido el ser humano. Un trasatlántico inglés
llamado el “Titán”, un barco “insumergible”, que en su primer viaje
choca con Iceberg en el Atlántico Norte cerca de la medianoche de un día
de abril, por tener un número insuficiente de botes salvavidas la
mayoría de los pasajeros muere en la novela, al igual que en la vida
real. Existen otro par de relatos de un periodista inglés de nombre
W. T. Stead. Uno publicado en 1886, titulado; “How the Mail Steamer went
down in the Mid Atlantic, by a survivor.” Es la historia de un barco
que choca con otro en el Océano Atlántico y tras la colisión muchas
vidas se pierden por la falta de lanchas salvavidas suficientes.
En 1892 Stead publicó otro relato esta
vez llamado “From the Old World to the New”, en donde narraba la
historia de un trasatlántico que chocaba contra iceberg en el Atlántico
Norte. En 1912 Stead se embarcó para conocer al presidente
norteamericano Taft y pedirle una conferencia para la Paz mundial, el 15
de abril de 1912 Stead había desaparecido en las aguas del Atlántico
Norte, era uno de los pasajeros del Titanic. Stead, espiritista, siempre
había predicho que iba a morir o en un lichamiento o ahogado.
En el Titanic había dos bandas, una que
tocaba durante la hora del té, conciertos después de la comida, la
música de los servicios religiosos de los domingos. El director de este
quinteto era un hombre llamado Wallace Hartley, el otro ensamble de
música era un trío de violín, cello y piano que se encargaba de amenizar
en la recepción a un lado del restaurante de primera clase A laCarte y del Café Parisien.
La noche de la tragedia Wallace Hartley reunió a los otros siete
músicos y tocaron hasta desaparecer en las aguas del Atlántico Norte con
el crucero. Wallace Harley había ya tocado en otros trasatlánticos como
el Lusitania y el Mauritania. Entre los acaudalados e ilustres
pasajeros del Titanic, había un mexicano, un sonorense, diputado federal
al que el destino llevó a bordo del barco. Se trata de Manuel
Uruchurtu, quien se encontraba en Francia visitando a un viejo general,
Ramón Corral, del régimen de Díaz, al momento de regresar a México, el
yerno del general le pidió intercambiar su boleto, Uruchurtu tenía
boleto para otro barco pero ante la insistencia acepta y aborda el
Titanic en Cherburgo el 10 de abril. El boleto de Uruchurtu era de
primera clase por lo que la noche del 14 de abril se le asignó lugar en
una de los lanchas salvavidas, ya sentado en el bote, el político,
observó a una mujer de segunda clase con un bebé suplicando la suban en
uno de los botes salvavidas pues su esposo e hijo la esperan en Nueva
York, Uruchurtu le cede su lugar y con ese acto de caballerosidad sella
su destino. Se dice que la mujer de nombre Elizabeth Rommel visitó a la
esposa de Uruchurtu unos años después, en Xalapa Veracruz, para
contarle, el último acto de caballerosidad de su marido. Con el tiempo
se supo que Rommel no estaba casada, ni la esperaba nadie en Nueva York.
Cuando Uruchurtu cedió el lugar a Rommel y su bebé, la música de la
banda de Hartley se debe haber escuchado al fondo.
Mientras las ratas abandonaban el barco
quedó claro que no había gatos a bordo del Titanic, lo cual entre los
marinos siempre ha sido un mal augurio.
Casi dos semanas después del accidente
el cuerpo de Wallace Hartley fue rescatado, aun llevaba su uniforme y el
chaleco salvavidas. Sus restos llegaron a Inglaterra un mes el 12 de
mayo, su ataúd fue recibido en su ciudad natal por 30,000 personas que
entonaron “Nearer, my God , to thee,” Una de las melodías que Hartley
había declarado en alguna ocasión, podía tocar en sus últimos momentos
si el barco en el que viajaba se hundía. Para esa fecha ya se había
estrenado la primera película sobre el hundimiento del barco y tenía
entre sus protagonistas a una sobreviviente de la tragedia la actriz de
cine mudo Dorothy Gibson la película se llamó; “Salvada del Titanic.”Publicado en blureport.com.mx 18 de abril de 2012
Imagen cortesía de titanic-titanic.com
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