Nacida en Inglaterra
y muerta en nuestro país, Leonora Carrington fue pintora, escritora, escultora
y sobre todo uno de los pilares importantes del surrealismo.
Armando Enríquez
Vázquez.
Una barca surcó en 2006 algunas cuadras de Paseo de la
Reforma para detenerse en uno de sus amplios camellones, ahí en esa avenida
emblemática de la Ciudad de México cerca del famoso edificio Reforma 222, la
barca en sí es un cocodrilo y seres reptilianos, que nada tienen que ver con
teorías de conspiración, van en ella. Son seres creados por una mujer que a su
vez llegó a México en tren desde Nueva York, el año de 1942 huyendo de los
nazis y de la guerra que asediaba Europa. Llegó del brazo de su marido el poeta
y escritor Renato Leduc, al que conoció en la embajada mexicana en Portugal,
quién a su vez accedió a casarse con la artista inglesa para poder ayudarla a salir
de Europa. A su llegada a México se separaron para seguir cada quien con su
vida.
México se convirtió en el país de Leonora Carrington, en él
habitó y creó durante los siguientes 69 años, hasta su muerte en 2011, dejando
en las calles y museos parte de su obra.
Leonora Carrington nació en Lancashire, Inglaterra el 6 de
abril de 1917, hija de un acaudalado industrial, su infancia y juventud la
vivió en opulencia, a pesar de ello y de las maneras aristocráticas que
intentaban inculcarle en casa, Leonora fue expulsada dos veces de los colegios
ingleses, entre ellos de uno de monjas que su madre, irlandesa, había escogido
para ella, por lo que sus padres optaron cuando Leonora era aún una niña en
enviarla a Italia a una academia de arte, lo que de la marcó, junto con los
bosques que rodeaban su casa en Inglaterra y las historias celtas que su abuela
irlandesa le contaba.
Llegado el momento de presentar a la joven en sociedad, sus
padres buscaban que Leonora tuviera un pretendiente miembro de la aristocracia
británica, así en 1934 Leonora hizo su debut en sociedad frente al rey Jorge V,
algo que aburrió tanto a la joven que terminó escribiendo un cuento titulado La debutante, donde la joven protagonista
intercambia su lugar con una hiena. La hiena crea un desastre en el evento
social, mientras la protagonista se queda en su cuarto leyendo Los viajes de Gulliver.
No tenía tiempo para ser la musa de nadie… Estaba muy ocupada rebelándome
en contra de mi propia familia y aprendiendo a convertirme en una artista. Declaró
la artista en alguna ocasión.
Sin saber cómo el azar y el deseo iban a jugar su papel, su
madre le regaló un libro sobre uno de los movimientos artísticos que sacudía la
ortodoxia de la academia europea; el surrealismo. Leonora se enamoró sin
conocerlo más que a través de su obra del gran pintor alemán Marx Ernst. Dos
años después cuando lo conoció ese amor se volvió carne y pasión. Claro que el
padre de Leonora desaprobó esta relación entre la joven y el pintor que era
mucho mayor que ella y además estaba casado. Las esperanzas del padre de casar
a su hija con un noble inglés se desvanecieron. Ernst llamaba a Leonora, La novia del viento. Leonora y Max Ernst
huyeron a Paris, se establecieron en la capital francesa mientras la II Guerra Mundial
amenazaba al viejo continente. Al lado de Ernst, quién la impulsó a escribir y
pintar, Carrington conoció a la nata y crema del surrealismo, además de otros
importantes artistas del siglo pasado como Pablo Picasso. Max Ernst quien había
abandonado a su esposa y a su patria en la que el Nazismo y la intolerancia
reinaban, una vez que Francia se convirtió en un satélite sumiso de Hitler, fue
arrestado en dos ocasiones, Leonora salió hacía España donde intentó hacer
lobbying a favor de Ernst. Denunciando a Hitler, a Mussolini y al tirano
español; Francisco Franco. Víctima de un fuerte stress, al que ella llamó con
los años psicosis de guerra, fue internada en un manicomio en Santander, con el
consentimiento de su padre. España fue
una prisión para mí. Escribió en su libro de memorias. De ahí partió a
Lisboa y ya casada con Leduc al nuevo continente. En Nueva York se rencontró
con Max Ernst quien ahora tenía de amante a la millonaria Peggy Guggenheim.
Atrás de la Catedral de la Ciudad de México hay otra obra de
la artista, una banca, de esas que un jefe de gobierno de esta ciudad encargó a
diferentes artistas y terminaron decorando los camellones de Paseo de la Reforma,
la banca de Leonora viajó por el mundo en varias exposiciones a su regresó a la
capital del país encontró descanso junto a la Catedral. Los magos que conforman
el respaldo de la banca parecen conspirar en contra de la vieja religión
impuesta en los mexicanos dándole la espalda a la Catedral.
La Ciudad de México fue para Leonora, como para todos los
europeos que han llegado a ella desde Cortés, una sorpresa y una delicia.
Primero se instaló con Leduc en la colonia San Rafael, y según una entrevista
que concedió en 1996 a Emilio Payán y Saúl Villa, asistió a muchas corridas de
toros, donde lo que ella esperaba era cuando el toro saltaba al callejón y
causaba un caos al interior del pequeño pasillo.
Poco después se mudó a Mixcoac que en los años cuarenta del
siglo pasado era aún un pueblo separado de la ciudad. Leonora disfrutaba viajar
en tranvía descubierto de Mixcoac al Zócalo de la ciudad. En México encontró
también algún viejo amigo surrealista, a André Bretón y a la otra gran artista
surrealista a la que las ondas trajeron a nuestro país; Remedios Varo.
En 1946, se casó por segunda ocasión. Esta vez con otro
emigrante europeo, el fotógrafo húngaro Emerico “Chiki” Weisz, quien durante la
Guerra Civil Española trabajó con Robert Capa, como su jefe de revelado.
En 1963, el gobierno federal le encargó un mural para el nuevo
Museo Nacional de Antropología. Leonora Carrington pintó entonces un enorme
oleo titulado: En el mundo mágico de los
mayas, donde la artista pintó desde su muy particular punto de vista los
mitos de los pueblos de la región sureste del país.
Amiga de Paz, de Aridjis, de Elizondo, de Poniatowska quien
escribió una novela sobre la vida de la artista titulada Leonora. Carrington prefería la soledad de su casa estudio en la
colonia Roma, que el bullicio de los salones de la intelectualidad.
Leonora Carrington, pintaba para ella, jamás para el público
grande o pequeño, fue la última de los surrealistas en morir, lo que ocurrió el
25 de mayo de 2011 a los 94 años de edad. En una entrevista que le hizo Beatriz
Espejo y que se publicó en la Revista de la Universidad de México cuando la
escritora le preguntó acerca de ¿por qué había escogido el surrealismo?,
Carrington contestó. Eso es una etiqueta.
Hago lo que hago porque así los siento y lo veo. En más de una ocasión se cuestionó con sus
amigos más cercanos, como lo haría cualquier surrealista, si era ella realmente
la que creaba sus mundos o si estos mundos eran los que la inventaban a ella, y
claro daba más validez a esto último.
publicado el 30 de mayo de 2016 en mamaejecutiva.net
imagenes: vertigopolitico.com
jornada.unam.mx
cultura.gob.mx
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